Ejemplos con ojeroso

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Siempre escondido tras la sombra de su gorro y del capuchón de su chaqueta, el ojeroso rostro de Eduardo Herrera es a veces un misterio.
Le veo a usted pálidoañadió aquél, algo ojeroso.
A la mañana siguiente se levantó un poco pálido y ojeroso, pero firme y resuelto a proseguir su obra de regeneración, a despecho de todos los obstáculos morales y materiales que surgiesen en su camino.
De la primera tartana vi bajar a Montemolín, un joven alto, de buena presencia, pálido, con una nube en un ojo, barba que renacía tenuemente después de afeitada, como cerquillo obscuro en los bordes del ovalado rostro, vi detrás al hermano, más pálido y ojeroso, menos interesante que el primogénito.
Su rostro estaba demudado y más pálido y ojeroso que ordinariamente.
Pablo, escuálido, ojeroso, amarillo, trémulo, parecía haber salido de la sepultura y esperar el canto del gallo para volverse a ella.
Era un muchacho pálido, ojeroso, exangüe y consumido por el trabajo, un infeliz, condenado, sin duda, a prisión perpetua en aquel mundo de legajos y mamotretos, siempre inclinado sobre aquella mesita cubierta con un tapete de bayeta verde, delante de aquel tintero de plomo lleno de tinta espesa y natosa.
La mañana, extremadamente fría, lluvia mentidita de calabobos, don Juan ojeroso y falto de sueño, la chica burlona, desenfadada y alegre.
¡Qué hermosa descripción podría hacerse de mujer romántica, joven, bonita y abandonada! El hueco del balcón donde destaca la gallarda figura esfumada en el incierto resplandor del amanecer, las gentiles formas ceñidas por un abrigo de viaje, el rostro pálido y ojeroso, aquellos labios huérfanos del beso, aquel pecho sin corsé, cuya blandura descansaba, no en las avariciosas manos del amante, sino en la fría barandilla de hierro, el ánimo combatido por la desesperación, el cuerpo invadido de laxitud y el sol oculto entre un cendal de nubes, como pesaroso de alumbrar tanta tristeza.
En efecto, Pluma, sin duda a consecuencia de sus desastrosos amores, estaba tan pálido y ojeroso que daba compasión.
Tenía el rostro compungido y desapacible, pálido y ojeroso, áspera y morena la tez, con el circuito de los ojos como si acabara de llorar, las cejas muy negras y pobladas, la boca un poco grande y con cierta gracia innata, casi desfigurada por el mohín compungido de sus labios, hechos a la modulación silenciosa de palabras santas.
Me parecía que todas tenían el mismo rostro pálido y ojeroso, recordaba a muchas con los ojos malos, las veía feas, con sus trajes antiartísticos que les llegaban hasta los pies, aunque fuesen muy pequeñas, unos pañolitos negros a la cabeza, como negro era asimismo el vestido, cual si llevasen el luto de ajenas culpas.
Quien no le hubiera visto desde que andaba por aquellos mismos lugares suelto y vigoroso, con el calor de su alma juvenil y apasionada reflejándose en sus ojos negros y en la tersura de sus mejillas, no le conociera a la sazón, vencida la altiva cabeza al peso de las ideas, triste y ojeroso el semblante, desmayado el antes gallardo cuerpo, y abandonado al antojo de la bestia que, fiada en el escaso vigor de la mano que la regía, más se cuidaba de caminar a gusto que de llegar pronto.
porque es de advertir que su semblante está mucho más pálido y ojeroso que de costumbre.
Hubo un movimiento y una exclamación a mi derecha y, atisbando entre las tinieblas, distinguí a Whitney, pálido, ojeroso y desaliñado, con la mirada fija en mí.
A la hora del desayuno lo encontré fatigado y ojeroso, con un toque de color febril en las mejillas.
Trifena quiso defender a Licas, pero fue pronto castigada, pues a las voces nuestras nos rodeó una gran afluencia y en presencia de todos los curiosos desenmascaré a la infame, mostrando el rostro ojeroso de Gitón y el mío a los circunstantes, para reputarla como lúbrica meretriz.
Aún yacía este en la meridiana, sin fuerzas, ojeroso, demacrado y con los labios pálidos, cuando el pintor abandonó a París.
De la primera tartana vi bajar a Montemolín, un joven alto, de buena presencia, pálido, con una nube en un ojo, barba que renacía tenuemente después de afeitada, como cerquillo obscuro en los bordes del ovalado rostro, vi detrás al hermano, más pálido y ojeroso, menos interesante que el primogénito.
En tanto allá abajo, en el parque, miraba al balcón cerrado del tocador de la Regenta, don Víctor, pálido y ojeroso, como si saliera de una orgía, daba pataditas en el suelo para sacudir el frío y decía a Frígilis, su amigo.
Que Irene andaba mal de salud, con fuertes jaquecas y grandes trastornos del estómago, y que por eso no había ido a la estación a recibirlos a ellos, ni se les había presentado después en las tres, o cuatro visitas que la habían hecho, que en estas tres o cuatro ocasiones ni Petrilla ni su madre parecían «las de otras veces», por su sequedad de frase, su actitud violenta y su falta de ingenuidad en cuanto hacían o trataban, que don Roque no daba pie con bola delante de ellos, y torpe y desconcertado como nunca, se emperraba en corregir cada atrocidad de las que se le escapaban, con otra de mayor calibre, que reía sin ton ni son hasta por lo que era más digno de ser deplorado, y se estremecía de pies a cabeza en cuanto le nombraban o nombraba a su egregio amigo, que estaba para llegar de un día a otro, que les había puesto su carruaje «a la orden,» y todas las mañanas les enviaba al hotel alguna cosa de regalo: flores, hortalizas raras o merluza fresca, pero en cantidades enormes, y, en fin, que el pobre hombre, en hechos y en palabras, estaba fuera de sus quicios, y además muy ojeroso, macilento y sobresaltado.
¡Mala traza llevaba el pobre hombre! Ojeroso, tristón, verdinegro y rechupado de faz, y lacio, ¡muy lacio! y desmadejado de cuerpo.
Mientras la carta precedente corría a su destino por la línea de Francia, el bueno de ''Casallena'', más ojeroso y macilento que de costumbre, casi afónico de puro lacio y melancólico, explicaba a su interlocutor, hombre que ya le doblaba la edad y con cara de pocos amigos, las últimas torturas con que le había martirizado el azote de su temperamento.
El marqués revolvía los tizones, su mujer miraba sin pestañear los monigotes de la chimenea, Ramón no cabía en la butaca, de desasosiego, y Carlos, más pálido y ojeroso que nunca, miraba cómo se retorcían las cintas de fuego entre los tizones, que se iban consumiendo a su contacto, como la humana vida entre las malas pasiones.
Entonces, bajo las colgaduras que la asombraban, apareció, envuelto en perezosa bata, un hombre de regular estatura, de rostro bello, aunque muy pálido y ojeroso, coronado por una frente ancha y bien delineada, sobre la que caían, en elegante y natural desorden, algunos mechones de cabellos negros y lustrosos.
Leticia condujo a uno de los divanes al sorprendido mancebo, que también tenía mucho de oriental entonces con lo lánguido y ojeroso que le habían dejado sus pesadumbres, y se sentó a su lado.
-Pos te lo diré: te las estoy jaciendo porque a mí, hier tarde, estando yo en ca de Pepico el Quitamanchas se me arrimó un gachó al que yo estimo, porque son de batista toas sus prendas interiores, y el tal gachó me dijo: «Señó Rafaé, usté que es güeno dende la cepa al racimo, usté que sabe que yo soy un hombre que lleva siempre la verdá a la grupa y la hombría de bien en la bandolera, usté que está enterao de que yo tengo pa más de un cuarto de gallina, si me la receta el méico, usté que sabe que yo no tengo más parientes que mis dientes, ni más parienta que la vía que me alienta, y usté que es, en fin, un hombre al que Dios le ha conservao to er pelo pa que cuando se muera usté sirva er pelo de usté de reliquia, usté va a jacer conmigo una obra de misericordia, porque aquí aonde usté me ve, con más fuerza que una yunta, más reondo que una bola con ca carrillo que pesa una carnicera, con una partía de bautismo que certifica que entoavía no he pasao de los treinta y pico de años, y con la salú por arrobas y con los güenos propósitos por quintales, aquí aonde usté me ve, yo estoy a pique de ponerme flaco y ojeroso y de perder la panza y de ver mi alegría de cuerpo presente, porque ha de saber usté que yo estoy enamorao, pero que tonto perdío, por una gachí que es to un acontecimiento de bonita y otro acontecimiento como mujer de bien y de su casa, y ha de saber usté que manque es libre, endispués de haber sío prisionera, yo no me atermino más que a mirarla, porque cuando le voy a platicar se me aflojan los gonces y se me traba la lengua, y por eso, porque yo necesito que ella me quiera, es por lo que yo he vinío a usté pa que usté me preste su ayuda, que Dios se lo pagará a usté con lo que Él saca pa pagarles a los güenos de su rica faltriquera».
Don Saturnino Bermúdez, pálido y ojeroso, con una sonrisa cortés que le llegaba de oreja a oreja, venía detrás, solo, también hecho un loquillo de la manera más desgraciada del mundo.

© Todos los derechos reservados Buscapalabra.com

Ariiba