Ejemplos con mineros

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Desde hace cuatro años, los mineros artesanales se pasearon como Pedro en su casa por las sub Cuencas Quiroz y Chipillico, así como las márgenes de la infraestructura mayor del sistema de Riego San Lorenzo.
Otras de las distinciones más notables es que viven en pueblos en la superficie, dejando los túneles sólo para excavar a los mineros.
Parte de este capital provenía de los propios mineros que habían alcanzado éxito y el resto se reunió entre los hacendados y los comerciantes limeños.
En efecto, esta requería solucionar problemas complejos y variados: la gestión técnica y económica de la mina, la seguridad de los mineros, la resolución de los graves conflictos sociales o la gestión geoestratégica de las materias extraídas.
Delante, marchaba el ataúd en hombros de los mineros, escoltado por mujeres que daban alaridos y se mesaban el pelo con desesperación de gitanas, y detrás don Facundo, montado en su burra, con sobrepelliz y bonete, seguido a pie por el sacristán, al que llamaba su corneta de órdenes , siempre cantando, pues los parientes ponían reparos a la hora de pagar si cantaba poco, repitiendo automáticamente los versículos del oficio de difuntos, al mismo tiempo que se daba el compás esgrimiendo sobre su cabeza la vara de fresno con que arreaba a la cabalgadura.
El mísero rebaño de los mineros, albergado en los barracones y cantinas, tenía una fe ciega en su ciencia, le miraba como a un brujo capaz de los mayores prodigios para remendar los desperfectos del andamiaje humano.
Se hablaba de un gran mitin en la plaza mayor de Gallarta, al que asistirían todos los mineros para acordar la huelga, en vista de que no era admitida su petición en favor del pago semanal.
Eran los señores de la villa, los mineros ricos, las empresas extranjeras, los que debían dar el ejemplo.
Los mineros ricos hicieron en Azpeitia una entrada de invasores.
Aquellos hombres de largas blusas y boinas mugrientas, apoyados en fuertes garrotes, miraban con asombro, como si fuesen de una raza distinta, a los arrogantes mineros, que se llamaban a gritos y se abrían paso reclamando el auxilio del alguacil, única autoridad que guardaba el orden del inmenso concurso, sin más arma que un mimbre blanco.
Los mineros bilbaínos, rojos y sudorosos en su digestión de ogros, fumando como chimeneas y eructando el champagne, ocuparon los mejores sitios desafiando a todos con sus retos.
Los mineros aplaudieron con las manos, como si estuvieran en las corridas de toros de Bilbao.
¡Olé, mi niño!gritaban los mineros.
Los mineros adivinaron que pasaba a la segunda perforación, dando por terminado el primer agujero.
Los mineros de Bilbao continuaban en su alegría insultante.
Los mineros miraban al barrenador rústico, y después cambiaban entre sí ojeadas de asombro.
Habían apostado más de ochenta mil duros, ¿é iban a dejarlos entre las uñas llenas de tierra de aquella gente? ¡Cristo! ¡Cómo se reirían de los mineros!.
Los mineros ansiaban una catástrofe, un temblor del suelo, algo que les permitiese huir de allí, sin encontrarse con los ojos de aquellas gentes.
Y su voz tenía el mismo acento de súplica infantil que los lamentos de los mineros cuando veían aproximarse el doctor a las camas del hospital.
Se celebraba en ella un gran mitin de protesta contra los patronos, por no querer aceptar las proposiciones de los mineros, los cuales venían amenazando con una huelga hacía dos meses.
Estaba acostumbrado a visitar los tabucos de los mineros: nada le extrañaba, y con agilidad de muchacho saltó encima del tablado, marchando de rodillas sobre los jergones.
Esto les halagaba como si fuese una declaración de superioridad en pro de los mineros de las Encartaciones sobre los de Bilbao.

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