Ejemplos con lacia

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

El pelaje del pomeranio tiene dos capas, la interior, densa y suave, y la exterior, larga, lacia y más áspera.
La fibra de la huacaya es opaca, rizada y esponjosa, parecida a la lana de oveja, mientras que la fibra de la suri es lacia, sedosa, lustrosa y brillante.
Se puso el menos viejo de sus ponchos, de color de mostaza, y un sombrero enorme, por debajo de cuyos bordes se escapaba una melena lacia é intensamente negra, uniéndose a sus barbas de Nazareno.
El viento no conseguía henchir las velas bajas: la cangreja pendía del palo lacia y desmayada como un vestido de baile usado.
Frente a un balcón, abierto sobre las arboledas del jardín, tenía una cama de hierro pintada de verde, y a su cabecera un Crucifijo de torpe talla, de lacia y triste figura, un reclinatorio al pié del lecho, dos estantes de caoba deslucida llenos de libros, y una mesa también cargada de ellos hasta el punto de parecer rebosar, desparramándose por las sillas inmediatas, un modestísimo aguamanil de loza con su jofaina de lo mismo, un armario de pino barnizado, donde se guardaba la sotana de los domingos, una exquisita limpieza en todo, y una apariencia de profunda calma: tal era el cuarto, cuyas vidrieras se abrían antes que ninguna otra de las de la casa, y las que hasta más tarde estaban iluminadas por la lámpara que ayudaba el tenaz trabajo de sus largas veladas.
Era un mozo encanijado y escrofuloso, con una barbucha lacia, mucha nuez poco pelo, largas uñas, dientes rancios, gran pechera, poca corbata, largo talle y ojos saltones.
La cabeza baja y casi escondida por lacia melena, el condenado oyó el veredicto.
Una negra cabellera larga y lacia, nevada ya, cae sobre sus hombros y hermosea su frente despejada, surcada de arrugas horizontales.
El Padre Eterno, con su luenga barba blanca y sus talares vestiduras, parecía próximo a ceder, cuando en un nubarrón negrísimo apareció Cristo, no indulgente y bondadoso, sino un Cristo tétrico, ceñudo, imponente, vengativo, vestido con morada túnica y coronado de espinas, como le veía representado en algunas iglesias, con el semblante lívido, cetrino, agónico, la larga cabellera lacia cayendo a los lados del demacrado rostro, surcado por algunas gotas de sangre que resbalaban sobre su traje dejando repugnantes manchas negruzcas, y en cuyos ojos vidriosos sólo brillaba un destello de ira.
Se puso el menos viejo de sus ponchos, de color de mostaza, y un sombrero enorme, por debajo de cuyos bordes se escapaba una melena lacia é intensamente negra, uniéndose á sus barbas de Nazareno.
Volvió a los tres días y se entretuvo más, sacando conversaciones insulsas que nadie seguía, y luego menudeó las visitas, hasta que cotidianamente, a la hora en que el personaje, deseoso de tranquilidad, de gozar el fresco, se sentaba en la terraza a mirar la ría azul, y los montecillos rosados por el ocaso, aparecía la lacia figura de don Olimpio, enfundada en su sotana color de ala de mosca, dando una nota ridícula en medio de tanta belleza.
Como los preopinantes contaban sin duda con el apoyo de mis fuerzas cuando me vieron levantarme para hablar, mis palabras causaban en ellos marcado asombro, y aun estupor, pero como los que no habían soltado prenda alguna eran muchos más, y muchísimos más todavía los que se hallaban allí en busca de jaleo y de emociones fuertes, y todas estas dos grandes porciones acogían cada fin de mis hinchados y resonantes períodos con gritos de entusiasmo y recio palmoteo, algunos de los apostrofados, especialmente el hombre de los pelos de punta y de la barba lacia, me acribillaban a menudo con preguntas sueltas o frases mal intencionadas, que yo recogía en el aire con mucho gusto, porque en este tiroteo me ayudaba con todas sus fuerzas el público, que siempre está de parte del que habla más recio y pega con mayor saña.
Cuando entré, había allí un zipizape de todos los demonios: la campanilla se desbadajaba sonando, y el público rugía porque sí y porque no y porque qué sé yo, y un ciudadano anguloso, de barba lacia y mirar sombrío, con poco pelo y ése muy erizado, el cual ciudadano lo había revuelto todo, protestaba contra las imposiciones de la presidencia y contra la presidencia misma y contra todas las presidencias del mundo, porque -decía-, «yo soy tan liberal, que no quiero presidentes de nada ni en ninguna parte, puesto que donde hay presidencia hay tiranía».
Así fue que, no bien abrí los ojos, ya me sentí verdaderamente poseído, repleto de la familia Valenzuela con todos sus memorables adherentes, como las alfombras y los cortinajes de la sala, el gesto dengoso y el abanico rechinante de Pilita, la barba lacia, la nuez picuda y los ojos saltones del descortés Manolo, las «ocupaciones» de su padre, y el portero brutal de su oficina.
Tiene una cabellera larga, negra y lacia, y una frente espaciosa, que no carece de nobleza.
Pero falsa o verdadera, nos animó muchísimo, lo cual nos hacía buena falta, pues al notar, cuando entramos, la desmadejada actitud del uno, y tan absorta, lacia y taciturna a la otra, entendimos que más ganosos estarían de quietud y de silencio, que de la insulsa conversación de dos extraños impertinentes.
Cuando la noche es cálida, lacia y negra,.
Era deslavazado como él solo, de poco pelo, barba lacia y dientes podridos.
Su barba era lacia, y su cuello muy largo, con nuez y costurones, tenía boqueras, los párpados tiernos, y un hombro algo más elevado que el otro.
Lacia, escurrida, angulosa, desdentada, a medio encanecer y medio calva, no podía hallarse una figura menos a propósito que la suya para mover a un hombre, del temple que había tenido Gedeón, a cumplir con los deberes que a cada instante arrojaba ella a la cara del solterón atribulado.
Don Adrián Pérez, después de colocar el sombrero en la silla inmediata y de enjugarse otra vez la carita lacia con el pañuelo, comenzó a hablar de esta suerte:.
Juanita Vélez, doncella cuarentona, larga y enjuta, por el estilo de su padre, lacia de pelo, de buenos ojos y muy regulares facciones, vestida de finas telas, pero muy antiguas, presuntuosamente simple el corte de su atalaje, pero también algo anticuado, y, por último, Manrique, el menor de los Vélez, hermano de Juanita, un giraldón desvaído y soso, con la boca muy grande y los dientes amarillos, mucho pie, largas piernas y bastante nuez.
Yo tenía noticia, por mi padre, de lo regocijado y expansivo de su carácter cuando no le daba por ponerse hecho un erizo y hacer andar a todos en un pie, pero no creí, vistas sus cartas y su lacia catadura, que le quedara en el cuerpo tanto acopio de aquellos ingredientes retozones.

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