Ejemplos con mohosos

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

De todos estos primores de la naturaleza, sólo alcanzaba a la villa tal cual penacho de mortecinas flores, que algunos frutales raquíticos dejaban ver sobre los mohosos lomos de esta y de la otra tapia, aun en las calles más céntricas, como anuncio burlesco de una fruta que no había de llegar a la madurez.
Desnoyers los vió alineados junto al camino devorando pedazos de pan negro y embutidos mohosos.
Y la otra inspecciona las cestas, remueve los papeles en que van liadas las hórridas figuras, torna a colocar sobre los bancos los encargos Y silba la locomotora con un silbido largo y bronco, se remueve el tren con chirridos de herrumbres y atalajes mohosos, una gran claridad se hace en el coche.
y bebe de este Jerez que limpia los cerebros mohosos.
En los apanzados techos mohosos corría un bullicio de arroyuelo campesino, y en las canales rotas entregábase a ejercicios de fontanería burlesca.
Llegamos a componer el completo inventario de estos domésticos ruidos, con música y letra, y como alguna noche nos molestase tanta música, nos atrevimos a decir a mi madre que mandara untar de aceite los mohosos goznes para que callasen, o fueran más silenciosas las parlantes y cantantes puertas.
Los alguaciles y ordenanzas, que eran unos pajecillos infernales muy saltones, transportaban grandes cargamentos de materia ígnea de un rincón a otro: sonaban las campanillas, como una señal demoníaca para activar los tizonazos y la quemazón, se oían llamamientos, peticiones, apuradas preguntas, buscábase entre mil legajos el legajo A o B, se recriminaban unos a otros los de manguito en brazo y pluma en oreja, se arrojaban fétidas colillas, volaba el papel con el pesado aire que entraba al abrir y cerrar las puertas, oíase chirrido de plumas trazando homicidas rúbricas, y movíanse, gimiendo sobre sus goznes mohosos, las mamparas en cuyo lienzo roto se leía:.
Estaba reforzada la puerta con garabatos de hierro tan mohosos como apolilladas y rotas las mal juntas tablas, y un grueso llamador en figura de culebrón enroscado pendía en el centro, aguardando una impaciente mano que lo moviese.
La emoción de su alma era tan viva que le temblaban las manos al ponerlas sobre las viejas tablas y los mohosos clavos, apenas podía sostenerse en pie a causa del desmayo de su cuerpo y de la flojedad nerviosa que experimentaba.
Sus vastas crujías subterráneas ostentaban en fúnebre museo los aparatos de mortificación y tormento, quietos y mohosos desde largo tiempo, como si ellos mismos tuvieran vergüenza de haberse movido alguna vez.
El poeta, despues de haber escrito algunas coplas de su magnífica comedia, con mucho sosiego y espacio sacó de la faldriquera algunos mendrugos de pan, y obra de veinte pasas, que a mi parecer entiendo que se las conté, y aun estoy en duda si eran tantas, porque juntamente con ellas hacian bulto ciertas migajas de pan, que las acompañaban: sopló y apartó las migajas, y una a una se comió las pasas y los palillos, porque no le vi arrojar ninguno, ayudándolas con los mendrugos, que morados con la borra de la faldriquera, parecian mohosos, y eran tan duros de condicion, que aunque él procuró enternecerlos, paseándolos por la boca una y muchas veces, no fué posible moverlos de su terquedad: todo lo cual redundó en mi provecho, porque me los arrojó diciendo: To to, toma, que buen provecho te hagan.
¡ Y el corazón de una madre es compasivo y piadoso! Y conmovida de su miseria, su madre les daba los mendrugos que sobraban y que con frecuencia estaban mohosos, y les servía también las sobras de la comida de la víspera, diciéndoles: ¡Comed pronto y marchaos antes de que vuelva vuestro hermano, pues al veros aquí se disgustará y se le endurecerá el corazón en contra mía, con lo que me comprometeréis ante él!.
En los apanzados techos mohosos corría un bullicio de arroyuelo campesino, y en las canales rotas entregábase a ejercicios de fontanería burlesca.
Sus vastas crujías subterráneas ostentaban en fúnebre museo los aparatos de mortificación y tormento, quietos y mohosos desde largo tiempo, como si ellos mismos tuvieran vergüenza de haberse movido alguna vez.
Llegaron por el corredor a un portón ancho de dos hojas con grosero y tosco candado fue quitado sin dificultad, separándose cerrojo, y abriéndose un lado con el crujido inevitable de los goznes mohosos.
y bebe de este Jerez que limpia los cerebros mohosos.
¡Válgame Dios, qué grande me parecía el mundo a medida que entraba yo en lo desconocido, y a una hondonada seguía una cumbre, y a la cumbre otra hondonada, y luego una sierra y después un valle, y otra vez la cumbre, y vuelta a la hondonada! ¡Qué variedad de contornos, de matices, de objetos, de luces y de horizontes! Aquí la aldehuela agazapada entre peñascos y robledales, allí el molino maquilero, debajo de una chopera, a la margen del río, manso y transparente, reflejando en sus aguas sus festones de laurel y zarzas, alisos y parra silvestre, y su puente de dislocados sillares, mal sostenidos por ligazones de compacta yedra, junto al fresco manantial encerrado en un arca de mohosos cantos, el solitario humilladero, obra de la piedad de un pueblo cristiano, si no de los remordimientos de un pecador arrepentido, pero reflejo siempre de una época de arraigada fe, sobre el camino que serpenteaba cuesta arriba, en lo alto de la sierra, un espeso cajigal con una ermita blanqueada: la ermita, para el santo patrono del lugar inmediato, el cajigal, para dar sombra a los romeros un día cada año.
Faltaba una cuadra para llegar a la casita de campo, cuando se presentaron de improviso hasta veinte hombres arrasados de escopetas y sables mohosos, gritando «¡muera el rey!».
¡Qué tarde era aquella, Señor! ¿Qué claridad siniestra había en el puerto? ¿Qué trágico silencio envolvió las cosas? ¿Dónde estaban las gentes del pueblo? Atravesamos la plazuela destartalada y salitrosa donde estaba mi casa, tomamos los rieles del tren, caminamos un poco junto a los toñuces, y después pasamos por la factoría, una casa hecha de carcomidas calaminas, donde se componían los carros, mohosos y rotos, había muelles viejos, ruedas inmóviles, calderos agujereados, piezas de mecánica, abandonados sobre la grama que trepaba, raquítica, sobre ellos.
Despertaba ella a la criada, chirriaba la puerta de la calle con sus mohosos goznes, oíase el canto del gallo que era contestado a intervalo por todos los de la vecindad, sentíase el ruido del mar, el frescor de la mañana, la alegría sana de la vida.
Mis ojos la vieron bajar en brazos de Kendall al botecillo inestable, la vieron alejarse de los mohosos barrotes del muelle, y ella me miraba triste con los ojos húmedos, sacó su pañuelo y lo agitó mirándome, yo la saludaba con la mano, y así se fue esfumando, hasta que sólo se distinguía el pañuelo como una ala rota, como una paloma agonizante, y por fin, no se vio más que el bote pequeño que se perdía tras el vapor.
Al otro lado de los pesados y mohosos barrotes se distinguía una especie de corredor abovedado y oscuro.
De todos estos primores de la naturaleza, sólo alcanzaba a la villa tal cual penacho de mortecinas flores, que algunos frutales raquíticos dejaban ver sobre los mohosos lomos de ésta y la otra tapia, aun en las calles más céntricas, como anuncio burlesco de una fruta que no había de llegar a la madurez.
El segundo edificio, situado al centro, en lo más alto del anfiteatro que forma una gran parte del pueblo, es un caserón solariego, de ennegrecidos y mohosos paredones, con un escudo de armas entre cada dos huecos y sin una sola ventana que bien cierre ni tenga completos los cristales: ondulan los aleros de su tejado, y el férreo balconaje a partes se desmaya con los años, y a partes se deshace roído por el orín y las celliscas, sobre dos viguetas empotradas en la pared del mediodía, hay un cajón que sirve de tiesto a algunas mortecinas matas de claveles, y en el mezquino huerto contiguo a la casa, mal cerrado por un muro ruinoso que tumba sus achaques sobre un lecho de ortigas y se envuelve en un viejo manto de tupida hiedra, sólo se ven tres manzanos tísicos, dos rosales viciosos, una mata de ruda y algunos pies de berzas y ''posarnos''.
En otra jerarquía más elevada, los Vélez en su caseretón de alta y ennegrecida fachada, llena de escudos mohosos y de balconajes oxidados, empotrada y reventándose entre otras dos que, por lo humildes y despatarradas, parecían estar sosteniéndola por obra caritativa, el portal, enorme, obscuro, lóbrego y con el suelo de adobes, la escalera, ancha, de zancas trémulas y peldaños jibosos, luego el vestíbulo, tan grande y tan sombrío como el portal, con gran banco de madera con escudo de armas tallado en el espaldar, arrimado a la pared debajo de un tapiz descolorido ya y hecho jirones, después el estrado, como cuatro vestíbulos de grande, con su tillo de anchas, abarquilladas y viejísimas tablas de castaño, su techo de viguetería descubierta, de la misma madera y del propio color que el suelo, sus claros abiertos a la fachada, como tragaluces de mazmorra, por lo bajos y lo espesos, sus sillones de alto copete, penetrados de la polilla, sus cornucopias desazogadas, sus alfombras raídas, sus retratos de familia pintados en lienzo, y su Ecce-Homo en cobre, borrosos y mordidos por la sarna de los tiempos, sus damascos lacios y descoloridos, sus dos consolas con columnitas de basa y capitel de metal dorado, sosteniendo los sempiternos candelabros de malaquita y bronce, y en fin, su péndulo asmático, de ''carillón'' que ya no funcionaba, y el estrado y el vestíbulo y la escalera y cuanto podían distinguir los ojos del profano visitante, todo a media luz, y limpio y reluciente y silencioso, inmóvil, frío y con el vaho de las criptas, como si allí no hubiera hogar ni se viviera.
Dicho todo esto, como quien no dice nada ni se paga mucho ni poco del valor de lo que dice, y que a Neluco y a mí nos había cautivado bastante más que los pedruscos mohosos de la torre, cuya importancia histórica y arqueológica no desconocíamos, se encogió de hombros el solariego volviendo la espalda al edificio, y enlazándonos a los dos por la cintura con sus brazos, nos arrastró hacia el interior de la casa, diciéndonos al propio tiempo:.

© Todos los derechos reservados Buscapalabra.com

Ariiba