Ejemplos con peloponenses

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Convencidos los Lacedemonios de que, si lograban derribarle, para todo encontrarían más dóciles a los Atenienses, requerían a éstos sobre que echaran de la ciudad la abominación, a que por la madre estaba sujeto el linaje de Pericles, según refiere Tucídides, pero la tentativa les salió muy al contrario a los enviados, porque Pericles, en vez de la sospecha y de la difamación, ganó todavía mayor crédito y estima con sus ciudadanos, viendo que tanto le aborrecían y temían los enemigos. Advertido él también de esto, antes que Arquidamo que mandaba las tropas de los pueblos del Peloponeso, invadiera el Ática, previno a los Atenienses, por si talando Arquidamo los demás terrenos dejaba libres los suyos, bien fuese por los lazos de hospitalidad que había entre ellos, o bien por dar motivos de calumnia a sus contrarios, que él cedía a la ciudad sus tierras y sus casas de campo. Entran, pues, en el Ática los Lacedemonios con los aliados y un gran ejército, bajo el mando del rey Arquidamo, y talando el país, llegan hasta Acarnas, y se acampan allí, pensando en que los Atenienses no lo sufrirían, sino que, movidos de ira y ardimiento, les librarían batalla. Mas a Pericles le pareció muy arriesgado venir a las manos ante la misma ciudad con sesenta mil infantes, pues tantos eran los Peloponenses y Beocios que al principio hicieron la invasión, y a los que ansiaban por pelear, y llevaban mal lo que pasaba, los sosegó, diciéndoles que los árboles, si se podan o se cortan, se reproducen pronto, pero si los hombres perecen, no es fácil hacerse otra vez con ellos. Con todo, no reunió el pueblo en junta, temeroso de que se le hiciera tomar otra determinación contra su dictamen, sino que así como un buen capitán de navío, cuando el viento le combate en alta mar, después que todo lo dispone a su satisfacción y apareja las armas, usa de su pericia, no haciendo luego cuenta de las lágrimas y los ruegos de los marineros y los pasajeros asustados: de la misma manera él, habiendo cercado bien la ciudad, y puesto guardias en todos los puntos para estar seguros, hacía uso de su propio discurso, teniendo en poco a los que gritaban y manifestaban inquietud, y eso que muchos de sus amigos le venían con ruegos, sus contrarios le amenazaban y acusaban, y los coros- de las comedias- cantaban tonadas y jácaras punzantes en afrenta suya, escarneciendo su mando como cobarde, y que todo lo abandonaba a los enemigos. Ingeríase ya entonces Cleón, fomentando por el encono de los ciudadanos contra aquel, para aspirar a la demagogia, tanto, que Hermipo se atrevió a publicar estos anapestos: ¿Por qué, oh rey de los Sátiros, no quieres embrazar lanza, y tienes por bastante echar baladronadas de la guerra, y el ánimo apropiarte de Telete? Mas antes, si se afila de la espada la aguda punta, de pavor te llenas, aunque Cleón no cesa de morderte.
Con todo, a Pericles nada de esto le hizo fuerza, sino que, sufriendo resignadamente y en silencio los baldones y el odio, y enviando al Peloponeso una armada de cien naves, él no se embarcó, y antes prefirió quedarse en casa, teniendo siempre pendiente la ciudad de su mano hasta que los Peloponenses se retiraran.
Con su aparecimiento en esta sazón hizo a ambos partidos equivocarse, inspirando confianza a los enemigos y miedo a los Atenienses, pero levantando luego insignia amiga en la capitana, cargó repentinamente a los Peloponenses vencedores, que seguían el alcance.
Hizo la casualidad que de repente llovió mucho con truenos, y que vino también en su favor tal oscuridad, que encubrió todo aquel aparato, de manera que no sólo se ocultó a los enemigos, sino a los mismos Atenienses, porque cuando estaban ya desconfiados, dio la orden y partieron, De allí a poco, la oscuridad se disipó, y se divisaron las naves de los Peloponenses, que estaban ancladas delante del puerto de Cícico.
Fue grande el número de muertos y el de las armas de que se apoderaron, tomaron todas las naves, se hicieron asimismo dueños de Cícico, y huido Farnabazo y destrozados los Peloponenses, no solamente quedaron en segura posesión del Helesponto, sino que alejaron a viva fuerza de aquellos mares a los Lacedemonios.
Mas con todo no fue esta jornada exenta de riesgo, porque los Peloponenses, Beocios y Megarenses que allí se hallaban, a los que descendieron de las naves los rechazaron y obligaron a reembarcar, y llegando a entender que había Atenienses dentro, formándose en batalla, marcharon juntos contra ellos.
Por esta razón, defendiéndose Anaxilao de la causa sobre traición que se le movió en Lacedemonia, hizo ver en su discurso que no tenía por qué avergonzarse de lo hecho: porque dijo que no siendo Lacedemonio, sino Bizantino, viendo en peligro, no a Esparta, sino a Bizancio, hallándose su ciudad cercada de manera que nadie podía entrar, y consumiendo los Peloponenses y Beocios todos los víveres que había en la ciudad, mientras que los Bizantinos fallecían de hambre con sus mujeres y sus hijos, no le pareció que cometía traición con la entrega, sino que redimía a su ciudad de la guerra y de los males que padecía, imitando en esto a los más ilustres de la Lacedemonia, para quienes sólo es honesto y justo lo que es en provecho de la patria.
Mas siendo ya urgente la necesidad, salió una voz de entre los aliados y la milicia de caballería de que se llamara a Dion y se trajera a los Peloponenses del país de los Leontinos.
Habían ya acudido algunos de los Leontinos, y los más de los Peloponenses se agolparon a Dion, pensando, por la prisa, y por los ruegos de aquellos hombres, que había ocurrido alguna grande novedad.

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