Ejemplos con melancólicos

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Es como consecuencia de esta tristeza que los melancólicos odian, según Hipócrates, todo lo que ven y parecen continuamente apenados y llenos de miedo, como los niños y los hombres ignorantes que tiemblan en una oscuridad profunda.
A pesar de los errores de esta teoría Hipócrates no se equivocaba completamente al relacionar los dos síntomas principales propios de los melancólicos: el temor y la tristeza.
que a veces son un poco melancólicos.
He tratado de crear pequeños universos melancólicos y etéreos en los cuales la canción puede vivir.
En teatro logra destacarse en la obra Remedio para melancólicos de Ray Bradbury, estelarizado por Milagros de la Vega.
Se describe en él la vida de un gigante de un apetito tan voraz que ha dado forma a la expresión banquete pantagruélico, con gran humor y todo tipo de excentricidades, parece ser que Rabelais quiso componer este libro para distraer a sus melancólicos enfermos.
El trabajo recibió buenas críticas por parte de la industria musical por su originalidad y versatilidad en sus sonidos de guitarras y voces, donde lo rockero se acopla con lo acústico en temas como Just like We Do, temas felices como Golly Sandra y temas melancólicos como I wasn`t prepared.
El recuerdo del dibujante Coré está presente en Enrique Lihn, Adolfo Couve y Jorge Tellier, como así también en muchos otros melancólicos.
Allí escribió poemas melancólicos sobre su país que al mismo tiempo mencionaban los vestigios árabes de Andalucía.
Cuando Suzumiya pasa por momentos melancólicos o muy depresivos, crea dimensiones alternas dentro del propio mundo, donde seres gigantes sin forma definida destruyen todo lo que ven.
Los músicos seguían cantando, pero con suspiros melancólicos, al abrigo de una esquina, para librarse de las ráfagas furiosas del mar.
Las arpas y violines daban al ambiente un temblor patético y servían de fondo a las conversaciones, como los vagos murmullos de una orquesta oculta realzan en el teatro la salmodia de los versos melancólicos, arrancando lágrimas.
Y después de versos tan melancólicos, los cantares concluyeron con éste que lo era más aún:.
Acuérdate de la lira de VIRGILIO, que cantó nuestras glorias y moduló las quejas del amor desgraciado, sus dulcísimos y melancólicos versos conmueven el alma: él alabó la piedad, encarnada en el hijo de ANCHISES: sus combates no son menos bellos que los que se efectuaron a los pies de los muros troyanos, ENEAS es más grande y piadoso que el iracundo AQUILES: en fin, en mi sentir, VIRGILIO es muy superior al poeta de Chío.
Quiso arrancarse Fernando este paladeo de recuerdos melancólicos.
Bilbao ofrecería el aspecto de las ciudades históricas de Italia, que fueron grandes, llenando el mundo con el poderío de su comercio, y hoy son melancólicos cementerios de un pasado glorioso.
Seguía mirando la puertecilla del archivo con ojos melancólicos, como si fuese a llorar sobre la ruina de la música.
Porque aquella naturaleza seria y salvaje, aquellos valles profundos cortados por riachuelos, salpicados de caseríos sumergidos en un mar de verdura, a que las distintas luces y los distintos matices parecen prestar flujos y reflujos fecundados por el trabajo, santificados por iglesias, siempre verdes, siempre bellos, siempre pavorosamente melancólicos, como lo es en la imaginación del campesino vasco la idea misteriosa de las Maitagarris, tienen algo de la silenciosa majestad de un templo, de la serena tristeza de los paisajes de otoño, que parecen llorar y sonreír al mismo tiempo, de la suave melancolía que inunda el alma al caer de la tarde, cuando la campana de la iglesia hace resonar el toque del y se despide el día murmurando al oído del hombre aquella palabra mil veces repetida, sin pensar jamás en su alcance infinito: ¡Adiós!.
Villaverde es la ciudad de los espíritus desalentados y melancólicos, es la ciudad de las.
Entonces, el paisaje que yo tenía delante se iba borrando poco a poco: el suelo pajizo, la acequia fangosa, la llanura inundada, los chopos cenicientos del camino polvoso, siempre lleno de viandantes, las hileras de sauces melancólicos, la ciudad lejana, túrrida, envuelta en pesados vapores, la aldea salinera, situada como en un islote, la remota cordillera de Ajusco y los picachos de la Cruz del Marqués.
Y aquí, y allá, y más allá, y por todas partes, en sabanas, vertientes y rastrojos, áureo centelleo de amarillas flores, precursoras de los días lúgubres y melancólicos de la primera semana de noviembre.
Acaso bebí el germen pesimista en las fuentes románticas: en algunas páginas de Chateaubriand, en el Werther, en las cartas de Fósculo, que repasé mil y mil veces, en los melancólicos versos de mis poetas favoritos.
El cabrilleo de las temblonas aguas de las acequias, heridas por la luz, era el trino dulce y tímido de los violines melancólicos, los campos de verde apagado, sonaban para el visionario joven como tiernos suspiros de los clarinetes, las mujeres amadas , como les llamaba Berlioz, los inquietos cañares con su entonación amarillenta y los frescos campos de hortalizas, claros y brillantes como lagos de esmeralda líquida, resaltaban sobre el conjunto como apasionados quejidos de la viola de amor o románticas frases del violoncelo, y en el fondo, la inmensa faja de mar, con su tono azul esfumado, semejaba la nota prolongada del metal que, a la sordina, lanzaba un lamento interminable.
Pero al beber otra vez, tornáronse melancólicos.
Sobre el suelo, con las patas atadas, recordando tal vez en aquella atmósfera de sofocación y estruendo las tranquilas llanuras de la Mancha o las polvorientas carreteras por donde vinieron siguiendo la caña del conductor, estaban los pavos, con sus pardas túnicas y rojas caperuzas, graves, melancólicos, reflexivos, formando coro como conclave de sesudos cardenales y moviendo filosóficamente su moco inflamado, para lanzar siempre el mismo cloc-cloc-cloc prolongado hasta lo infinito.
Y era que se habían desplegado súbitamente ante mis ojos todos los horizontes melancólicos de la vida.
Apresurémonos, sí, a dejar a nuestra espalda esos nauseabundos puestos, y fijemos la atención en otras donde se venden objetos más importantes, más limpios y más cuidados, objetos servibles, en fín, aunque , y ellos nos harán esperimentar la honda tristeza inherente al inventario de esta gran testamentaría que la muerte o la pobreza sacan en Madrid a pública subasta durante el equinoccio de setiembre,—cabalmente los mismos días en que el Oceano, fustigado por el , arroja a las playas a cada instante melancólicos restos de buques náufragos.
La interesante jóven habia ido creciendo en gracias y hermosura, y, al terminar aquellos tres años, era una mujer tan exquisita y bella, de aire tan misterioso y poético, de talle tan fino, esbelto y seductor, con unos ojos negros tan melancólicos y tan sombreados por largas y sedosas pestañas, con una palidez tan interesante, con unas manos tan blancas y tan lindas, con tal señorío en toda su persona y tal seriedad en su lujoso vestir, que la imaginacion popular comenzó a inventarle dictados y calificativos laudatorios, y, despues de haberle llamado la , la , la , el , y otras cosas por el estilo, le puso el nombre de la , que era el que mejor le cuadraba y con el que se quedó definitivamente, segun hemos visto en otro lugar.
Asaz melancólicos y de mal talante llegaron a sus animales caballero y escudero, especialmente Sancho, a quien llegaba al alma llegar al caudal del dinero, pareciéndole que todo lo que dél se quitaba era quitárselo a él de las niñas de sus ojos.
En resolución, todos estos cuentos y sucesos pararon en que Tosilos se recogiese, hasta ver en qué paraba su transformación, aclamaron todos la vitoria por don Quijote, y los más quedaron tristes y melancólicos de ver que no se habían hecho pedazos los tan esperados combatientes, bien así como los mochachos quedan tristes cuando no sale el ahorcado que esperan, porque le ha perdonado, o la parte, o la justicia.

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