Ejemplos con lastimado

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Apolonio se hubiera despeñado en la negra desesperación, a no estorbárselo, de una parte, la compañía habitual del señor Novillo, con que se distraía de los sombríos pensamientos y se le deparaba coyuntura de explayar la exuberancia del lastimado pecho, y de otra parte, más principalmente, el amor a la duquesa de Somavia, un amor cada día más exaltado, más puro, más imposible, más delicioso y novelesco.
Era el descanso después de la pelea por doblar el cabo, la alegría de existir luego de haber sentido el soplo de la muerte, la vida en los cafés y las casas alegres, comiendo y bebiendo hasta la hartura, con el estómago lastimado aún por la alimentación salitrosa y la piel martirizada por los furúnculos del mar.
No la arredraban ciertos despegos, ciertas durezas inexplicables de Miranda, servíale piadosa y filialmente, hablábale con dulzura, hacíale ella misma los remedios y le vendaba el pie lastimado, con la devoción con que vestiría a una santa imagen.
Él se dobla en forma de cabestrillo, y sostiene vuestro brazo lastimado.
Este es, oh Mahamut hermano, el triste suceso mio: esta es la causa de mis suspiros y de mis lágrimas, mira tú ahora y considera si es bastante para sacarlos de lo profundo de mis entrañas, y para engendrarlos en la sequedad de mi lastimado pecho.
Cual yo quedé, dígalo quien tuviere poder para decirlo, que yo no sé ni supe mas de sentillo: castigué mis cabellos, como si ellos tuvieran la culpa de mi yerro, martiricé mi rostro, por parecerme que él habia dado toda la ocasion a mi desventura, maldije mi suerte, acusé mi presta determinacion, derramé muchas é infinitas lágrimas, víme casi ahogada entre ellas y entre los suspiros que de mi lastimado pecho salian, quejéme en silencio al cielo, discurrí con la imaginacion, por ver si descubria algun camino o senda a mi remedio, y la que hallé fué vestirme en hábito de hombre, y ausentarme de la casa de mis padres, y irme a buscar a este segundo engañador Enéas, a este cruel y fementido Vireno, a este defraudador de mis buenos pensamientos y legítimas y bien fundadas esperanzas, y así sin ahondar mucho en mis discursos, ofreciéndome la ocasion un vestido de camino de mi hermano, y un cuartago de mi padre que yo ensillé, una noche escurísima salí de casa con intencion de ir a Salamanca, donde, segun despues se dijo, creian que Marco Antonio podia haber venido, porque tambien es estudiante, y camarada del hermano mio que os he dicho: no dejé asimismo de sacar cantidad de dineros en oro, para todo aquello que en mi impensado viaje pueda sucederme, lo que mas me fatiga es que mis padres me han de seguir y hallar por las señas del vestido y del cuartago que traigo, y cuando esto no tema, temo a mi hermano que está en Salamanca, del cual si soy conocida, ya se puede entender el peligro en que está puesta mi vida, porque aunque él escuche mis disculpas, el menor punto de su honor pasa a cuantas yo pudiere darle: con todo esto, mi principal determinacion es, aunque pierda la vida, buscar al desalmado de mi esposo, que no puede negar el serlo sin que le desmientan las prendas que dejó en mi poder, que son una sortija de diamantes, con unas cifras que dicen: Es Marco Antonio esposo de Teodosia.
Estaba la sala escura, y las camas bien desviadas, pero no por esto dejó de oir entre otras razones, estas, que con voz debilitada y flaca, el lastimado huésped primero decia:.
Abrazóla así desmayada el lastimado viejo, abrazáronla sus padres, lloraron todos tan amargamente, que obligaron y aun forzaron a que en ellas les acompañase el escribano que hacia el testamento, en el cual dejó de comer a todas las criadas de casa, horras las esclavas y negro, y a la falsa de Marialonso no le mandó otra cosa que la paga de su salario, mas sea lo que fuere, el dolor le apretó de manera, que al seteno dia le llevaron a la sepultura.
Admirados desta primera vista el cadí y los demas bajáes, ántes que otra cosa dijesen ni preguntasen, mandaron al judío que hiciese que se quitase el antifaz la cristiana: hízolo así, y descubrió un rostro que así deslumbró los ojos y alegró los corazones de los circunstantes, como el sol que por entre cerradas nubes despues de mucha escuridad se ofrece a los ojos de los que le desean: tal era la belleza de la cautiva cristiana, y tal su brio y su gallardía, pero en quien con mas efecto hizo impresion la maravillosa luz que habia descubierto, fué en el lastimado Ricardo, como en aquel que mejor que otro la conocia, pues era su cruel y amada Leonisa, que tantas veces y con tantas lágrimas por él habia sido tenida y llorada por muerta.
Y cuando así no sea respondió el lastimado Durandarte con voz desmayada y baja, cuando así no sea, ¡oh primo!, digo, paciencia y barajar.
Díjome Montesinos como toda aquella gente de la procesión eran sirvientes de Durandarte y de Belerma, que allí con sus dos señores estaban encantados, y que la última, que traía el corazón entre el lienzo y en las manos, era la señora Belerma, la cual con sus doncellas cuatro días en la semana hacían aquella procesión y cantaban, o, por mejor decir, lloraban endechas sobre el cuerpo y sobre el lastimado corazón de su primo, y que si me había parecido algo fea, o no tan hermosa como tenía la fama, era la causa las malas noches y peores días que en aquel encantamento pasaba, como lo podía ver en sus grandes ojeras y en su color quebradiza.
Oyendo lo cual el venerable Montesinos, se puso de rodillas ante el lastimado caballero, y, con lágrimas en los ojos, le dijo: Ya, señor Durandarte, carísimo primo mío, ya hice lo que me mandastes en el aciago día de nuestra pérdida: yo os saqué el corazón lo mejor que pude, sin que os dejase una mínima parte en el pecho, yo le limpié con un pañizuelo de puntas, yo partí con él de carrera para Francia, habiéndoos primero puesto en el seno de la tierra, con tantas lágrimas, que fueron bastantes a lavarme las manos y limpiarme con ellas la sangre que tenían, de haberos andado en las entrañas, y, por más señas, primo de mi alma, en el primero lugar que topé, saliendo de Roncesvalles, eché un poco de sal en vuestro corazón, porque no oliese mal, y fuese, si no fresco, a lo menos amojamado, a la presencia de la señora Belerma, la cual, con vos, y conmigo, y con Guadiana, vuestro escudero, y con la dueña Ruidera y sus siete hijas y dos sobrinas, y con otros muchos de vuestros conocidos y amigos, nos tiene aquí encantados el sabio Merlín ha muchos años, y, aunque pasan de quinientos, no se ha muerto ninguno de nosotros: solamente faltan Ruidera y sus hijas y sobrinas, las cuales llorando, por compasión que debió de tener Merlín dellas, las convirtió en otras tantas lagunas, que ahora, en el mundo de los vivos y en la provincia de la Mancha, las llaman las lagunas de Ruidera, las siete son de los reyes de España, y las dos sobrinas, de los caballeros de una orden santísima, que llaman de San Juan.
Volviéronla a la presencia del lastimado padre, preguntáronle su desgracia, confesó sin apremio que Vicente de la Roca la había engañado, y debajo de su palabra de ser su esposo la persuadió que dejase la casa de su padre, que él la llevaría a la más rica y más viciosa ciudad que había en todo el universo mundo, que era Nápoles, y que ella, mal advertida y peor engañada, le había creído, y, robando a su padre, se le entregó la misma noche que había faltado, y que él la llevó a un áspero monte, y la encerró en aquella cueva donde la habían hallado.
¡Ay dijo Sancho, y cómo está vuestra merced lastimado de esos cascos! Pues dígame, señor: ¿piensa vuestra merced caminar este camino en balde, y dejar pasar y perder un tan rico y tan principal casamiento como éste, donde le dan en dote un reino, que a buena verdad que he oído decir que tiene más de veinte mil leguas de contorno, y que es abundantísimo de todas las cosas que son necesarias para el sustento de la vida humana, y que es mayor que Portugal y que Castilla juntos? Calle, por amor de Dios, y tenga vergüenza de lo que ha dicho, y tome mi consejo, y perdóneme, y cásese luego en el primer lugar que haya cura, y si no, ahí está nuestro licenciado, que lo hará de perlas.
Visto lo cual de Claudia, habiéndose enterado que ya su dulce esposo no vivía, rompió los aires con suspiros, hirió los cielos con quejas, maltrató sus cabellos, entregándolos al viento, afeó su rostro con sus propias manos, con todas las muestras de dolor y sentimiento que de un lastimado pecho pudieran imaginarse.

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