Ejemplos con pantalones

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Era un magistrado de la Audiencia provincial, viejo ya, calvo, diminuto, flaquísimo, aladares rizados con tenacilla sobre las orejas, bigotes horizontales, engomados con zaragatona, tan largos, que sobresalían a los lados como balancín de funámbulo, corbata de chalina, chaqueta hasta media posadera, pantalones a menudos cuadros negros y blancos, de campana excesiva, para disimular la enormidad de los pies, aprisionados en zapatos de colgantes cintas de seda, tan anchas como la chalina.
Vivía con extremada pobreza y vestía desastradamente, un sombrerete, con dos dedos de enjundia, un gabancillo de color café con leche, que había estrenado al venir a la Universidad y que llevaba con el cuello subido, por disimular la ausencia de camisa, pantalones con flecos, y botas como las consabidas.
¡Jesús con el señorío, y qué afición a los pantalones!.
Vestía levitín raquítico, rapado y camaleónico, por sus tornasoles, bufanda de Palencia, enroscada al pescuezo, estrechos pantalones a cuadros, con sendas prominencias en las rótulas.
Al contrario, abundaban los paños raídos, los pantalones con rodilleras, las camisas de tres días y los tacones de medio lado.
Hundía los brazos hasta los codos en los enormes bolsillos de sus mugrientos pantalones, y asomaban entre sus gruesos amoratados labios las húmedas y requemadas hebras de una punta de cigarro, que destilaba, por la barbilla abajo, un regato de negruzca saliva, y, en tanto, fijaba el tal, con expresión estúpida, sus ojuelos verdes en los recién llegados.
Como decía el perrero, los pantalones volvían loca a la pobre en aquella casa donde la mayor parte de los hombres llevaban faldas.
Aquí no hay mujer que posea un mediano palmito y se escape de haber tenido su miaja de encariñamiento por unos pantalones colorados.
Las universidades se llenan de niños, en los institutos sólo se ven pantalones cortos.
Los cadetes las seguían con la mano en la empuñadura del sable, moviendo su talle esbelto y los anchos pantalones a la turca.
Luna le reconoció por sus anchos pantalones y su talle de avispa, que hacía afirmar al que el tal cadete usaba corsé.
Y empezó una carrera loca en el profundo cauce, andando a tientas en la sombra, dejando perdidas las alpargatas en el légamo del lecho, con los pantalones pegados a la carne, tirantes, pesados, dificultando los movimientos, recibiendo en el rostro el bofetón de las cañas tronchadas, los arañazos de las hojas rígidas y cortantes.
Allí estaban, en cuerpo de camisa, con pantalones de pana, ventruda faja negra y pañuelo a la cabeza en forma de mitra, todos los hombres del contorno.
En una encrucijada chillaba persiguiéndose un grupo numeroso de niños, sobre el verde de los ribazos destacábanse los pantalones rojos de algunos soldaditos que aprovechaban la fiesta para pasar una hora en sus casas.
Muchas veces los dos mayores llegaban a casa sudorosos y llenos de polvo, como si se hubieran revolcado en el camino, con los pantalones rotos y la camisa desgarrada.
Abajo, alpargatas rotas, siempre manchadas de barro, viejos pantalones de pana, manos escamosas, ásperas, conservando en las grietas de la piel la tierra de su huertecito, un cuadrado de hortalizas que tenía frente a la barraca, y muchas veces era lo único que llenaba su puchero.
Y siguió adelante, siendo recibido por su perro, que saltaba ante él, restregando sus lanas en la pana de los pantalones.
Vestía de labrador, pero el modo de llevar el pañuelo anudado a la cabeza, sus pantalones de pana y otros detalles de su traje, delataban que no era de la huerta, donde el adorno personal ha ido poco a poco contaminándose del gusto de la ciudad.
En la madrugada, cerca de las cuatro, oía chirriar los pesados portones, entraba el carruaje en el patio, con gran estrépito, y él saltaba de la cama metiéndose los pantalones.
Las tintas rabiosas de los trajes de la huerta, las blancas manchas de los grupos en mangas de camisa, los pantalones rojos de los soldados, los enormes quitasoles de seda granate que parecían robados de una antigua sacristía, los gigantescos abanicos de papel moviéndose con incesante aleteo, las botas de vino que a cada instante se alzaban oblicuamente sobre las cabezas, los gritos, las protestas porque se hacía tarde, todo daba a aquella parte de la plaza un aspecto de locura orgiástica, de brutalidad jocosa.
Por la mañana arremolinábase la gente, con empujones y codazos, en torno de los revendedores que en la plaza de San Francisco voceaban las de sol y de sombra , y como si la ciudad acabase de sufrir una invasión, tropezábase en todas partes con gentes de la huerta y de los pueblos: unos con pantalones de pana y manta multicolor, y otros, los tipos socarrones de la Ribera, vestidos de paño negro y fino, la chaqueta al hombro, dejando al descubierto la blanca manga de la camisa, los botines de goma entorpeciéndoles el paso, y en la mano un bastoncillo delgado, casi infantil, movido siempre con insolencia agresiva.
Hoy se tiene horror a lo que es rico y vistoso, los señores visten como los criados, todos van de obscuro, como sacristanes, el chaleco, que es la prenda que da majestad a la persona y pregona su clase, es de la misma tela que los pantalones, ya no se ostenta sobre el vientre el terciopelo floreado, aquellas rayas de cien colores que tanto golpe daban en mi juventud, y hasta los labradores se encajan la blusa y el hongo, como asistentes, y se ríen cuando sacan del fondo del arca el chupetín de raso de sus abuelos, la faja de seda y el pañuelo de flores, que tanto lucían en los bailes de la huerta.
Cuando viniese por el estiércol ya subiría a ver a Amparito, y de paso, si no les servía de molestia, podían darle cualquier cosilla: unos pantalones viejos de los señoritos, algo de ropa blanca, pues a los pobres todo les sirve.
Don Román vestía su eterno traje, su traje típico: pantalones anchos, larga levita negra, verduzca y mugrienta, chaleco blanco, pringado de rapé en las solapas, el cuello de la camisa altísimo, arrugado, sin almidón, ancho y apretado corbatín.
¿Es posibledijo a su niño, sin disimular la ira, que se te antoje también ponerte esos pantalones ajustados con los cuales las piernas de los hombres parecen zancas de cigüeña?.
Jacinta admiró la cómoda, bruñida de tanto fregoteo, y el altar que sobre ella formaban mil baratijas, y las fotografías de gente de tropa, con los pantalones pintados de rojo y los botones de amarillo.
La mirada del joven revoloteó por la estrecha cavidad del cuarto, como si siguiera las curvas del vuelo de una mosca, y fue de la mesa a la percha en que pendían aquellos moldes de sí mismo, su ropa, el chaqué que reproducía su cuerpo y los pantalones que eran sus propias piernas colgadas como para que se estiraran.
Los pantalones, mermados por el crecimiento de las rodilleras, se le subían tanto que parecía haber montado a caballo sin trabillas.
Créelo porque yo te lo digo: si tu marido es un , quiere decirse, si se deja gobernar por ti y te pones tú los pantalones, puedes cantar el aleluya, porque eso y estar en la gloria es lo mismo.
A la observación de la señora no se ocultó lo mal que estaba de ropa el infeliz artista, y le dijo que se fuera a su cuarto, que tocara allí el trombón todo lo que quisiese y por fin que Yo veré si encuentro por ahí unos pantalones.

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