Ejemplos con ombú

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

La que operaba al mando de Juan Lavalle logró la victorias de Bacacay, y el general Mansilla en la batalla de Ombú.
Las canciones en su honor, las velas rojas que se encienden actualmente en el centro mismo del cementerio de nuestra ciudad, en el hueco histórico del ombú en Muchas Islas o en quien sabe que pequeña capillita familiar, con su llama nos recuerda una herencia cultural única, intangible y eterna.
Astuto y ágil como era, construyó su guarida bajo la raíz de un ombú gigante rodeado de cardos donde se escondía según el tiempo que fuera necesario en la zona de Muchas Islas, al norte de Bella Vista.
Designa con el nombre de Gobernador Ingeniero Valentín Virasoro al pueblo de Vuelta Ombú del Departamento de Santo Tomé.
Es fácil encontrar referencias al ombú dentro del folclore rioplatense y en la tradición gauchesca, su amplia copa servía de sombra a los viajeros durante las horas de sol más intenso, ganándole el mote de amigo del gaucho y su respeto.
El mismo nace en el bañado del mismo nombre, y recibe como afluentes a los arroyos Baez, Misericordia y Ombú, que desaguan los bañados homónimos.
El ejército fue equipado con armas obtenidas en el Brasil y se situó su cuartel general en Rincón del Ombú, al sur de Curuzú Cuatiá.
De regreso en Buenos Aires, fue incorporado al ejército que debía hacer la campaña al Brasil, como ayudante del general Mansilla, luchando en Ombú, Ituzaingó y batalla de Camacuá.
Sus aportes literarios más importantes se dieron en el campo de la lírica, que cultivó en la forma de poesía gauchesca y a la que contribuyó ampliamente a través de los semanarios tradicionalistas El terruño, El fogón y El ombú.
Otras calles son Los Talas, El Ombú, Los Robles, Las Araucarias, El Maitén, etc.
El palenque, con el moro atado, ensillado siempre, inmóvil y durmiendo, quedó rodeado de un verdadero fachinal, y el ombú, cada día más crecido, extendió poderosamente sus ramas verdes, como para proteger más y más el sueño siempre igual y profundo de don Aristóbulo.
Hubo que abrir a machete una verdadera picada en derechura hasta el ombú para cerciorarse de que siempre estaba allí don Aristóbulo.
La maleza se había extendido y tupido más y más, el ombú se había vuelto colosal y el rancho desaparecía casi por completo entre los yuyos y el cardal.
En las dos piezas del rancho y en la cocina, las generaciones de arañas se sucedían legándose y traspasándose en paz sus telas, siempre más numerosas, y tanto los bienteveo en las ramas del ombú, como en el crucero de la roldana del pozo silencioso los horneros, habían multiplicado los nidos, en medio de una tranquilidad sin par.
Uno yendo derecho pal Sur, hasta una pulpería de donde no tendría más que seguir el cayejón hasta la estansia y otro más corto, tomando derecho a un monte, que podía devisarse de donde estaban y, en crusándolo, enderesar a un ombú, que ésa era la estancia e la viuda.
Los mismos vecinos volvieron de vez en cuando, y viendo que siempre dormían en el palenque el moro, y al pie del ombú el amo, tomaron la costumbre de repuntarle la hacienda en la línea del campo, sin atreverse a turbar un sueño que, por lo duradero, no dejaba de parecerles algo prodigioso.
Y don Aristóbulo, sin hacer el menor movimiento, siguió durmiendo profundamente, bajo el ombú, lo mismo que en el palenque su caballo preferido.
Llamaron, nadie contestó, pero viendo al mismo dueño de casa recostado al pie del ombú, se le acercaron.
Pero ni remotamente sufrió de ella síntoma alguno, y después de haber rendido a los seres queridos, que para siempre lo habían abandonado, los últimos deberes, triste, desconsolado, los ojos hinchados de tanto llorar, muerto de cansancio moral y físico, por las vigilias y el horrible trabajo postrero, se sentó al pie de un pequeño ombú, plantado por él hacía tres años al lado de su rancho, y vencido por tan repetidas emociones se durmió.
Erguido en la planicie, orgullosamente asentado en sus enormes raíces, el ombú extendía en la soledad sus opulentas ramas.
El ser extraño que contemplábamos, detenidas con medroso asombro a la entrada de la cueva, tenía delante de un montón de hojas de colores, formas y dimensiones diversas, y que pertenecían a todos los árboles de la creación, desde el ombú de la Pampa, hasta el tara de la sierra, desde el cocotero del Ecuador hasta el pino de las nieves.
Tan hondos fueron los pensamientos que le consagró desde que lo vio por primera vez, que confundiendo la intensidad con la duración, se imaginó que eran años, años de intimidad, las pocas horas trascurridas desde la entrevista al borde del estanque bajo la sombra del ombú.
El joven patricio recibió las riendas de su caballo, de manos del negrillo cebador de mates, y montando con gracia y soltura sobre su Oscuro, hizo un profundo saludo a María, derramando sobre ella tal corriente del imán de sus ojos negros, que quedó como magnetizada sobre el tronco del ombú, en cuyas ramas se posaron al punto dos tórtolas silvestres que comenzaron a arrullar sus amores.
Pedro Fernández no lo repitió entre dientes tan luego como se levantó del asiento del ombú fascinado por el reflejo del estanque.
El capitán contestó cortésmente a las demostraciones del anciano, y bajando del caballo que condujo de la rienda hasta el umbral, estrechó la mano del dueño de casa, y ambos se sentaron en seguida en el extenso tronco del ombú, capaz y agradable canapé para un coro entero de bien nutridos canónigos.
El distraído jinete volvió en sí delante de aquel obstáculo repentino a su desesperada carrera, y examinando con una mirada el sitio y sus alrededores, descubrió la puerta de una habitación desde la cual le saludaba un anciano de rostro apacible y de cuerpo vigoroso, haciéndole señas que le invitaban a aceptar la hospitalidad de aquel vasto techo sombreado por un ombú secular y por un bosque en que se mezclaban los naranjos, los sauces llorones, las palmeras y las variadas especies de los afamados duraznos de las islas.
¿No era una picardía, por ejemplo, un abuso que no merecía perdón de Dios, de día, que estuviese la carne a disposición de todo el mundo, colgada allí bajo el ombú, que cada chusmón de esos, agregados que habían elegido domicilio en la cocina porque sí y que vivían a costillas del patrón, fuera y agarrara y cortajeara y churrasqueara a su antojo, como si se tratara de bienes difuntos?.
¿Quién que haya vivido algún tiempo en el campo, hablando mejor, quién que haya recorrido los campos con espíritu observador, no ha notado que el ombú indica siempre una casa habitada, o una población que fue, que el cardo no se halla sino en ciertos lugares, como que fue sembrado por los jesuitas, habiéndose propagado después?.
Poetas distinguidos, historiadores, han cantado al ombú y al cardo de la Pampa.

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