Ejemplos con lava

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Tres acaudalados hombres de Tiagua se responsabilizaron del posible deterioro de la imagen, por lo que la comitiva continúa por el Camino Viejo, entre Tiagua y Tao, para colocar la imagen frente al volcán, que de forma inesperada sustituyó la lava por una columna espesa de humo y por expulsiones de agua salada, antes de entrar en inactividad ese mismo día.
Sin embargo, de la tradición oral se recoge que el lugar donde paró la lava se señaliza con una Cruz, prometiéndose levantar una ermita en este lugar.
Se sabe que en la procesión que desde la ermita de San Roque, en Tinajo, llega a Güiguan en Mancha Blanca, un participante que portaba una Cruz de madera de tea se acercó a la orilla de la lava, fijándola en ella.
Los canales más amplios son observables en volcanes en ambos planetas e indican punto bajos en el borde de la caldera por donde la lava se derrama previo al colapsamiento de los cráteres.
En muy raras ocasión sale la lava por el extremo superior del cono porque las escorias sueltas y disgregadas de las paredes son demasiado débiles para soportar la presión que ejerce la roca fundida al ascender hacia la superficie por la chimenea central.
Está construida sobre la lava del volcán Xitle.
Después de dos horas en esta agua se saca y se lava muy bien.
Observóse en todo lo que se navegó de esta costa, que el escandal se lava, y no saca señal de fondo, sino es de mucho peso.
La fiebre, el miasma de los pantanos, había sido la lava mortal de esta Pompeya.
El calor del sentimiento, como el calor físico, no puede ocultarse largo tiempo: llega siempre un momento en que sale a la superficie como la lava de los volcanes Y el amor es de todos los Sentimientos el que mejor sabe romper las trabas de la lengua.
Lucía, como una flor que el sol encorva sobre su tallo débil cuando esplende en todo su fuego el mediodía, que como toda naturaleza subyugadora necesitaba ser subyugada, que de un modo confuso e impaciente, y sin aquel orden y humildad que revelan la fuerza verdadera, amaba lo extraordinario y poderoso, y gustaba de los caballos desalados, de los ascensos por la montaña, de las noches de tempestad y de los troncos abatidos, Lucía, que, niña aun, cuando parecía que la sobremesa de personas mayores en los gratos almuerzos de domingo debía fatigarle, olvidaba los juegos de su edad, y el coger las flores del jardín, y el ver andar en parejas por el agua clara de la fuente los pececillos de plata y de oro, y el peinar las plumas blandas de su último sombrero, por escuchar, hundida en su silla, con los ojos brillantes y abiertos, aquellas aladas palabras, grandes como águilas, que Juan reprimía siempre delante de gente extraña o común, pero dejaba salir a caudales de sus labios, como lanzas adornadas de cintas y de flores, apenas se sentía, cual pájaro perseguido en su nido caliente, entre almas buenas que le escuchaban con amor, Lucía, en quien un deseo se clavaba como en los peces se clavan los anzuelos, y de tener que renunciar a algún deseo, quedaba rota y sangrando, como cuando el anzuelo se le retira queda la carne del pez, Lucía que, con su encarnizado pensamiento, había poblado el cielo que miraba, y los florales cuyas hojas gustaba de quebrar, y las paredes de la casa en que lo escribía con lápices de colores, y el pavimento a que con los brazos caídos sobre los de su mecedora solía quedarse mirando largamente, de aquel nombre adorado de Juan Jerez, que en todas partes por donde miraba le resplandecía, porque ella lo fijaba en todas partes con su voluntad y su mirada como los obreros de la fábrica de Eibar, en España, embuten los hilos de plata y de oro sobre la lámina negra del hierro esmerilado, Lucía, que cuando veía entrar a Juan, sentía resonar en su pecho unas como arpas que tuviesen alas, y abrirse en el aire, grandes como soles, unas rosas azules, ribeteadas de negro, y cada vez que lo veía salir, le tendía con desdén la mano fría, colérica de que se fuese, y no podía hablarle, porque se le llenaban de lágrimas los ojos, Lucía, en quien las flores de la edad escondían la lava candente que como las vetas de metales preciosos en las minas le culebreaban en el pecho, Lucía, que padecía de amarle, y le amaba irrevocablemente, y era bella a los ojos de Juan Jerez, puesto que era pura, sintió una noche, una noche de su santo, en que antes de salir para el teatro se abandonaba a sus pensamientos con una mano puesta sobre el mármol del espejo, que Juan Jerez, lisonjeado por aquella magnífica tristeza, daba un beso, largo y blando, en su otra mano.
No tengo más que una camisa, que Nicanora, naturalmente, me lava ciertas y determinadas noches mientras duermo, para ponérmela por la mañana pero no me importa.
El volcán que rugía en el pecho de la señora de Jáuregui no podía arrojar su lava sino sobre Papitos, que para esto justamente estaba.

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