Ejemplos con montañesas

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Cabe preguntarse cuántas de ellas son montañesas de origen y prestadas al castellano y viceversa.
El Caúcaso Occidental y el Caúcaso Oriental, más diferenciados y más cerrados que el Caúcaso central, se ha prestado fácilmente a la formación de comunidades montañesas, muy celosas de su peculiaridad nacional.
En tiempos recientes, el término aborigen está siendo utilizado para describir viejas líneas sanguíneas montañesas no aptas para exhibiciones, pero es muy desorientante y frecuentemente es un truco publicitario de algunos criadores.
Pero si algo destaca en este periodo de arquitectura regional son las torres medievales, las casas fuertes montañesas y demás arquitectura popular urbana.
Este se convirtió en el arte burgués y urbano por excelencia, por lo que no es de entrañar que su aparición en tierras montañesas vino propiciada por el desarrollo de las cuatro villas costeras: San Vicente de la Barquera, Santander, Laredo y Castro-Urdiales.
Esta va desde las humildes chozas de pastor, invernales y chuzones, hasta las hidalgas casonas montañesas y nobles palacios, pasando por la conocida casa tradicional montañesa o las modestas cabañas pasiegas.
Siguiendo los consejos de las mencionadas personas, no será la alteración hecha en los_ BOCETOS AL TEMPLE ESCENAS MONTAÑESAS ESBOZOS y RASGUÑOS, _y desprendiéndose, en cambio, de lo que, con muy justos títulos, le reclama este su hermano menor.
¡qué dulzura de mirada, qué corazón tan puro revela esa sonrisa! ¡qué alegría y resignación en medio de la miseria y de las espantosas privaciones que parecen perseguir a estos dos ancianos! Y esta pobre mujer, envejecida más por los trabajos y las enfermedades que por la edad, flaca y pálida ahora, fue una joven dotada de esa gracia sencilla y humilde de las montañesas de este rumbo, y que ellas conservan, como Vd.
Montañesas, gallegas, asturianas y demás variedades del bello sexo macizo, conferenciaban sobre economía culinaria en las avenidas de los mercados.
En esto salió del cuarto del portal, pieza de carácter en las casas montañesas, un mozo como un trinquete: recién peinado, bien vestido, aunque no de gala, y con los zapatos, sobre medias de color, ajustados al empeine con cordones verdes.
Abrióse al mismo tiempo la puerta del ''estragal'', que es el vestíbulo de las casas montañesas, y salió a alumbrar al recién venido una mocetona bien aliñada.
Si aquel día hubiera habido danzas, como otros años en igual ocasión, habrían ido entre el pendón y el santo pero no pudieron arreglarse por no sé qué dificultades surgidas de pronto, y faltó ese detalle, que es la salsa de las grandes festividades montañesas, con harta pesadumbre de propios y colindantes.
El asunto es que algunos de mis paisanos, muy pocos, afortunadamente, han creído hallar en más de una página de mis ''Escenas montañesas'' motivo suficiente para que se sobrexcite y alarme su amor patrio, y que yo, que me guardaría muy bien de rebelarme contra el fallo del más incompetente crítico, a quien se le antojase apreciar aún en menos de lo poco que vale mi chirumen, como buen montañés, amante fervorosísimo de mi bella patria, no puedo, ni debo.
Pues bien: supongamos ahora que yo hubiera tenido ingenio bastante para componer un libro de leyendas poéticas y edificantes, llenas de madres resabidas y sentimentales, de padres eruditos y elocuentes, y de hijos galanes, trovadores y sensibles como los pastores de la ''Galatea'', quiero imaginarme que, al pintar el concejo de mi tierra, hubiera arrojado de él al tío ''Merlín'', y puesto por tema de discusión, en vez del que allí se ventiló bajo la impresión de una suspicacia casi estúpida y de una malicia lamentable, tal cual égloga de Virgilio o artículo del ''Código Penal'', como para una asamblea de académicos escrupulosos o de sabios legisladores, supongamos que, en lugar de exhibir a la familia del tío ''Nardo'' vendiendo hasta las tejas para ''echar a América'' al niño ''Andrés'' con la esperanza de verle tornar un día rico e influyente, sin hacerse cargo de los infinitos ambiciosos montañeses que han perecido hambrientos y abandonados en aquellas regiones, hubiera pintado un indiano poderoso en cada casa, arrojando sin cesar talegas de onzas por la ventana y atando los perros con longaniza, supongamos también que, en vez del sencillo mayorazgo ''Seturas'', hubiera presentado un patriarca venerable explicando, bajo los bardales de una calleja, las maravillas de la botánica y de la astronomía, deteniéndose extáticos, ante la majestad de su palabra, los tardos bueyes, los fieles canes y los rizados borregos, supóngase asimismo que, en lugar de admitir como base del carácter del campesino montañés el puntillo y la suspicacia, causa de tantos males en este país, donde todos los días es una verdad el ''paso'' de ''Las Aceitunas'' del buen Lope de Rueda le hubiese poblado de hombres infalibles y longánimos, sin más tribunales que el de la penitencia, ni otras leyes que las del Decálogo, supongamos, además, que, en lugar de ''Cafetera'' y de la nuera del tío ''Bolina'', y de otros personajes ''ejusdem farinae'' que andan por el libro, hubiera presentado algo parecido a los marineritos que bailan en el teatro la ''tarantela napolitana'', y a las bateleras del ''demimonde'' en las regatas del Sena, supongamos, en fin, que yo hubiera sido capaz de crear un país y un paisanaje con todos los primores que caben en la naturaleza y en la humanidad, y de sacar a la plaza pública esa creación con el título de ''Escenas Montañesas'': ¿qué hubieran dicho entonces de ella esos mismos señores a quienes dedico estas líneas? De fijo: «Hombre, esto es muy bueno sin duda, pero tiene tanto de montañés como nosotros de turcos.
Lo que aquí pasa, pasa también en cualquiera otra provincia de España, y estas costumbres lo mismo pueden llamarse montañesas que manchegas.
Y en ambos casos habrían desdeñado el libro, y éste no hubiera corrido de mano en mano todos los rincones de la Montaña, ni a sus personajes se les hubiesen abierto todas las cocinas montañesas, como a ''gente de la casa'', señal infalible de que es bueno el retrato en cuanto al parecido, por más que, como obra mía, no luzca primores de arte.
Al verlas, se acordó de Rosa, que, comparada con las montañesas suizas, le pareció una rosal de Alejandría comparada con un cardo borriquero.
Busquemos las blancas y limpias queserías habitadas por montañesas inocentes y hermosa como la Virgen de Underwald, cantada por el sublime d'Arlincourt, los tranquilos lagos y la tradiciones populares que deben conservar en estas montañas el recuerdo de Arnoldo, Werner, de Furst, de Tell, de todos esos héroes, que libraron a la Helvecia del tirano Gessler.
Piensa permanecer en aquel romántico y encantador país la mayor parte del verano, y hasta teme, y a la vez desea, que le cautiven los ojos de alguna de aquellas bellísimos montañesas, que, en su concepto, deben atesorar, armónicamente combinados, el ardiente e impetuoso amor de la raza latina y el purísimo y delicado sentimiento de la raza germana.
Había logrado demostrar que la bruja no era invulnerable, quizá dejar descubierto un camino por donde otros podían llegar hasta matarla, o matar a otras tan brujas como ella, pero la Rámila vivía, y aunque en el murio no se la vio más ni en la puerta se oyeron sus garrotazos, la bruja no podía dejar de vengarse, y el temor de aquella venganza fue el espadón que tuvo sobre su cabeza el pobre Tablucas, temor tan insufrible como las apariciones del perro, hasta que Dios dispuso de la infeliz anciana y se la llevó a mejor vida que la que le cupo en suerte entre los crédulos campesinos de Cumbrales, que no se han curado todavía, ni se curarán jamás, de esas flaquezas, como tantas otras gentes que no son de Cumbrales, ni montañesas, ni campesinas.
Con este dato, adivine el perspicaz lector por qué se llaman hilas y no soirées ni recepciones las tertulias montañesas del género y calidad de la que yo voy a describir.
Digámoslo en honra de la Montaña y de las montañesas.
No bien la hubo conocido, apeóse rápido, entregó el caballo a un chicuelo de los varios que solicitaron esa tradicional manera de ganarse unos cuartos en las romerías montañesas, y corrió a saludarla.
La tarde estaba hermosa, como tarde primaveral, el camino seco y ya festoneado de margaritas, esa microscópica flor, ornamento profuso de las praderas montañesas, la primera que brota en cuanto el invierno recoge su triste manto de escarchas y el sol aparece secando las pozas y encauzando los regatos vagabundos.
Podrá, digo, haber éstas o parecidas diferencias de detalle entre las romerías montañesas y otras de allende, pero en lo esencial son idénticas.
Era el salón muy grande, a la usanza casas de campo montañesas, de fines del siglo pasado y comienzos del actual.
Las montañesas, bellísimas, encantadoras, hay que confesarlo.
Las huertas de Toca y de Noriega han depuesto su clásica hortaliza en cambio de pintados pabellones, el rústico hortelano emigró de ellas con su pesado azadón para hacer lugar al pintor y al tapicero, a la música de las chicharras y de los gorriones sucedieron los dulces ecos de una orquesta, y sobre los desnudos pavimentos, en lugar de cucarachas y abejorros, bailan, se rebullen y pasean las bellas sílfides montañesas y los feos pollos y los gallos, disputándose en reñida lid el dulce botín de una mirada o el primer pliegue de una sonrisa.
Escribir un libro de costumbres montañesas y no dedicar algunas páginas a la costurera sería quitar a Santander uno de los rasgos más característicos de su fisonomía.
El origen de esta ceremonia no consta en las crónicas montañesas, porque se pierde en la antigüedad de la afición de los montañeses al acre mosto riojano.

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