Ejemplos con paseábamos

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Paseábamos mi padre y yo, no sé quién con mayor impaciencia, a lo largo de los andenes, aguardando que formasen el convoy.
Todos los días esperaba a Mary después de que ella concluía su trabajo, y paseábamos juntos, solos o en compañía de Cashilda la de Recalde.
Guardaba en sus bolsillos golosinas para obsequiarme, de sorpresa, cuando paseábamos junto al lago con la jorobadita y otras muchachas, y atendía también singularmente a mi descanso nocturno, evitando todo ruido en la , y alejando de mi aposento la caterva de gatos y perros que en la casa tenían su albergue.
La mandé levantarse, paseábamos juntas, notaba yo que hacía grandes esfuerzos por alegrarse cuando yo le indicaba que te ibas acercando.
Quedamos en que una tarde paseábamos por el Zurguén el maestro Peláez, Meléndez, Gallego y yo.
mientras paseábamos juntos por las salas, emprendió una.
Nos paseábamos por allí, temerosos de que la desvencijada armazón que nos sustentaba se rindiese a nuestro peso, cuando vimos que se abría una ventana estrecha que al corredor daba, y en el marco de ella apareció una figura, que al pronto me pareció de mujer.
En todos los, lugares que abordábamos hacíamos negocios excelentes, a la vez que nos paseábamos e instruíamos con todas las cosas nuevas que veíamos sin cesar.
Guardaba en sus bolsillos golosinas para obsequiarme, de sorpresa, cuando paseábamos junto al lago con la jorobadita y otras muchachas, y atendía también singularmente a mi descanso nocturno, evitando todo ruido en la villa, y alejando de mi aposento la caterva de gatos y perros que en la casa tenían su albergue.
La mandé levantarse, paseábamos juntas, notaba yo que hacía grandes esfuerzos por alegrarse cuando yo le indicaba que te ibas acercando.
Una tarde que nos paseábamos en la huerta, a poca distancia de don Evaristo, que hacía como que cuidaba las plantas para dejarnos cierta libertad, la hablé resueltamente.
En nuestras charlas interminables, mientras paseábamos lentamente por la arena de Ramírez y los Pocitos o a lo largo del puerto, viendo la ciudad tendida en anfiteatro, el pequeño Cerro con su fortaleza que parece un juguete de cartón, la rada con sus vapores y sus buques de vela, que cabeceaban mecidos por el oleaje, los botes de pasajeros que la marejada sacudía, los barcos de pesca con su latina al sol, las bandadas de gaviotas vocingleras, Eulalia solía mostrarse melancólica, y entonces me hablaba de mi madre con ternura que sólo podía comprender como un reflejo de su afecto hacia mí.
Disputábamos a veces con calor, y decíamos algo sobre las obras nuevas, pero ya no paseábamos juntos.
-Aquí la gente es muy pobre, señor -me confiaba mientras nos paseábamos bajo los grandes perales-, y basta con muy poco para hacerla feliz.
Un día nos paseábamos por Broadway a las seis y media de la tarde.
Una bella noche de luna paseábamos por las calles, fragantes de primavera.

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