Ejemplos con mísero

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Iba a salir el enemigo: ¡atención! Empuñó la escopeta para hacer fuego apenas se mostrase el extremo del arma enemiga, pero quedó inmóvil y confuso al ver que era una falda negra rematada por unos pies desnudos dentro de viejas alpargatas, y sobre esto un busto mísero, encorvado y huesudo, una cabeza cobriza y arrugada, con sólo un ojo, y ralos cabellos grises que dejaban brillar entre sus mechas el barniz de la calvicie.
Sólo al mísero escritor entregan férula y palmeta a fin de que vapulee a la sociedad, pero con tal disimulo, que ésta haya de tomar los disciplinazos por caricias, y enmendarse a puros entretenidos azotes.
No había una mancha de prosperidad y riqueza en el mísero mapa de España, que no la ocupasen ellos.
La Muerte rondaba en torno del mísero populacho, como un lobo alrededor del rebaño, siempre vigilante, con las uñas afuera y los dientes agudos.
El mísero rebaño de los mineros, albergado en los barracones y cantinas, tenía una fe ciega en su ciencia, le miraba como a un brujo capaz de los mayores prodigios para remendar los desperfectos del andamiaje humano.
Iba de un lado a otro con el manteo terciado y la teja en la mano, un pobre sombrero sin rastro de pelo, abollado, con una capa de grasa en las alas, mísero y viejo como la sotana y los zapatos.
En el lado opuesto, el misterioso pastor de las Navas que enseñó a los cristianos el camino de la victoria, desapareciendo después como un enviado divino: imagen de mísero villano, con el rostro achatado cubierto por un grosero capuchón.
Su debilidad le hacía andar vacilante y trémulo como un niño, pero olvidando su mísero estado, se apiadaba de otros compañeros más enfermos que él, con visibles cicatrices de los tormentos sufridos y el sexo atrofiado por bárbaras estrangulaciones.
Se cubría el rostro con el mísero mantón, ocultando sus lágrimas.
Un hijo de tus entrañas sería un mísero engendro, con los huesos cariados y las venas llenas de podredumbre.
El señor Fidel había caído enfermo, y para que la Obrería, evitando gastos, no privase al viejo de su mísero sueldo, se abstenía de pedir un nuevo compañero.
Atravesaron la galería cubierta del arco del Arzobispo y entraron en el claustro alto, llamado las Claverías: cuatro pórticos iguales en la longitud a los del claustro bajo, pero desnudos de toda decoración y con un aspecto mísero.
En el pilar que divide las dos hojas de la puerta, Jesús, con corona y manto de rey, flaco, estirado, con el aire enfermizo y mísero que los imagineros medioevales daban a sus figuras para expresar la divina sublimidad.
El campanero se cruzó varias veces con él, siguiéndole con mirada inquieta, como si le inspirase poca confianza aquel desconocido de mísero aspecto vagando a la hora en que las riquezas de las capillas no pueden ser vigiladas.
Soltaron las mustias ubres hasta su última gota de leche insípida, producto de un mísero pasto de hojas de col y desperdicios, y al fin Pepeta emprendió la vuelta a su barraca.
Sus propósitos no podían, sin embargo, ser aquella mañana mejores, ni sus intenciones más rectas: celebrábase al día siguiente el santo del padre rector con una jira de campo famosísima, allá en la playa de Biarritz, y el mísero Tapón, condenado por tres o cuatro sentencias a recluimiento perpetuo, proponíase, con un día entero de observancia completa, alcanzar el indulto general de sus condenas y el sobreseimiento de las diez o doce causas que, por diversos atentados, conatos e infracciones de la ley, se le seguían ante el tribunal del padre prefecto.
Con esto, el mísero zagalillo de las montañas de Teruel se convirtió en un aprendiz listo, aseado y trabajador, que, según las profecías de los dependientes viejos, llegaría a ser algo.
El mísero rebaño pasó ante doña Manuela con triste chancleteo, y la señora no pudo reprimir un movimiento de repulsión ante aquellas cabelleras greñudas y encrespadas que servían de marco a rostros escuálidos y sucios, en los que la piel tomaba aspecto de corteza.
A veces exploraba el mísero cesante su conciencia, y se asombraba de no encontrar en ella nada en qué fundar terminantemente su filiación política.
¡Pobrecito! exclamó con vivo dolor Jacinta, observando que el mísero traje del era todo agujeros.
Daba dolor ver las anatomías de aquellos pobres animales, que apenas desplumados eran suspendidos por la cabeza, conservando la cola como un sarcasmo de su mísero destino.
Acostumbrado a pasarse los días y las noches al sereno, en espera de la liebre, del conejo o de la perdiz, hecho a apretarse la cintura con una cuerda, a la manera de los salvajes, en las muchas ocasiones en que le faltaba un mendrugo de pan que roer, el mísero ratoncillo era dichoso cuando le tocaba cazar con gente de pro, de la que se lleva al cazadero botas henchidas de lo añejo, cocidos y cigarros, ufanábase cuando le celebraban sus patrañas: las narraba cada día con mayor seriedad, convicción y tono ingenuo, y a todas las chanzas respondía invocando a Dios y a los santos de la corte celestial en apoyo de sus aseveraciones estrambóticas.
Cuando el mísero chiquillo, medio ahogado, se sintió libre de aquella estatua de plomo que a poco más le convierte en oblea, miró hacia atrás.
Debajo del palio penetró, pues, el mísero, al dejarse llevar de aquel amoroso, irresistible impulso.
Recogióla el mísero, y la estrechó a su corazon, como el trofeo de toda su vida.
Estaba tan ciego el mísero y anciano cadí, que si otros mil disparates le dijeran, como fueran encaminados a cumplir sus esperanzas, todos los creyera, cuanto mas que le pareció que todo lo que decian llevaba buen camino y prometia próspero suceso: y así era la verdad, si la intencion de los dos consejeros no fuera levantarse con el bajel y darle a él la muerte en pago de sus locos pensamientos.
Yace aquí de un amador el mísero cuerpo helado, que fue pastor de ganado, perdido por desamor.
Las voces que el mísero manteado daba fueron tantas, que llegaron a los oídos de su amo, el cual, determinándose a escuchar atentamente, creyó que alguna nueva aventura le venía, hasta que claramente conoció que el que gritaba era su escudero, y, volviendo las riendas, con un penado galope llegó a la venta, y, hallándola cerrada, la rodeó por ver si hallaba por donde entrar, pero no hubo llegado a las paredes del corral, que no eran muy altas, cuando vio el mal juego que se le hacía a su escudero.
De una cosa me pesa, señor mío, más que de otras, que es pensar qué medio se ha de tener cuando vuesa merced venza a algún gigante o otro caballero, y le mande que se vaya a presentar ante la hermosura de la señora Dulcinea: ¿adónde la ha de hallar este pobre gigante, o este pobre y mísero caballero vencido? Paréceme que los veo andar por el Toboso hechos unos bausanes, buscando a mi señora Dulcinea, y, aunque la encuentren en mitad de la calle, no la conocerán más que a mi padre.
Pues siendo esto así, y que realmente murió este caballero, ¿cómo ahora se queja y sospira de cuando en cuando, como si estuviese vivo? Esto dicho, el mísero Durandarte, dando una gran voz, dijo:.

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