Ejemplos con lampiño

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Limbo pubescente al brotar, muy pronto lampiño y verde por las dos caras, de forma aovado-triangular o aovado-rómbica, acuminadas, festoneado-aserradas.
El fruto tiene forma de cápsula, lampiño, dehiscente, de color verdoso que se torna pardo al madurar.
Entre las razas caprinas destacan la cabra blanca andaluza o cabra serrana, la payoya, la malagueña, la florida sevillana, la murciana-granadina y entre las porcinas el negro de los Pedroches, lampiño, el mamellado, el negro entrepelado, el retinto, el manchado de Jabugo y el dorado gaditano.
El hocico es ancho y con abultamientos glandulares, el uropatagio es lampiño, con un espolón que cubre la mitad de su borde.
En la época de este mi cuento amadeísta había cumplido yo los veintitrés años, pero declaraba veinticinco por el afán de hacerme más hombre, y atenuar la poca estimación en que, a mi parecer, se me tenía por mi rostro aniñado, casi lampiño, y mi corta estatura.
Su rostro melancólico, de viril belleza delicada, casi lampiño, reproducía las facciones de Lucila y las del Apolo de Belvedere.
Verdad que las de aquel mancebo manos de monja parecían, en consonancia con su rostro lampiño y terso, con su expresión de honestidad y la inocente languidez de su mirada.
Tenía el rostro lampiño, la mirada humilde, la palabra dulzona, el traje entre sacerdotal y profano.
Eran ambos de continente severo, rostro lampiño y mirada que apareciera humilde si no fuese por lo tenaz, reveladora de una voluntad poderosísima.
Algún tiempo anduvo lampiño, como dicen los arqueólogos que están las estatuas de Paris, a quien amó Elena, y el busto del famoso Antinóo, luego lució bigote a la borgoñona, a semejanza de aquellos galanes españoles del siglo XVII, que fueron regocijo de damas, monjas y villanas, por fin resolvió dejarse barba apuntada, según es fama que la tuvo el duque de Gandía cuando amó a Isabel de Portugal, y bigotes largos, como aquel conde de Villamediana que murió por haber puesto en otra reina los ojos.
No es alto ni bajo, flaco ni grueso, a ratos lampiño, a ratos barbudo Al sonar un campanillazo la visión se disipa y el lúgubre recinto se trueca en un paseo enarenado, por donde corretea un niño tras un ato de madera.
Este día, estaba entre la concurrencia un gauchito, bajo de estatura, delgado, casi lampiño, de ojos chiquitos, con una de estas caras que nadie piensa en mirar, que, instintivamente, se disimulan detrás de espaldas más altas, y cuya vista inspira al que, por casualidad, las ve, la misma repulsión que la de una víbora, con la misma intuición de destrucción necesaria, aunque sea con asco.
No era lampiño, como debiera, sino que tenía un archipiélago de barbas, pálidas y secas, sembrado por las mejillas enjutas.
Y si no me conocéis, por lo menos no podéis dejar de acordaros de mí, porque sois los vivos tan endiablados, que a todo decís que se acuerda del Rey que rabió, y en habiendo un paredón viejo, un muro caído, una gorra calva, un ferreruelo lampiño, un trapajo rancio, un vestido caduco, una mujer manida de años y rellena de siglos, luego decís que se acuerda del Rey que rabió.
Es lampiño, blanco como el marfil, y el sol no ha tostado su tez, tiene ojos negros, vivos, brillantes como dos estrellas, cejas pobladas y arqueadas, largas pestañas, frente despejada, nariz afilada, labios gruesos bien delineados, pómulos salientes, cara redonda, negros y lacios cabellos largos, estatura regular, más bien baja, anchas espaldas y una musculatura vigorosa.
Uno alto, aindiado, lampiño.
Vuesa merced habrá de saber que yo era lampiño.
¡Cuántos cambios iba a ver!, no lo iban a conocer, por cierto, lampiño que era, cuando se fue, barbudo, ahora, como cabrón.
Era un hombre alto, delgado, de facciones prominentes y acentuadas, de tez blanca, poco quemada, de largos cabellos castaños, tirando al rubio, de ojos azules, penetrantes, de ancha frente, cortada a pico, de nariz recta como la de un antiguo heleno, de boca pequeña, cuyos labios apenas resaltaban, de barba aguda, retorcida para arriba, en la que se veía un hoyo, lampiño, de modales fáciles, vestido como un gaucho rico, llevaba un sombrero de paja de Guayaquil, fino, espuelas de plata, y un largo facón de lo mismo atravesado en la cintura, rebenque con virolas de oro, y su gran cigarro de hoja en la boca.
Verdad que las de aquel mancebo manos de monja parecían, en consonancia con su rostro lampiño y terso, con su expresión de honestidad y la inocente languidez de su mirada.
Y todas las miradas se dirigieron a un hombre de unos cuarentas años, grueso, lampiño, de cara ancha, frente angosta y escurrida hacia atrás: su mirada torva y la costumbre de cerrar un ojo al hablar le daban un aire singularmente desagradable.
Pero vuelve allí los ojos, verás cómo se va desnudando aquel hidalgo que ha rondado toda la noche, tan caballero del milagro en las tripas como en las demás facciones, pues quitándose una cabellera, queda calvo, y las narices de carátula, chato, y unos bigotes postizos, lampiño, y un brazo de palo, estropeado, que pudiera irse más camino de la sepultura que de la cama.
-El tiro va contra el Provisor -manifestó un lampiño, de la policía secreta de Glocester.
Va por la calle deseando que alguien le tropiece, y cuando no lo hace nadie, tropieza él a alguno, su honor entonces está comprometido, y hay de fijo un desafío, si éste acaba mal, y si mete ruido, en aquel mismo punto empieza a tomar importancia, y entrando en otra casta, como la oruga que se torna mariposa, deja de ser calavera lampiño.
A veces el calavera lampiño se finge malo para darse importancia, y si puede estarlo de veras, mejor, entonces está de enhorabuena.
De aquí fecha la libertad del lampiño.
El calavera lampiño tiene catorce o quince años, lo más dieciocho.

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