Ejemplos con llegándome

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

No pude contenerme, y llegándome a la puerta por donde salía la salmodia, vi a Simuel, con otros dos usureros, uno por cada lado, berreando devotamente.
Ciega de aquel furor que me acometió como una instigación del demonio, dejé en el suelo la bandeja vacía, metí la mano bajo el escapulario, saqué un alfiler muy gordo y largo, de cabeza negra, que llevar conmigo solía, y cogiéndolo con disimulo, y llegándome bonitamente al fraile, se lo clavé en la nalga con presteza y saña, metiéndoselo hasta la cabeza.
Ramón, busqué y hallé un medio de romper la consigna, llegándome a donde los ejecutores de la ley estaban con las manos en la masa, ávidos de castigo, de venganza, de sentar en los huesos de todo culpable, o que lo pareciera, los nudos más duros del garrote de la autoridad.
—Ricaredo, estáme atento a lo que decirte quiero: la reina mi señora te mandó fueses a servirla, y a hacer hazañas que te hiciesen merecedor de la sin par Isabela: tú fuiste, y volviste cargadas las naves de oro, con el cual piensas haber comprado y merecido a Isabela, y aunque la reina mi señora te la ha prometido, ha sido creyendo que no hay ninguno en su corte que mejor que tú la sirva, ni quien con mejor título merezca a Isabela, y en esto bien podrá ser se haya engañado: y así llegándome a esta opinion que yo tengo por verdad averiguada, digo que ni tú has hecho cosas tales que te hagan merecer a Isabela, ni ninguna podrás hacer que a tanto bien te levante, y en razon de que no la mereces, si quisieres contradecirme, te desafío a todo trance de muerte.
Diego, yo lo soy, la madre ya no vive, basta saber que fué tan principal, que pudiera yo ser su criado, y porque como se encubre su nombre, no se encubra su fama, ni se culpe lo que en ella parece manifiesto error y culpa conocida, se ha de saber que la madre desta prenda, siendo viuda de un gran caballero, se retiró a una aldea suya, y allí con recato y con honestidad grandísima pasaba con sus criados y vasallos una vida sosegada y quieta: ordenó la suerte que un dia, yendo yo a caza por el término de su lugar, quise visitarla, y era la hora de siesta: cuando llegué a su alcázar, que así se puede llamar su gran casa, dejé el caballo a un criado mio, subí sin topar a nadie hasta el mismo aposento donde ella estaba durmiendo la siesta sobre un estrado negro: era por estremo hermosa, y el silencio, la soledad, la ocasion, despertaron en mí un deseo mas atrevido que honesto, y sin ponerme a hacer discretos discursos, cerré tras mí la puerta, y llegándome a ella, la desperté, y teniéndola asida fuertemente, le dije: vuesa merced, señora mia, no grite, que las voces que diere serán pregoneras de su deshonra: nadie me ha visto entrar en este aposento, que mi suerte, porque la tengo bonísima en gozaros, ha llovido sueño en todos vuestros criados, y cuando ellos acudan a vuestras voces, no podrán mas que quitarme la vida: y esto ha de ser en vuestros mismos brazos, y no por mi muerte dejará de quedar en opinion vuestra fama.
Ciega de aquel furor que me acometió como una instigación del demonio, dejé en el suelo la bandeja vacía, metí la mano bajo el escapulario, saqué un alfiler muy gordo y largo, de cabeza negra, que llevar conmigo solía, y cogiéndolo con disimulo, y llegándome bonitamente al fraile, se lo clavé en la nalga con presteza y saña, metiéndoselo hasta la cabeza.
Cansábame yo de estar encerrada en el Hotel, y algunas tardes cogía mi sombrero y mi sombrilla y me marchaba a pasear por los bulevares, llegándome hasta la Puerta de San Denis o un poquito más allá.
Quíteme yo mi manteo, que era el ábito que entonces traía, y, llegándome al pozo para ponerle sobre su brocal, vi que en el hueco de una escalera se estava mortificando con otro pollo la compañera de nuestra beata.
En esto no tardó mucho que el Sol dorado salió, apartando las tinieblas de la noche obscura, y llegándome a la ciudad, yo vi que la gente y pueblo de ella henchían todas las plazas en hábito religioso y triunfante, con tanta alegría, que además del placer que yo tenía, me parecía que todas las cosas se alargaban en tal manera, que hasta los bueyes y brutos animales y todas las cosas y aun el mismo día, sentía yo que con alegres gestos se gozaban, porque el día sereno y apacible había seguido a la pluvia que otro día antes había hecho.
En este tiempo conocí cómo todo mi refugio había de ser, y todo mi vivir, Nuestro Señor Sacramentado, porque una noche me hallaba en sueños perseguida y acosada de muchos enemigos que me daban gritos y seguían, y yo, llena de aflicción y espanto, buscaba algún refugio, y sólo hallaba una custodia en que estaba el Santísimo Sacramento, y llegándome allí, quedaba consolada y segura, y huían todos mis enemigos, y yo quedé desde aquel día con más aliento y consuelo.

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