Ejemplos con lápices

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

También llama la atención los medios de sorpresa encontrados, como es el caso de las armas de fantasías, tales como lápices, bastones, y cámara fotográfica que disparan balas.
Diez años después de la distribución de lápices BIC en Europa, el mismo lápiz BIC fue introducido en los Estados Unidos.
Pero sobre todo, fue impregnado por esta influencia flamenca porque fue uno de los cientos de niños evacuados durante la guerra civil española, y, parafreseando al escritor Luis de Castresana, en aquellos años del éxodo y del llanto, conoció una tierra hospitalaria y pudo descubrir la utilidad de un regalo de lápices de colores, ya que en su modesto hogar bilbaino no estaba permitido el lujo burgués de unos lápices de colores, acuarelas y caballetes.
Color carne a rojiza: como la que viene en los extremos de los lápices para borrar trazos incorrectos de los mismos.
Ciertos lápices poseen goma de borrar en un extremo.
labios, lápices de labios ¿qué clase de dibus son éstos?.
Los empleados de una empresa estatal en Pinar del Río tenían un trato especial en un hospital local a cambio de papel, lápices y otros materiales escasos y servicios.
El municipio alberga industrias maquileras, fabricantes de materiales para la construcción, fabricas de lápices, industria pirotécnica, etc.
El equipo creativo a cargo de Godslayer fue llevado acabo en los lápices: Jay Anacleto, Lan Medina y Brian Haberlin, coloristas: Brian Haberlin y Andy Troy y portadistas: Jay Anacleto y Brian Haberlin.
Dos hechos trágicos: La Noche de los bastones largos que significó un duro revés para la universidad pública y La Noche de los lápices salvaje golpe a la participación estudiantil secundaria lo ilustran tristemente.
Nos quitaron todo: a cada uno de nosotros, un reloj, unas cincuenta libras en efectivo, carteras y anotadores, plumas y lápices, hasta un pañuelo y un peine nos robaron.
Crayola es una marca de crayones, lápices de colores, marcadores, tizas y varios utensilios artísticos.
Utiliza materiales como óleos, acuarelas, acrílicos, carbonillas, tintas, témperas y lápices, entre otros.
Muy pocos estudiantes, o aún dibujantes técnicos, tienen lápices o compases con puntas tan aguzadas como esa.
Comenzó a ocupar sus lápices para dar vida a todos los diseños de Walter.
Los instrumentos más comunes para trazar dibujos son los lápices de grafito, la pluma estilográfica, crayones, carboncillos, etc.
Gráficos de la edición de los cursores, como pinceles, lápices o cubos de pintura puede mostrar cuando el usuario edita una imagen.
Los participantes no podían salir del estudio, no tenían contacto con otras personas y permanecían totalmente aislados de televisión, radio, internet, música, libros y lápices.
Hay que considerar que existen excepciones a la regla, permitiendo las importaciones de algunos productos como calzado, lápices y hierro sin que cumplan con la regla de origen.
Se utiliza para fabricar papel parafinado para empacar alimentos y otros productos, para fabricar papel carbón, para impermeabilizar tapas de corcho o plástico, maderas, municiones, como aislante en conductores eléctricos, para fabricar lápices grasosos, bujías y múltiples artículos.
Lark ha proporcionado sus lápices a DC Comics en Batman, Terminal City, Gotham Central and Legend of the Hawkman.
Hasta en eso era mezquino, porque hacía las puntas de los lápices cortas y cortaba los papeles pequeños.
El dependiente principal, que le conocía bien, un jerezano muy chistoso, decía del señor Cepeda que se pasaba el tiempo cortando papeles para llevarlos al retrete, o haciendo punta a los lápices lo más despacio posible para obtener el gusto de aparecer ante su familia como atareado.
Muchos comerciantes que se habían endosado el frac en honor del soberano, guardaban sobre su abdomen la gruesa cadena de oro, cargada, como un relicario, de medallones, dijes, lápices y fetiches, y en los pies los fuertes botines de uso diario.
Lucía, como una flor que el sol encorva sobre su tallo débil cuando esplende en todo su fuego el mediodía, que como toda naturaleza subyugadora necesitaba ser subyugada, que de un modo confuso e impaciente, y sin aquel orden y humildad que revelan la fuerza verdadera, amaba lo extraordinario y poderoso, y gustaba de los caballos desalados, de los ascensos por la montaña, de las noches de tempestad y de los troncos abatidos, Lucía, que, niña aun, cuando parecía que la sobremesa de personas mayores en los gratos almuerzos de domingo debía fatigarle, olvidaba los juegos de su edad, y el coger las flores del jardín, y el ver andar en parejas por el agua clara de la fuente los pececillos de plata y de oro, y el peinar las plumas blandas de su último sombrero, por escuchar, hundida en su silla, con los ojos brillantes y abiertos, aquellas aladas palabras, grandes como águilas, que Juan reprimía siempre delante de gente extraña o común, pero dejaba salir a caudales de sus labios, como lanzas adornadas de cintas y de flores, apenas se sentía, cual pájaro perseguido en su nido caliente, entre almas buenas que le escuchaban con amor, Lucía, en quien un deseo se clavaba como en los peces se clavan los anzuelos, y de tener que renunciar a algún deseo, quedaba rota y sangrando, como cuando el anzuelo se le retira queda la carne del pez, Lucía que, con su encarnizado pensamiento, había poblado el cielo que miraba, y los florales cuyas hojas gustaba de quebrar, y las paredes de la casa en que lo escribía con lápices de colores, y el pavimento a que con los brazos caídos sobre los de su mecedora solía quedarse mirando largamente, de aquel nombre adorado de Juan Jerez, que en todas partes por donde miraba le resplandecía, porque ella lo fijaba en todas partes con su voluntad y su mirada como los obreros de la fábrica de Eibar, en España, embuten los hilos de plata y de oro sobre la lámina negra del hierro esmerilado, Lucía, que cuando veía entrar a Juan, sentía resonar en su pecho unas como arpas que tuviesen alas, y abrirse en el aire, grandes como soles, unas rosas azules, ribeteadas de negro, y cada vez que lo veía salir, le tendía con desdén la mano fría, colérica de que se fuese, y no podía hablarle, porque se le llenaban de lágrimas los ojos, Lucía, en quien las flores de la edad escondían la lava candente que como las vetas de metales preciosos en las minas le culebreaban en el pecho, Lucía, que padecía de amarle, y le amaba irrevocablemente, y era bella a los ojos de Juan Jerez, puesto que era pura, sintió una noche, una noche de su santo, en que antes de salir para el teatro se abandonaba a sus pensamientos con una mano puesta sobre el mármol del espejo, que Juan Jerez, lisonjeado por aquella magnífica tristeza, daba un beso, largo y blando, en su otra mano.
Pero tan buenas, y serviciales fueron, tan apretaditas se sentaban siempre las tres, sin jugar, o jugando entre sí, en la hora de recreo, con tal mansedumbre obedecían los mandatos más destemplados e injustos, con tal sumisión, por el amor de su madre, soportaban aquellos rigores, que las ayudantes del colegio, solas y desamparadas ellas mismas, comenzaron a tratarlas con alguna ternura, a encomendarles la copia de las listas de la clase, a darles a afilar sus lápices, a distinguirlas con esos pequeños favores de los maestros que ponen tan orondos a los niños, y que las tres hijas de del Valle recompensaban con una premura en el servirlos y una modestia y gracia tal, que les ganaba las almas más duras.
Floripond, dijo que había visto a Iselda poner la caja de lápices en la bolsa de Leonor.
Floripond, el poderoso banquero, la fea, la huesuda, la descuidada, la envidiosa Iselda, había escondido, donde no pudiese ser hallado, su caja de lápices de dibujar: por supuesto, la caja no aparecía: ¡Allí todas las niñas tenían dinero para comprar sus cajas! ¡las únicas que no tenían dinero allí eran las tres del Valle! y las registraban, a las pobrecitas, que se dejaban registrar con la cara llena de lágrimas, y los brazos en cruz, cuando por fortuna la niña de otro banquero, menos rico que Mr.
El es una colección de ellos, hechos a dos lápices, en que figuran desde el Rey Felipe II hasta artífices que entonces gozaban popularidad y hoy están olvidados: los más del natural, otros valiéndose de copias, todos interesantísimos ya por la calidad de las personas ya por la excelencia de la mano, y algunos tan sobria y magistralmente trabajados que antes que de Pacheco pudieran ser de Velázquez.

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