Ejemplos con marchita

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

En ellas deshojaba su voz como pétalos de una rosa marchita, de una rosa que fue despertando a medida que pasaban los años.
Al madurar los esporangios, el indusium se marchita y las esporas aún no pueden liberarse hast que el esporangio se destruye y libera los esporos.
Es un anciano y de apariencia marchita y es semi-transparente, de color blanco-perlado típico de un fantasma.
Elsa, la jefa de estudios y novia de Héctor, ve cómo su relación con el director se marchita con la aparición de María, y recurre a Pedro, el mejor amigo de Héctor pero también su amante secreto.
El libre mercado proclama el incremento del comercio, pero en realidad lo marchita.
El niño genio, por su propia cuenta, es visto como un ejemplo de este proceso: su cuerpo físico se marchita y se pone enfermo, mientras que su iluminación espiritual se amplía, alcanzando su ápice con su comentario al narrador: Los ángeles son blancos.
Ella, con lento ademán, sacó del bolsillo su breviario diminuto, y desdoblando la hoja que aquel día estaba señalada por la flor marchita, leyó con voz de rezo, un poco temblorosa:.
Marchaba detrás Narcisa, muy tiesa, con la cara verde y el traje amarillo, llevaba en el pecho una margarita blanca muy marchita.
Las flores tienen la corola agostada por el calor, las hojas duermen contraídas bajo el sol, la vegetación, marchita, espera el beso fresco del anochecer para reanimarse, recobrando su vital expansión.
Perdida así la gallardía del andar, los cuarenta y pico se asomaban implacables a todas las líneas del rostro: la triste raya de tinta de los bigotes resaltaba sobre la marchita tez, el párpado caído, hundidas las sienes y desaliñado el cabello, parecía el ex buen mozo una de esas desmanteladas torres, bellas a la luz crepuscular, pero que a mediodía todas se vuelven grietas, ortigas, zarzales y lagartos.
Cierta gravedad oficial, la tez marchita y como ahumada por los reverberos, no sé qué inexplicable matiz de satisfacción optimista, la edad tirando a madura, signos eran que denotaban hombres llegados a la meta de las humanas aspiraciones en los países decadentes: el ingreso en las oficinas del Estado.
¿Era fea? ¿Era hermosa, con una belleza exangüe de flor marchita? Ojeda recordaba ciertos muebles antiguos, de dorados borrosos y nácares opacos, que al abrir sus cajones esparcen un perfume sutil de alma olvidada.
La luz cruda hacia resaltar todos los detalles de una belleza marchita: el rostro con leves arrugas en plena juventud, el círculo de palidez amarillenta en torno de los ojos, el rosa anémico de los labios, el tinte verdoso de la tez, que no habían conseguido borrar los extraordinarios cuidados de tocador de esta mañana.
No era la dulzura marchita de la alemana ni el esplendor de fruto maduro de Mrs.
Y llegaba él, para fijarse en su belleza marchita, inadvertida de los otros, y la despertaba misericordiosamente, tomándola en sus brazos, elevándola hasta su boca.
Lo cierto es que su fisonomía, aunque un poco marchita, expresaba la misma serena alegría de siempre.
¡Él vio sin duda en aquella noche radiosa, en aquella noche memorable, al terminar su oración, a su pobre patria llorosa, entre convites y villanías, de barragana y flor marchita por el mundo, y vio también, alucinado por el estruendo de los aplausos y los vítores, a caballo el ejército de la Libertad, echándose sobre los palacios podridos donde se cobijaban las almas de coleta y sotana, símbolos de la secular dominación de España.
El Rey tiene cincuenta años, y aún quizás pase de ellos: la faz esta marchita, la carne fofa, los ojos han perdido viveza: la fisonomía que vimos en el gran retrato ecuestre parece antes que avejentada, fatigada, entristecida, como si en ella se marcara no sólo el curso del tiempo, sino el amargo sedimento que en el alma debieron de dejarle tantas tierras perdidas y tantas glorias eclipsadas: ya esta en la edad triste y desengañada en que oyéndose llamar había de saber que era mentira.
Sin embargo, esta casada de la ciudad no se marchita físicamente como la de la aldea.
¡Pues ya lo creo! dijo con el entusiasmo de un poeta el padre Ambrosio, mi vida era triste, llena de sufrimientos, llena de recuerdos, combatida por pasiones que había exacerbado la desgracia, y si hace diez años, no hubiera encontrado a mi paso a esa niña que se arrastraba sobre sus manecitas en los corredores de la casa de vecindad donde me había llevado a vivir mi pobreza Yo lo había perdido todo, parientes, amigos, afectos, hasta la paz de mi celda, de la cual me arrojaron las necesidades de la nación la planta marchita y enferma que vegeta sobre un terreno ingrato, siente con delicia, y parece reanimarse al soplo de las auras de la mañana.

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