Ejemplos con leíamos

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Los tres que nos habíamos unido en estrecho pandillaje ofensivo y defensivo leíamos a escondidas libros vitandos, y los comentábamos en nuestras horas de recreo.
Della Genga introdujo de contrabando las , de Herder, y Fornasari guardaba bajo llave, entre su ropa, el libro de Pierre Leroux Con grandes embarazos leíamos trozos de ambas obras, que cada cual explicaba luego a los dos compañeros.
Y escribíamos sobre el mismo tema político sendas parrafadas ampulosas, que nos leíamos buscando el aplauso, y éste fácilmente coronaba nuestras lucubraciones.
Pues sí: el día que tocaba carta era para nosotros gran fiesta, la guardábamos para leerla a media noche, y cuando llegaba el momento encendíamos nuestra luz, y cabeza con cabeza leíamos con cuatro ojos, y con dos bocas recitábamos tu escritura, niño bobo.
Los versos eran para nosotros. Nosotros los leíamos y los aplaudíamos. Todos teníamos una alabanza para Garcín. Era un ingenuo que debía brillar. El tiempo vendría. Oh, el pájaro azul volaría muy alto. ¡Bravo! ¡bien! ¡Eh, mozo,más ajenjo!
Es de sentir por los que le leíamos con gusto y admiración, es de alegrarse por Millaud, que, enfermo de cuerpo y entristecido de espíritu, estaba demás en París.
-¿Está envenenado ese papel, tía? ¿El viejo Simón tendrá sus rasgos a lo Borgia, como en la historia que leíamos el otro día?.
Con grandes embarazos leíamos trozos de ambas obras, que cada cual explicaba luego a los dos compañeros.
Pues sí: el día que tocaba carta era para nosotros gran fiesta, la guardábamos para leerla a media noche, y cuando llegaba el momento encendíamos nuestra luz, y cabeza con cabeza leíamos con cuatro ojos, y con dos bocas recitábamos tu escritura, niño bobo.
Yo le veía palidecer, inflamarse, reflejando en su cara la tristeza o el entusiasmo, según que leíamos y comentábamos este o el otro lírico, fray Luis de León, San Juan de la Cruz, o el enfático y ruidosísimo Herrera.
La felicidad casi estática de la pasión que se afirma libremente, orgullosa de sí misma, la juventud y la gallardía realzando y explicando la pasión: ahí tiene usted lo que leíamos con envidia en los ojos de ella y de él, siempre que ansiosos de beberse la mirada fundían su luz, olvidando -estuviesen donde estuviesen, en el teatro, en la calle, en visita- la presencia de los indiferentes, el transcurso del tiempo y quizá el código de las conveniencias sociales.
Cuando se habían terminado las peleas, Biddy señalaba el número de una página, y entonces todos leíamos en voz alta lo que nos era posible y también lo que no podíamos leer, a coro y con espantosas voces, Biddy llevaba el compás con voz aguda, fuerte y monótona, y, por otra parte, ninguno de nosotros tenía la más pequeña noción ni tampoco reverencia alguna con respecto a lo que estábamos leyendo.
Mientras leíamos el rótulo, Trimalcio, golpeando las manos satisfecho, dijo: -¡Ay!.

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