Ejemplos con madre

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Al fondo, la madre, joven, rubia y bella, los miraba sonriendo.
De pronto, Blanca huyó, como un débil rayo, a los brazos de la madre.
Luego se echa en la tierra tosca y, a la larga copla de madre, se adormila, igual que un niño.
Sobre la bayeta verdegay, de pliegues y lóbulos graciosos, con que se viste la madre tierra, siempre doncella, se ha puesto, aquí y acullá, unos pomares enflorados, cándido ornamento.
Más vale casarse que abrasarse, pero la castidad es madre de la fortaleza.
Y cuando leía en San Fortunato: , de cómo la Virgen madre envuelve en pañales los torpes miembros del recién nacido y le ciñe con vendas las manos, los pies, las piernas, veía también a Angustias, con un hijo, y mi corazón se derretía de ternura.
Por la memoria de su madre le pido juramento que no dirá nada a nade de esto que ha pasado.
Por eso él dice, y es de las ocasiones contadas en que habla lengua inteligible, que la ama más que como padre: como padre y como madre juntamente.
Y al pobre Chapaprieta no le tenemos ya de obispo, porque a ése, tan engurruñado, soso y melifluo, nada se le puede hacer, como no sea madre abadesa.
Mi madre murió cuando yo cumplía apenas los tres años.
Traducido al romance: la adversidad es la madre de la sapiencia.
Cuando abrazaba y besaba a su hija, o la miraba en adoración, o pensaba en ella, sentíase más madre que padre.
Mi madre no quiso admitirme en casa.
Mi madre, que tenía mal carácter, decía que mi padre era un zángano, y que los que venían a oírle le tomaban el pelo.
La mujer, advierte San Agustín, , o vemos en ella la madre, o nos rebajamos a tomarla como mero instrumento de voluptuosidad.
La señora cuidaba de mí como una madre.
JÚPITER, permíteme que hable la primera, como tu esposa y madre de los dioses más poderosos.
¡Cuán estúpida había sido al reir de su madre siempre que la llamaba desgarbada!.
Roseta comenzó a arreglarse para ir con su madre a misa.
La pobre muchacha componía el gesto al entrar en la barraca, y a las preguntas de su madre, inquieta, contestaba echándola de valerosa y afirmando que había llegado con unas compañeras.
Caminaba perezosamente por las calles de la ciudad en los fríos crepúsculos de invierno, comprando los encargos de su madre, deteniéndose embobada ante los escaparates que empezaban a iluminarse, y al fin, pasando el puente, se metía en los obscuros callejones de los arrabales para salir al camino de Alboraya.
Y mientras la madre daba una vuelta en la cama, dulcemente acariciada por el calor del , proponiéndose dormir media hora más junto al enorme Batiste, que roncaba sonoramente, Roseta seguía sus evoluciones.
La madre la seguía sin verla desde la cama, para hacerle toda clase de indicaciones.
Mirábanse unos a otros con indecisión y extrañeza, hurgábanse las narices por hacer algo y acabaron todos por imitar a la madre, llorando sobre el arroz.
La gente menuda, asustada por el ceño del padre y los gritos de la madre, no se atrevía a comer.
La puerta nueva y pintada de azul, parecía madre de todas las ventanillas, que asomaban por los huecos de las paredes sus cuadradas caras del mismo color.
¡Válgame Dios, y cómo se pierde una casa! ¡Tan bueno que era el pobre tío ! ¡Si levantara la cabeza y viese a sus hijas! Ya sabían en la huerta que el pobre padre había muerto en el presidio de Ceuta hacía dos años, y en cuanto a la madre, la infeliz vieja había acabado de padecer en una cama del Hospital.
Era natural: donde no hay padre y madre, la familia termina así.
Tuve que acompañarlo a la taberna, para saludar a su madre y ver la pequeña habitación que me había servido de refugio.
Uno de mis alojamientos fué en los altos de un despacho de vinos situado cerca del puerto, propiedad de un joven republicano, que vivía con su madre.

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