Ejemplos con monigotes

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Extensión que abarcaba gran parte de la zona conocida por Chaco Chico, entre los ríos Salado y Dulce y limitada al sur por Fuerte Morteros, Monte de los Monigotes, Fuerte de la Soledad y Monte Ñanducita.
Con su doble cuerno levantó a un pesado oso igual que un toro lanza hasta las estrellas los monigotes que le echan.
Desde pinturas completamente ingenuas llenas de coloridos y alegres monigotes que han sido expuestos en bares, librerías y centros culturales de Madrid y Barcelona, hasta grabados y dibujos a plumilla completamente oscuros, imágenes de sus frustraciones, pesadillas y temores, algunos de los cuales han sido publicados en periódicos como EL PAÍS, o como ilustraciones acompañando los textos de Ana Rossetti o Terenci Moix, entre otros.
Vivían aún en las paredes de estuco caricaturas y monigotes, obra de los pilluelos del siglo de César.
¡Las horas de aburrimiento mortal ante la pista helada, viendo cómo a los sones de un órgano se deslizaban sobre cuchillos por el blanco redondel los balanceantes monigotes humanos, solos o en fila! Su hija pasaba y repasaba ante sus ojos roja de agitación, echando atrás las espirales de su cabellera que se escapaban del sombrero, haciendo claquear los pliegues de la falda detrás de los patines, hermosota, grandullona y fuerte, con la salud insolente de una criatura que, según su padre, había sido destetada con biftecs.
Aresti sintió deseos de reír, viendo cómo se doblaban aquellos monigotes humanos que seguían con sus cuerpos el esfuerzo de los contendientes, fatigándose en un trabajo inútil, para transmitirles su energía.
El vio aún borrosos en la pared dos monigotes que había pintado con carbón cuando tenía ocho años.
Al principio ciegan tantos colores, se confunden las figuras, el plomo corta los monigotes y no se adivina nada.
¡Vaya con González, y qué nos gasta! Ha cogido a cuatro inocentes para ponerlos de monigotes decorativos, hasta que llegue el momento en que la situación se crea segura, y entonces, ¡ay!, la patada que darán a estos pobres tránsfugas se oirá en los antípodas.
Cierto que el Duque había cometido errores políticos, algunos muy graves, pero ¿qué planes, qué ideas, qué sistema traían los nuevos curanderos para aplicar a los males antiguos un remedio eficaz? Atropellaron un poder para crear otro con los mismos y aun peores vicios, tiraron un ídolo para poner en su peana otros, que más bien debieran llamarse monigotes, cuya incapacidad se vio muy clara en el correr del tiempo.
¡Nada, absolutamente nada!pensaba el paladín trazando monigotes en la arena, pero ante la perspectiva del duelo, ante la idea de cruzar un par de tiros, parecíale oír ya el estampido de las armas de fuego, y a este eco siniestro surgía en su mente el fantasma del crimen, primero, el de la muerte, después, el del infierno, por último, donde no hay reposo ni paz, ni descanso, ni esperanza, sino eterno llanto, eterno crujir de dientes, eterna rabia.
Una vez en la corte, necesitó tener a su lado un genio complaciente, un numen auxiliar que comunicase con sus pinceles vida y expresión a los muertos y aplanados monigotes que brotaban de su paleta de artista.
Estaba envuelto en el humo azulado, sutil y picante que se escapaba del fogón de los buñuelos, un vaho grasoso, inaguantable, capaz de hacer llorar y toser a los monigotes de la Y lo primero que vio al volver de sus ensueños fue un par de viejos que, asomados a la puerta del cafetín, le miraban con sonrisa burlona.
Los monigotes eran siete bebés colosales, que componían una orquesta abigarrada, y en el centro, un caballero de frac y batuta en mano.
Pero cuando su alegría subió de punto fue al ver que algunos chicuelos, escondidos entre los biombos, tiraban de cuerdas, poniendo en movimiento a los monigotes.
¡Bailad tranquilos, granujas alegres e insolentes, mirad la , burgueses bondadosos, reíd como gallinas cacareadoras, mujercillas que celebráis las contorsiones de los monigotes! Todos ignoráis que el volcán ruge a pocos pasos de vosotros, no sabéis que hay un hombre que prepara la más horrible de las tragedias, y mañana, cuando salga en los periódicos la extensa relación de lo ocurrido, no podréis imaginaros que la fiera en figura humana que mató al rival, a la novia y hasta a la mamá, si es que se decide a bajar, era el joven dulce y simpático que, pálido como un muerto, estaba hecho un poste cerca del cafetín.
Las señoras refugiábanse en los portales, empinándose sobre las puntas de los pies para ver mejor, los maridos cogían a sus pequeñuelos por los sobacos y los sostenían a pulso para que contemplasen las últimas contorsiones de los monigotes.
Primero, los moros, en los ruidosos con que solemnizaban sus festividades, gozaban en hacer grandes hogueras, los cristianos adoptaron después esta costumbre, como muchas otras, lentamente, el número de fue limitándose en el año, hasta quedar las de San José, que hacían los carpinteros para solemnizar la fiesta de su patrón y la llegada del buen tiempo, en el que ya no se trabaja de noche, hasta que por fin, el espíritu innovador del siglo hermoseó la , dándole un aspecto artístico, encerrando el montón de esteras y trastos viejos entre cuatro bastidores pintados y colocando encima monigotes ridículos para regocijo de la multitud.
Y luego, ¡qué asco le producían los imbéciles que en aquellos salones al aire libre bailaban como monigotes, sin advertir que el gentío se divertía con sus saltos!.
La muchedumbre, legítima descendiente del pueblo que dos siglos antes presenciaba los autos de fe, aplaudía con gozosa ferocidad la caída de los monigotes en la hoguera.
Había llegado la hora de destruir, de ayudar al incendio, y los organizadores de la con pesados puntales, golpeaban el armazón de los bastidores o daban tremendos palos a los ardientes monigotes para que cayeran en el rojo cráter.
Los monigotes, firmes y en pie, ardían como grandes antorchas con un inquieto plumaje de llamas.
Las lenguas de fuego comenzaban a salir del interior de la , lamiendo la ropa de los monigotes.
Aquí es, y ¡no hay portería!dijo al torcer la esquina de la calle de la Pasión, entrando en seguida en el portal empedrado con cantos, y cuyas paredes estaban llenas de monigotes pintados con carbón por los chicos.
Estos y otros como estos, amiga doña Flora, echarán a los franceses, si es que les echan, que no los monigotes de la Cruzada, con su D.
Eso, multitud de monigotes que se agitan y manotean acá y allá figura el pueblo y los contribuyentes, que matan el hambre y el mal humor según el carácter de cada grupo, por lo cual más de dos de ellos se apalean.
para su madre, se entiende, bastante más que los cuatro monigotes destrozados en su gabinete.
Había columnas truncadas revestidas de hiedra, había cruces en que se enredaban campanillas, había pirámides coronadas por un busto, había, incluso estatuas o más bien monigotes, y el dorado de las verjas nuevas desafinaba al sol como desafinaba la blancura sacarina del recién esculpido alabastro italiano.
Al fin se terminaron las obras y el luto, invadieron la nueva casa mueblistas y tapiceros, llenáronse suelos, paredes y techos de ricas alfombras, de espejos colosales, de cuadros y tapices valiosísimos, de arañas estupendas y de muebles caprichosos, llovieron esculturas y monigotes por todos los rincones y tableros de mesas y veladores, atestáronse de primorosas y artísticas vajillas los aparadores del comedor, que era un bosque de roble tallado y un bazar de porcelanas, bronces y cristalería, tapizado de cuero cordobés, no quedó cortinón de vestíbulo ni de puerta de tránsito sin su correspondiente escudo nobiliario, y cuando ya estuvo todo en su punto y sazón, y la servidumbre arreglada a las exigencias del nuevo domicilio, y cada criado en su puesto y convenientemente vestido, y la cocina humeando, con su jefe bien enmandilado y mejor retribuido, con su traílla de marmitones y ayudantes, en un lujoso landó, arrastrado por dos briosos alazanes ingleses, y conducido por un cochero colosal, envuelto el cuerpo en un océano de paño gris, y media cara y los hombros en otro mar de pieles erizadas, guantes por el estilo y alto sombrero con cucarda por coronamiento de esta silueta de oso polar, llevando a su izquierda, como su reflejo en más reducidas proporciones, el correspondiente lacayo, se trasladó la familia al flamante albergue, dejando en el otro lo poco que quedaba de los ya casi borrados recuerdos que habían sido la disculpa de la mudanza, y hasta el polvo de las suelas del calzado.
Otro en su lugar no se habría dado por vencido en estas luchas, y hubiera inundado de coplas y de monigotes a España entera, para ofrecernos en cada disgusto un testimonio de que él era tan poeta y tan pintor como los mejores, o de que si no lo era todavía, lo iría siendo poco a poco, pero Ángel, para honra suya y tranquilidad de los españoles incautos, aprovechó las caídas para estimar el valor de lo que a él le estaba vedado, y empleó las fuerzas que otro hubiera gastado en odiar a los que eran lo que él no podía ser, en admirarlos quieta y sosegadamente, porque sabían expresar las más altas ideas con los procedimientos más sencillos.

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