Ejemplos con metiéndome

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Metiéndome por el agua, llegué hasta el ángulo del muelle y dije a los pescadores lo que pasaba, lo que me había dicho el atalayero.
Almorcé sin apetito, y por la tarde no vi mejor manera de pasar el rato que lanzarme por calles y plazuelas, metiéndome más y más en la esfera de la incongruencia que era en verdad un mundo delicioso, poblado de indecibles encantos.
Dando tropezones y metiéndome en diferentes cuartos llegué por fin al mío, donde me encontré frente a un hombre escueto, con chaleco de pana y.
Obedecí metiéndome en las calles de Juan de Dios y Limón, alentado por las risueñas voces.
En el bullicio del Salón de Conferencias perdí de vista a Estévanez, y metiéndome en los corrillos pude enterarme de lo que en la sesión había pasado.
Recorrí todo el espacio entre la y , rodeando trincheras, sorteando obstáculos y metiéndome por entre las manadas de hombres afanados, inquietos.
-Busquemos algún conocido que nos informe de lo que aquí ha pasado -dije metiéndome con el Gran Capitán por lo menos apretado del gentío.
Olvidé hasta mi dignidad, vistiéndome de seglar y metiéndome en los clubs, donde he contrariado mis gustos y perdido el estómago, oyendo.
Desde muy niño, y cuando andaba solo por los montes de Cadí saltando de peña en peña y descolgándome por los precipicios y trepando a los picachos y metiéndome en las cuevas donde se esconden las bestias feroces y vadeando torrentes y rompiendo jaras y malezas como el jabalí que se abre paso con los dientes, desde entonces, señora madre, yo no tenía más que un pensamiento.
-¡Quiero conspirar! -exclamé dando fuerte puñetazo sobre la mesa y metiéndome después las manos en los bolsillos.
Llegué a mi casa y recé la plegaria de la mañana, metiéndome luego en la cama donde estuve durmiendo hasta la tarde.
Obedecí metiéndome en las calles de Juan de Dios y Limón, alentado por las risueñas voces.
Pero noto que voy metiéndome en el peligroso campo de la política, y hago punto, no sea que me eche a disparatar como la mayoría de los hombres públicos de mi tierra, que no pueden dar en bola cuando están con taco en mano.
Así fue en efecto, por lo cual tomó las de Villadiego hacia el Norte, metiéndome en el tren al pie de la montaña del Príncipe Pío: y he aquí que no había andado dos metros la máquina, cuando mi compañera y amiga tomaba asiento junto a mí.
Al contrario, más malo que un cabrito, siempre enzarzao en peleas y metiéndome a hacer hombrás fuera e tino y hora, tirando pedrás al mesmo sol y rompiendo la crisma a zagalones que me yevaban la caeza de altos.
Tía Tecla me encantaba con los ojos de basilisco que siempre me estaba flechando, y es que por los ojos aquellos salía un aborrecimiento tan de aentro de la entraña, que me parecían las hojas de dos puñales metiéndome por el corazón a partírmelo.
Mi hombre guardó rumbos, observó las esferas, espió la marcha de los planetas, y metiéndome en lo más retirado de su tienda, aseguróme después a fe de profeta honrado, haber leído en los astros que Roberto de Maristany haría su fortuna por medio de un matrimonio.
Con grandes veras procuró Octavio apartarme de esta determinación, metiéndome por delante quién era, lo mal que me estaba y que si hasta entonces por reducir y seguir a don Manuel lo había hecho, ya para qué era seguir una vida tan vil.
Híceme la desconocida cuando me llamó por mi nombre, y hasta quise desorientarle metiéndome por las calles más extraviadas, pero debió seguirme los pasos, porque cuando me creía libre de él en mi casa, comenzó a llamar a la puerta, y con tanta furia al ver que no le respondían, que los vecinos salieron asustados a la escalera.
-Vamos a ver, señor don Alejandro, y antes que se me olvide: yo, metiéndome quizá más adentro de lo que debiera, a una pregunta que me hicieron ayer ciertas comparientas de usted, me permití responder afirmativamente.
Mientras el capitanejo y yo hablábamos, varios indios, particularmente uno chileno, nos interrumpían con sus gritos, echándome encima el caballo y metiéndome, por decirlo así, las manos en la cara.

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