Ejemplos con mercachifle

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

¡Locura sublime! Locura de un mercachifle que acaso no realizara un poeta Si tú lo eres, Tristán, si tú puedes tranquilamente entregarte a la contemplación de la belleza y verter en las cuartillas tus ideas y tus sueños, lo debes a que tu padre hizo el sacrificio de sus ideas y de sus sueños para labrarte un capital Él también era un poeta, él también tenía talento Pero naciste tú y comprendiendo que su lira no podía darte de comer la arrojó lejos de sí y se puso a trabajar Agradece al , al , al , a esos prosaicos libros en blanco que tú desprecias el que puedas recrearte ahora con otros más amenos.
Díjome entonces que él se sentía mercachifle, y que la mala suerte le condenaba a ganarse la vida con su borrico en tan mísero estado.
¡En buena nos metíamos si esa mercachifle astuta llegara a entender que es Fernandito en el orden social persona muy distinta de lo que parece! Déjeme usted a mí, señora invisible, que ya me arreglaré yo para llegar al fin que todos deseamos.
¿Qué trabajos de cabeza habrá tenido este mercachifle estólido? dijo Andrés para sí, y en voz alta:.
El tal, que era mercachifle de estos que ponen puestos en las ferias, pretendía una plaza de contador de la depositaría de un pueblo.
Cualquier mercachifle de la calle de Postas se proveía de este artículo sin ir a tomarlo en los dos o tres depósitos que en Madrid había.
-¡Ah!, mercachifle, si fueras bueno no serías rico.
Para esto te han criado ¡oh mar! Escupe las naves comerciantes que te profanan, y prohíbe la entrada en tus dominios al sórdido mercachifle, ávido de oro, saqueador de los pueblos inocentes que no se han corrompido todavía y adoran a Dios en el ara de los bosques.
¡Tener libreta!, es decir, cuenta abierta en la casa de negocio, poder -sin dar un peso en efectivo, durante todo el año, de esquila a esquila- sacar de la casa todo lo necesario a la manutención de la familia y a la administración del rebaño: comestibles y maderas, vacios, ropa, calzado, remedios, muebles y utensilios, y el antisárnico para curar las ovejas, y las tijeras para esquilarlas, o las herramientas para mover la tierra, y los aperos y monturas, todo, en fin, y también, de cuando en cuando, poder girar contra la casa un valecito por algunos pesos: para sueldo de algún peón conchabado en un momento de apuro, o para algún viaje al pueblito y hasta platita para satisfacer los caprichos de la patrona, loca siempre por comprar al mercachifle, napolitano o turco ambulante, despreciado y odiado más que temido competidor de la casa establecida, algún cachivache de lata niquelada, o cinco metros de género estrambótico.
aquél, tenía una alma de Héroe, éste, tiene una alma de mercachifle,.
tal su labia de mercachifle, que siempre al reembarcarse tuvo el placer de.
que a usted llego, convertido en un mercachifle común, que trata de.
Bien que lo explotaba el mercachifle gachupas.
se duerme la tartana lerda del mercachifle.
¡Y meterme a cómico trashumante, primero, a mercachifle después, entre hijos de tantas madres.
Lo había encontrado de mercachifle de frontera, en un carro de cuatro ruedas.
Un mercachifle descarga de su jardinera, en medio de un infernal cacareo, jaulas llenas de gallinas destinadas a la ciudad, los pasajeros esperan que el Jefe se digne abrir su ventanilla, siempre colocada por la sabiduría de los arquitectos especiales, en un zaguán abierto a las corrientes de aire más matadoras, y donde parecen juntarse para pelear todos los vientos de la Pampa.
El primero que era el Padre Cirilo, se detuvo detrás de uno de los pilares de los portales cubriéndose de una bandola, o tienda volante que había puesto allí un mercachifle catalán, y mirando diligentemente por todo, aquello como si buscase alguno, dijo:.
Ño Ambrosio el inglés, como llamaban las limeñas al mercachifle, convencido de que el comercio de cintas, agujas, blondas, dedales y otras chucherías no le producirían nunca para hacer caldo gordo, resolvió pasar a Chile, donde consiguió por la influencia de un médico irlandés muy relacionado en Santiago que con el carácter de ingeniero delineador lo empleasen en la construcción de albergues o casitas para abrigo de los correos que al través de la cordillera conducían la correspondencia entre Chile y Buenos Aires.
«Un pobre gallego -dice-, que había venido en clase de soldado y ejercido después los pocos lucrativos oficios de mercachifle y corredor de muebles, cargado de familia, necesidades y años, se acordó que era hijo natural de un hermano del cardenal patriarca, presidente del Consejo de Castilla, y para explotar la necedad de los ricos, fingió recibir cartas del rey y de otros encumbrados personajes, las que hacía contestar por un religioso de la Merced.
Había en el salón unas diez personas de clase muy mezclada: los dos jóvenes «conocidos» -Ferrando y otro-, un político secundario, muy mercachifle, con ínfulas de influyente, el banquero Coen, con su mujer, rubia, miope y tierna, figulina de Sajonia medio resquebrajada ya pero siempre de colores chillones y como infantiles, que me hacía una corte asidua e incondicional, una señorita extranjera, con aires de demoiselle de compagnie en reemplazo de su señora, un sabio europeo venido a estudiar no sé qué epizootia y a llevarse no sé cuántos pesos, el dueño de la casa, don Estanislao Rozsahegy, su esposa Irma, con su idioma tan semejante al alemán como al castellano, y la linda Eulalia, que reunía en torno suyo a los dos elegantes, la muñequita de porcelana barnizada y la demoiselle de compagnie, mientras que el gran Rozsahegy acaparaba al político, al banquero y a la germano-criolla, es decir, la parte más seria de la sociedad.
Sin embargo, a la larga, conocí el personal superior y subalterno: don Sócrates, el intendente, paisano astuto y retobado, gordo y de piernas torcidas, por andar a caballo desde niño de teta, gran mercachifle, gran especulador, gran rata del presupuesto, el presidente de la Municipalidad, don Temístocles Guerra, no sé si menos tosco o más presuntuoso, gran comerciante también, el tesorero, don Ubaldo Miró, que con un sueldo miserable alcanzaba, sin embargo, a llevar una vida casi suntuosa, gracias a su habilidad para el escamoteo y a la bondad benévola con que adelantaba los sueldos a los empleados y peones, mediante un módico interés, los secretarios, uno de la intendencia -Joaquín Valdés-, otro del Concejo -Rodolfo Martirena-, que andaban siempre a caza de propinas y que las provocaban deteniendo los expedientes todo el tiempo que podían y prolongando indefinidamente la tramitación de cualquier asunto que no interesara a los partidarios más caracterizados de la «situación».
Con su buena majada, su rodeíto de vacas, una buena tropilla y la manada de yeguas, nunca faltaban en su casa carne gorda para comer, sebo para hacer velas, un cuero para huascas, ni leña para el fuego, y si no siempre alcanzaba la platita de la lana y de los cueros para saldar del todo la libreta en la pulpería, con vender algunos animales gordos, pronto se completaba el importe, sin contar que con algunos días de trabajo en las hierras o en los arreos, todavía podía la patrona pasarse el capricho de comprar al mercachifle algún trapo o algún cachivache, y el mismo don Sebastián el gusto de arriesgar algunos pesitos al truco, su juego favorito.
Ninguno, ese día, se atrevió a pedirle fiado, no hay que atropellar para que el pingo pare a mano, además, todos tenían plata, pues hacía tiempo que no venía ningún mercachifle, ni un panadero siquiera.
Dos o tres veces había caído entre ellos un galleguito mercachifle, con su carro lleno de mercaderías y se las había cambiado por pluma de avestruz, cerda, cueros de venado y de nutria, algunos de tigre y uno que otro quillango de guanaco, haciendo, en resumidas cuentas, puras pichinchas, pero no se sentía muy seguro entre tantos diablos y no había vuelto más.
Juan? ¿La que cuando su padre era un pobre mercachifle que buscaba en los suburbios salida a sus artículos ordinarios, vagaba descalza y toda sucia en un conventillo?.
Juan antes de establecerse en el comercio de almacén al por menor, se ocupaba de mercachifle, negocio que entendía ventajosamente y en el cual le había ido muy bien.

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