Ejemplos con muchachos

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Da pena ver a los muchachos andando torpemente por las calles con sus sombreros anchos, sus blusas, su puro, oliendo a cuadra y a aguardiente.
Los muchachos ,- a la calle cuando la banda empezó a tocar.
Los muchachos ,- estaban andando por las calles olían a aguardiente.
A ,- de las tres los muchachos salen a la calle.
Ojalá vosotros, muchachos y muchachas americanos, que estudiáis con entusiasmo la lengua española, podáis percibir también en estas páginas breves y vibrantes algo del encanto de aquella tierra misteriosa y lejana de donde salieron los primeros hombres blancosde un blanco atezado y moreno como el de Juan Ramónque llegaron a las costas maravillosas de América.
Al menos para los muchachos de España no tiene oscuridades ni secretos.
Indignábale la osadía de los muchachos que, a veces y por curiosear, asomaban la cabeza dentro del establecimiento, y prohibía severamente a su hija, niña de tres años, jugar con sus conocidas, por no haber entre ellas ninguna de su.
Formaban los muchachos por parejas, cogidos de la manolo mismo que en los colegios de Valencia, ¿qué se creían algunos?, y salían de la barraca, besando antes la diestra escamosa de don Joaquín y repitiendo todos de corrido al pasar junto a él:.
A la caída del sol soltaban los muchachos su último cántico, dando gracias al Señor porque les había asistido con sus luces , y recogía cada cual el saquillo de la comida, pues como las distancias en la huerta no eran poca cosa, los chicos salían por la mañana de sus barracas con provisiones para pasar el día en la escuela.
Hablaba en valenciano a los muchachos, regalándoles el fruto de su experiencia.
Tan a ciegas iban los golpes, que los demás muchachos se apretaban en los bancos, se encogían, escondiendo cada cual la cabeza en el hombro del vecino, y a un chiquitín, el hijo pequeño de Batiste, asustado por el estrépito de la caña, se le fué el cuerpo.
¡Qué explosión de cólera la de don Joaquín! Lo que más le irritaba era la afición de los muchachos a llamarse por los apodos de sus padres y aun a fabricarlos nuevos.
Y los muchachos contestaban con furiosas cabezadas, chocando algunos la testa con la del vecino, y hasta su mujer, conmovida por lo del templo y la antorcha, cesaba de hacer media y echaba atrás la silleta de esparto, para envolver a su esposo en una mirada de admiración.
Ésta sólo interesaba a los muchachos, que, heredando el odio de sus padres, se metían por entre las ortigas de los campos yermos para acribillar a pedradas la abandonada vivienda, romper los maderos de su cerrada puerta, o cegar con tierra y pedruscos el pozo que se abría bajo una parra vetusta.
Cogidos los tres de la mano, procuraban andar a la zaga de los otros muchachos, que, por ser de las barracas inmediatas a la suya, sentían el mismo odio de sus padres contra Batiste y su familia, y no perdían ocasión de molestarles.
Esta calumnia, inventada por los enemigos de su padre, era lo que más enfurecía a los muchachos.
Doblegábanse los nispereros con el peso de los amarillos racimos cubiertos de barnizadas hojas, asomaban los albaricoques entre el follaje como rosadas mejillas de niño, registraban los muchachos con impaciencia las corpulentas higueras, buscando codiciosos las brevas primerizas, y en los jardines, por encima de las tapias, exhalaban los jazmines su fragancia azucarada, y las magnolias, como incensarios de marfil, esparcían su perfume en el ambiente ardoroso impregnado de olor de mies.
Los muchachos le obedecieron cuchicheando.
¡Allí, joven, allí! ¡En aquella casa pintada de amarillo! ¡El ruido de los muchachos le dirá dónde! ¡Allí está la escuela!.
¡Señora Juana: aquí estamos ya! ¡El chocolatito! Tú tomarás café con leche, ¿no es eso? Ustedes los muchachos no gustan ya del chocolate, dicen que es antigualla.
¡Qué gusto! ¡Todos los muchachos de aquí salen con cajas destempladas! ¡Mejor! ¡Mejor! ¡Quién les manda enamorar marquesitas! Y bien visto, ¿quiénes son los enamorados? Eduardito ¡sólo Eduardito! El muy tonto, como tiene dinero, como su padre es rico, está seguro de que le hará caso.
Me ocurre preguntar: ¿Será interesante para ella este modesto libro que acaso peca de indiscreto? ¿No será acogido con menosprecio y risas burlonas? Yo quiero que los muchachos que ahora empiezan a vivir, sepan cómo sentían y pensaban los jóvenes de aquel tiempo.
¡No puedo hacer otra cosa! ¿En qué puede ganar más un chico que acaba de salir del colegio, y que vive, acaso por necesidad, en esta ilustre y magnífica Villaverde? Pues así como Rodolfo viven todos los muchachos villaverdinos.
Los muchachos no tienen en qué pensar, y como no han de ir a jugar tresillo con nosotros, se van por esos mundos de Dios, o del Diablo, y ¡ustedes saben lo que sigue! Y he dicho y preguntado más que Ripalda, y aquí paz y después ¡gloria! Amén.

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