Ejemplos con manchadas

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

La Corte Marcial lo sentenció a pena de muerte por participar en la Batalla del Guayabo, precisamente donde murió el francés Alfredo Berthelin, además de habersele encontrado en su maleta prendas de ropa manchadas con sangre.
Su plumaje puede presentar tonalidades uniformes o manchadas, pero nunca con el lipocromo rojo.
Edipo lo amenaza, y Creonte acaba por ceder: dice que Layo acusa al propio Edipo de tener sus manos manchadas de sangre y de haber profanado el lecho nupcial de su padre.
Las hienas pardas mueren a manos de las personas, los leones y las hienas manchadas.
Este cerro de paredes pronunciadas y manchadas de matorrales y yerbas, es utilizado para la práctica de la escalada en roca.
Señalaba que desde esa turbia tarde sus ropas estaban manchadas con la sangre del general y que, por ello, siempre vestía así.
Ese encuentro fue trascendental en su vida, pues las ropas de esta mujer quedaron manchadas con la sangre de su líder en medio de la emotividad que su muerte le generó.
Recuerdo ese concierto, porque la gente acudió a él con las manos todavía manchadas de blanco, y en mitad del concierto empezaron los gritos de protesta.
Entre ellos estaba el hijo de Hariri, quien declaró aquellos que tienen las manos manchadas con la sangre de Rafiq Hariri son los mismos que asesinaron a Samir Kassir.
El cañón toma su nombre a partir de sus paredes manchadas y llenas de liquen, las cuales acentúan la oscuridad del abismo.
No es raro conseguir plantas profusamente manchadas con máculas rojizas, cosa que es completamente normal, y en plantas adultas y bien desarrolladas, tampoco es raro observar hojas exageradamente grandes, incluso para los estándares de una Laelia brasilera.
Las especies varían en su coloración, siendo de color verde, violáceo o rosa y pueden estar manchadas, estriadas o punteadas.
y casi redondas, son azul pálidas pero manchadas con bandas más oscuras.
El agua bajaba brincando entre rocas manchadas de musgo.
Pero cuando, al retirarlas, las vió manchadas de sangre, su espanto no tuvo límites, y sus alaridos pudieron oírse desde media legua.
Pero hay una que manda en ti y en mí con mayor fuerza que los tres ochavos de una buena ganancia, y esa ambición está reñida con las manos manchadas de vino tinto y con las ropas que huelen a anisado.
Vencido una y mil veces por la indomable rebelión de Calibán, proscripto por la barbarie vencedora, asfixiado en el humo de las batallas, manchadas las alas transparentes al rozar el eterno estercolero de Job , Ariel resurge inmortalmente, Ariel recobra su juventud y su hermosura, y acude ágil, como al mandato de Próspero, al llamado de cuantos le aman e invocan en la realidad.
¡Con qué prontitud y buen método trabajaba aquel señor del brazal en la manga! A la tristeza que le produjo el despojo frío y ordenado vino a unirse su indignación de hombre económico, viendo cortinas con desgarrones, alfombras manchadas, objetos rotos de porcelana y cristal, todos los vestigios de una ocupación ruda y sin escrúpulos.
El tren corría por la costa, teniendo a un lado el desierto azul del golfo de Salerno y al otro las montañas rojas y verdes, manchadas de blanco por aldeas y caseríos.
Acaba de romper un lirio, que ha caído a sus pies, y le han quedado las manos manchadas de sangre.
Las ruedas locas rompían las masas de pantalones rojos o azules que en vano intentaban avanzar, aplastaban los hombres bajo su férreo volteo, hacían crujir los huesos, deshilachaban los músculos, y, manchadas de sangre, seguían rodando hasta encallarse en el llano, ahitas de destrucción.
Y de una terrible bofetada arrojóle al suelo cuan largo era y lanzóse luego sobre él, dando roncos gritos de furor, vomitando contra el padre y la madre y el niño mismo horrendos insultos, que parecían hincharle la garganta como si no hubiera en ella espacio bastante para arrojarlos, dándole puñadas, pateándole todo el cuerpo, mesándole los cabellos y sacudiéndole la cabeza contra las rocas, hasta que, rendido y jadeante, viose de improviso las manos manchadas de sangre Entonces dio un paso atrás, pálido y descompuesto, y sucedióle al punto, en un segundo, lo que sucede a todos los corazones generosos cuando pasa en ellos el vértigo horrible de la venganza y ven ya a su víctima indefensa y aniquilada, tendida a sus pies: una gran piedad hacia aquel pobre niño, en quien había querido él, sin conseguirlo del todo, acumular el odio inmenso que profesaba a su padre, invadió su pecho y despertó su razón, y con voz queda, enternecida casi, alargóle su propio pañuelo, diciendo:.
A la luz de aquella lámpara miróse las manos, que sentía húmedas y pegajosas, y vióselas teñidas de sangre Un horror inmenso invadió entonces su cuerpo y anegó su alma, y una idea taladró al fin su mente, como un clavo ardiendo al empuje de un mazo: la de su hija Lilí, arrodillada en el estudio, mostrándole sus manitas manchadas también con la sangre de su hermano, repitiendo con la opaca vibración de un terror sin medida:.
Un capitán de lanceros, muy gordo y rubicundo, bajaba de la Puerta del Sol, pisando muy fuerte, con las espuelas y las polainas manchadas de cieno, calada la corta capota azul con vueltas blancas.
Abajo, alpargatas rotas, siempre manchadas de barro, viejos pantalones de pana, manos escamosas, ásperas, conservando en las grietas de la piel la tierra de su huertecito, un cuadrado de hortalizas que tenía frente a la barraca, y muchas veces era lo único que llenaba su puchero.
Era un desfile brillante de autoridades y uniformes, que admiraba a los papanatas, grupos de chicuelos y mujeres se agolpaban ante los Eccehomos que se exhibían en las calles sobre un pedestal: imágenes manchadas con brochazos de sangriento bermellón, la corona de espinas sobre las lacias y polvorientas melenas que agitaba el viento, una caña entre las manos y a los pies una bandeja con céntimos y un viejo pedigüeño.
En un ángulo de la plaza estaba la tribuna de la música, un tablado bajo, cuyas barandillas acababan de cubrirse con telas de colorines manchadas de cera, como recuerdo de las muchas fiestas de iglesia en que se habían ostentado.
Los mismos muebles, los mismos objetos, las papeleras manchadas de tinta, con letreros en las tapas, grabados a punta de cortaplumas, el pizarrón, el mismo pizarrón de otro tiempo, en su caballete verde, la mesa del dómine ocupada por los mismos libros, todos muy bien colocados.
Y podré salir por ahí mostrando mis manos manchadas con la sangre de los adúlteros y decir a gritos: ‘Aprended de mí, maridos, a defender vuestro honor.
El oro, al pasar por ellas, parecía purificarse sin dejarlas manchadas.

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