Ejemplos con mimados

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

La madre tenía muy mimados a sus chicos y les dejaba gastar cuanto querían.
Como hombre de rancia progenie, estaba muy relacionado en toda la provincia, aunque se pasaba años y años sin salir de su aldea, y como elector de empuje, era uno de los más mimados del distrito.
A poco entraba Monina seguida del aya, y corrió a echarse en el regazo de su abuela, mirando a Jacobo con esa media sonrisa de los niños mimados, acariciados por todo el mundo, que parece decir al extraño: ¿Pero no me dice usted que soy muy bonito?.
Cuando se habla de la pretendida felicidad de los ricos, y se elogia la abundancia en que viven, el lujo que gastan, las comodidades de que disfrutan y el bienestar que los rodea, nadie acierta a señalar lo único que a los mimados de la fortuna da verdadera superioridad sobre aquéllos que viven de un trabajo diario, penoso y mal retribuído.
-Vivo regularmente, no como ustedes, los hombres mimados de la situación, que están hechos unos bajás.
salvo, se entiende, los niños mimados de la suerte, que comienzan por donde uno acaba y llegan a la cumbre en un dos por tres.
Además, delante de otros perros menos mimados, que no hacían títeres, le daba vergüenza aquel modo de ganar la vita bona.
Había entre ellos no pocos padres de familia, excelentes y caseros, bastantes modestos empleados, oficiales de la guarnición, y, por excepción, algunos célibes y muchachos de humor, hijos de familia mimados y alegres.
Hijos mimados de la fuerza, hermanos de leche del arcabuz y del mosquete, los tenientes de Gonzalo de Córdoba, adiestrados en el asalto y el saqueo de las ciudades de la Italia, ardían por demoler con la cruz de hierro de sus espadas los templos de plata y los ídolos de oro del opulento Imperio que se sentaba allá en las tierras interiores.
Y arrojándose desnuda, sin miedo al frío, en una butaca, rompía a llorar, furiosa, a llorar sin lágrimas, como los niños mimados, y gritaba: «¡Yo no quiero! ¡Yo no puedo! ¡Yo no sirvo!».
Ya que su señoría es de los más mimados por el gobierno y de los más condecorados por gracia de la corte, bien podía abandonar odiosas excepciones y aconsejar á los navarros que paguen en la misma proporción que los castellanos.

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