Ejemplos con mordacidad

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Como cronista político Umbral hizo gala, además, de una gran acidez y mordacidad y una increíble intuición para captar la epidermis oculta de los asuntos.
Sus compañeros, incluso Watson, famoso por la mordacidad con que se refiere a sus colegas, expresaron repetidas veces su respeto personal e intelectual por ella.
Empezó entonces un período de cohabitación con las dos amantes, Luis XIV deseaba que Luisa se quedara a su lado, aunque sólo se vieran de tarde en tarde, y Luisa, con la esperanza de reconquistar el corazón del rey al que no había dejado de amar, soportó todas las humillaciones a las que la sometió la nueva favorita, bien conocida por su mordacidad y causticidad.
Las leyendas subrayan con mordacidad la nimiedad de los motivos y contrastan con los rostros de angustia y desesperación de los reos.
Pero Sebastian no es un niño, sino una sofisticada mente literaria que contempla el horror y plasma con una brillante y lúcida mordacidad la crueldad, cobardía y estupidez de sus amigos de la sociedad cultural y mundana de Bucarest y cómo estos se transforman voluntariamente en criminales intelectuales.
Se nos habla, con inteligencia y mordacidad, del inicio en el sexo en unos adolescentes de un pueblecito italiano y de millones de cosas más.
Las letras de sus canciones siempre tienen el pesimismo, el existencialismo, el nihilismo y la mordacidad como telón de fondo, de modo que las metáforas kafkianas salpican a diestro y siniestro toda composición subversiva.
Entró a trabajar en el periódico de Filadelfia Daily Standard y empezó a fraguar su reputación como crítico literario, muy conocido por su mordacidad y carácter vengativo.
Su estilo se caracteriza por una implacable mordacidad acompañada de una hilaridad que se declina hasta el absurdo.
Y con un punto de mordacidad que trasciende con frecuencia el simple chiste.
Tiene poemas de notable mordacidad social que habría querido Rafael Barrett incluirlos en sus Moralidades actuales.
Núñez, como ya se ha dicho, le llevaba ocho o diez años de edad, gozaba de un nombre ilustre como pintor, frecuentaba la alta sociedad y era temido y agasajado por su mordacidad.
De quien me acuerdo es de Arriaza, y no porque me fuera muy simpático, pues la índole adamada y aduladora de sus versos serios y la mordacidad de sus sátiras me hacían poca gracia, sino porque siempre le vi en todas partes, en tertulias, cafés, librerías y reuniones de diversas clases.
también entendía de mordacidad, pero la ocasión no se presentaba y él.
exhibir mi mordacidad.
Ni la crítica hostil de eruditos apasionado, ni la mordacidad atrevida de medianías envidiosas, me han negado que esta obra me ha derecho a tenerme por autor dramático, y el tiempo y la opinión pública han sancionado esta pretenciosa vanidad mía.
sin el picante de Suetonio, sin la atención de Justino, sin la mordacidad del Platina.
mordacidad.
Leticia aguantó el golpe con la serenidad de una estatua de piedra, con gran asombro del banquero, que se gozaba en el castigo que hallaba su injustificada mordacidad con él, en la imprudente alusión de su propio marido.
A esto se llamaba mordacidad, con bien poco fundamento, a mi juicio.
Jamás había hallado al indiano tan fogoso e insinuante, y en su propósito de aislarle más para conquistarle mejor, clavó a Coteruco, en cuerpo y alma, en la picota de su mordacidad.
Ocúrresele mirar al campo de donde parten tantos proyectiles, y le ve usted sembrado de ridiculeces, farsas y toda clase de miserias, saca usted al palo media docena de ellas, por vía de muestra, en un papel, en un folleto o en un libro, y ¡Virgen María, cómo le ponen a usted de intolerante y de mordaz, los mismos que tienen la mordacidad y la intolerancia por oficio!.
Merecido, eso sí, ¡muy merecido! Pero ¿dónde estaban el valor y las fuerzas necesarias para resistirlo? Hasta con el mar se luchaba y en ocasiones se vencía, pero contra la justa indignación de un caballero, contra el enojo de sus amigos, contra la mordacidad de los malvados y contra el aborrecimiento de ella.
Llámanle la atención en el sol más sus manchas que su luz, y sus ojos, verdaderos microscopios, le hacen notar la fealdad de los poros exagerados, y las desigualdades de la tez en una Venus, donde no ven los demás sino la proporción de las facciones y la pulidez de los contornos, ve detrás de la acción aparentemente generosa el móvil mezquino que la produce, ¡y eso llaman sin embargo ser feliz! Esa acrimonia misma, esa mordacidad jocosa que suele hacer tan a menudo el contento de los demás, es en él la fría impasibilidad del espejo que reproduce las figuras no sólo sin gozar, sino a veces empañándose.
Créese vulgarmente que sólo un principio de envidia, y la impotencia de crear, o un germen de mal humor y de misantropía, hijo de circunstancias personales o de un defecto de organización, pueden prestar a un escritor aquella acrimonia y picante mordacidad que suelen ser el distintivo de los escritos satíricos.
Y en segundo lugar, concluyo: que no existe un público único, invariable, juez imparcial, como se pretende, que cada clase de la sociedad tiene su público particular, de cuyos rasgos y caracteres diversos y aun heterogéneos se compone la fisonomía monstruosa del que llamamos público, que éste es caprichoso, y casi siempre tan injusto y parcial como la mayor parte de los hombres que le componen, que es intolerante al mismo tiempo que sufrido, y rutinero al mismo tiempo que novelero, aunque parezcan dos paradojas, que prefiere sin razón, y se decide sin motivo fundado, que se deja llevar de impresiones pasajeras, que ama con idolatría sin porqué, y aborrece de muerte sin causa, que es maligno y mal pensado, y se recrea con la mordacidad, que por lo regular siente en masa y reunido de una manera muy distinta que cada uno de sus individuos en particular, que suele ser su favorita la medianía intrigante y charlatana, y objeto de su olvido o de su desprecio el mérito modesto, que olvida con facilidad e ingratitud los servicios más importantes, y premia con usura a quien le lisonjea y le engaña, y, por último, que con gran sinrazón queremos confundirle con la posteridad, que casi siempre revoca sus fallos interesados.

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