Ejemplos con negrísimo

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

En el Veloz disipóse de repente su humor negrísimo y comenzó a reír y divertirse como un muchacho, Gorito Sardona y Paco Vélez, asomados a un balcón, tiraban a los transeúntes un , y púsose Jacobo a ayudarles, era el saquillo un lindo canastito, adornado con cintas y cascabeles, y atado con un cordón de seda lo bastante corto para que no llegase a dar en los sombreros de los transeúntes.
El cabello de Doña Clara era negrísimo, las manos y el pie pequeños, la cabeza bien plantada y airosa.
Sombreaba un tanto el labio superior de Rosita un bozo sutil, y, como su cabello, negrísimo.
Sobre el negrísimo cabello lucía, prendido con gracia, un ramo de flores de granado.
El Padre Eterno, con su luenga barba blanca y sus talares vestiduras, parecía próximo a ceder, cuando en un nubarrón negrísimo apareció Cristo, no indulgente y bondadoso, sino un Cristo tétrico, ceñudo, imponente, vengativo, vestido con morada túnica y coronado de espinas, como le veía representado en algunas iglesias, con el semblante lívido, cetrino, agónico, la larga cabellera lacia cayendo a los lados del demacrado rostro, surcado por algunas gotas de sangre que resbalaban sobre su traje dejando repugnantes manchas negruzcas, y en cuyos ojos vidriosos sólo brillaba un destello de ira.
Alto, delgado, su tipo era el tipo árabe, no sólo en la distinción serena de los gestos sobrios y armoniosos, sino en la palidez mate del rostro, en los labios delgados, en los ojos grandes, negros, melancólicos y soñadores, y en el pelo negrísimo que caía en una onda de azabache sobre la frente alta y despejada.
No era medalla devota, sino medallón de oro: contenía una miniatura, rodeada de un aro de pelo negrísimo.
Éste contempló durante algunos instantes en silencio al chaval como si intentara reproducir su semblante moreno de curvas mejillas, de grandes ojos, de perfil agitanado y de pelo negrísimo, y tras aquellos instantes de silencio preguntóle con acento bronco y de simpáticas vibraciones:.
Contempla la de los Encajes con indiferente expresión el golpe de vista que presenta la calle, su figura destácase en la riente penumbra como en ella colocada por la mano de un artífice, con su rostro atezado donde la juventud desborda en tersuras y en purpurinas florescencias, con sus ojos fulgurantes y lánguidos, con sus labios carmesíes y carnosos que siempre entreabiertos, dejan ver la dentadura, si desigual, limpia y como de marfil, con su pelo lacio y negrísimo partido en dos bandas sobre la frente y graciosamente recogido sobre la nuca, con su nariz que ligeramente arremangada da a su rostro apicarada expresión, lo mismo que los dos hoyuelos que al sonreír aparecen en sus bien curvadas mejillas.
¡Dios santo, cuán hondas eran sus angustias, sus temores, su desesperación! No quería pensar en la muerte, pero esta idea, pájaro de negrísimo plumaje, parecía empeñado en abatirlo en ella.
-No es maluquillo der tó -dijo el Oblea atusándose el recio y negrísimo bigote.
Rosario se sentó en la reja, adornada con sus trapitos de cristianar, su falda encarnada de franela, el ajustado cuerpecillo de franela también, pero de color gris con adornos en negro, cerrado en la garganta por un a modo de ceñido corbatín de raso y encajes, delantal azul de abullonados bolsillos y orlado de blanquísima randa, adornado el negrísimo pelo por doradas agujetas y algunas flores graciosamente prendidas entre los relucientes rizos, grandes aros de oro en las diminutas orejas, algunos ajustadores del mismo metal en los pequeñísimos dedos, y bien calzado el pulido pie por blancos brodequines de becerro de caladas punteras.
Volvió a quedar en silencio el hondilón, tornó Paquiro a sus hábiles escamoteos, seguía el Caravaca haciendo temblar al conjuro de sus imponentes ronquidos la cristalería de los pintarrajeados anaqueles, y dábale fin el Penitas a la última de las copas, cuando apareció en la puerta de la taberna, penetrando después en ésta como en país conquistado, Currita la Quinquillera, una de las más famosas de todas las vendedoras de randas y encajes de Andalucía, hembra como de treinta abriles, de caderas y senos imponentes, tez cobriza, pelo negrísimo, encaracolado en las sienes y cayéndole sobre la nuca en pesadísima castaña, donde lucía un enorme clavelón de tallo larguísimo, dos grandes aretes, de oro, al parecer, brillaban en sus diminutas orejas, un pañuelo amarillo estampado de vivos colores atersábase sobre su seno de nodriza montañesa, su falda de percal encarnado de anchos volantes de vivos negros, dejaba del todo descubierto el pie calzado por arqueados brodequines y el principio de la pantorrilla, de una pantorrilla arrogante, heraldo de otras y más tentadoras arrogancias.
Y mientras el Caperuza, después de lavarse como el aseo ordena, vestíase sus prendas de buen tejido y corte un tantico, y un tantico más, achulado, observábalo su amigo con extraña fijeza, como si quisiera enterarse hasta la saciedad de que habíalo dotado Dios o su representante Santa y Pródiga Madre Naturaleza, de gallarda apostura, de cuerpo enjuto y elegante, de pelo negrísimo, como las corridas cejas y el ligerísimo bigote, de ojos grandes y febriles, de tez oscura, fresca y de rojos desvanecidos en las mejillas, de facciones briosas y correctas y de labios gruesos y salientes y de encendido color.
Rosario, el día en que abandonara el lecho, sentóse a la puerta del edificio a respirar la perfumante brisa de aquella tarde de otoño: la dolencia había dejado en su persona sus huellas pálidas, su tez estaba descolorida, su cuerpo enjuto y falto de curvaturas, su pelo, antes abundante y negrísimo, había sido amputado en el período álgido de la fiebre que habíala tenido durante tantos días con vistas al Camposanto.
Maricucha en aquellos años primeros fue su compañera de juegos y travesuras, todos los días, a las primeras luces, lanzábase nuestro mozo a la calle con su lata debajo del brazo, enseñando las carnes por entre los jirones del calzón y por los de la destrozada chamarreta, caminando alegremente hacia el puente de la Aurora, donde, a la sombra en estío, y en invierno soleándose sobre el muro, descalza y apenas vestida, pero limpia y peinada, y a veces con un matujo en el negrísimo cabello, aguardábale Maricucha, que contaría dos o tres años menos que él y que era de tez suave y aterciopelada, de grandes ojos dulces y risueños, de cabellera espléndida, de labios carmesíes y de facciones de lineal maravilloso.
Y meciéndose en ella suavemente, cruzadas las piernas, entornados los párpados y las manos sobre el incipiente abdomen, pronto hubiérase quedado dormido nuestro protagonista a no penetrar en la estancia Rosario la Caperusa, mal sujeto el negrísimo pelo, que caíale en partidas bandas sobre la curva frente y en encrespados bucles sobre la nuca, luciendo, erguida, la figura escultural, atensada la chaquetilla sobre el provocativo seno, relampagueantes los magníficos ojos y mordiéndose los gruesos y encendidos labios con la más bella dentadura que ha engarzado en humanas encías Santa y Pródiga madre Naturaleza.
-¡Niñas, el carbonero! -gritó de nuevo el de Mairena, y al conjuro de su voz dejó precipitadamente Rosario el lebrillo en que luchaba denodadamente por devolver a algunas prendas interiores su primitiva blancura, y con las mangas de la chaquetilla arrollada en los brazos redondos y bien dibujados, aprisionándose casi del todo la esbelta cintura con ambas manos, revuelto el pelo negrísimo y rizoso, haciendo sonar de modo rápido, no las bordadas chinelas, sino dos brodequines fuera de uso y convertidos en babuchas merced a dos martillazos en el contrafuerte, un tanto jadeante la respiración, arrogante y mal jateada y riente y animado el rostro juvenil y bellísimo, lanzóse a la puerta de la calle mientras su madre le gritaba con voz gangosa:.
Por curiosidad abrí el ventanillo o «cuarterón» de una de las hojas del claro más próximo a mí, y todo lo vi negro, negrísimo, al través de un mezquino cristalejo, abrí después la hoja entera, que daba a un balcón con repisas de piedra, y aún me pareció más negro que antes lo que de este modo se veía.

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