Ejemplos con interjecciones

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

es un término japonés para las interjecciones frecuentes durante una conversación que indica que el oyente está prestando atención y entiende el mensaje del emisor.
Son palabras vacías: los artículos, las conjunciones, pronombres, preposiciones, interjecciones, numerales y algunos verbos y adverbios.
Interjecciones: Están compuestas por lo general de una sola palabra, se dividen también en propias e impropias.
en cuanto al canto: el rechazo absoluto del virtuosismo vocal, tendencia a la incorrecta pronunciación de las palabras, frecuente presencia de tics rítmicos y melódicos, el uso de onomatopeya e interjecciones.
Se pueden redactar por medio de frases hechas, interjecciones, construcción sustantiva , construcción adjetiva.
Asimismo, intenta sustituir los nexos por notaciones algebraicas y buscar un léxico radicalmente hecho de tecnicismos y barbarismos, plagado de infinitivos, exclamaciones e interjecciones que denotan energía y libertad.
Las incitativas de rendición lanzadas por los paraguayos eran respondidas con gruesas interjecciones y burlas, el mayor Franco pidió refuerzos para completar el cerco, le fue enviado el regimiento Capitán Blado, al mando del mayor ruso Nicolás Korkasoff.
Tristán, ya fuera de sí, comenzó a patear con furor, soltando al mismo tiempo una serie de interjecciones bien enérgicas.
Gritos, sollozos, interjecciones, movimientos convulsivos.
Apretó la sábana con las manos convulsas, y lanzó una serie de interjecciones brutales, entregándose a una de esas cóleras breves y terribles de los hombres sanguíneos.
Además, para el mismo efecto acostumbraba sabiamente a entreverar sus palabras con las más ásperas y temerosas interjecciones del repertorio nacional, y varias de su invención particular.
Los que allí estaban eran los españoles: se les conocía por el rugido seco de las interjecciones castellanas.
Y de este modo iban intercalando en el continuo toda clase de interjecciones amenazantes, de monstruosos juramentos que hacían encabritarse al barrenador como si recibiese un latigazo, para caer de nuevo en el desaliento.
Todos los empleados se encorvaban ante sus papeles, temblando al oír tras de los cortinajes aquella voz furiosa, que matizaba sus órdenes con interjecciones y juramentos verdaderamente extraños en tan grave personaje.
El gobernador comenzó a bufar de nuevo, amenazando entre enérgicas interjecciones hacer con mantillas y peinetas lo que Esquilache hizo con capas y sombreros.
Al mismo tiempo escucharon arriba rumor de pasos y una voz áspera que dejaba escapar terribles interjecciones y amenazas.
Y el aldeano se alejó lentamente, murmurando amenazas salpicadas de groseras interjecciones.
Bajó Fortunata los peldaños riendo Era una risa estúpida salpicada de interjecciones.
A menudo se juntaban ambas mesas, la de abajo y la de arriba, y se discutía, y se reía y se contaban cuentos subidos de color, y se despellejaba a azadonazosporque no cabe nombrar el escalpeloa Trampeta y a los de su bando, removiendo entre risotadas, cigarros e interjecciones, el inmenso detritus de trampas mayores y menores en que descansaba la fortuna del secretario de Cebre.
Jacinto se llenó de asombro, abrió los ojos y la boca y se santiguó muy deprisa media docena de veces, soltando estas piadosas interjecciones:.
Verdad es que no pueden escribirse ni pintarse los carraspeos, las interjecciones y los gestos con que, a manera de ortografía, iban los jueces puntualizando los períodos del exponente.
Después envuelve la pierna en franelas, y las franelas en lienzo, sin que dejen de oírse los propios conjuros y las mismas interjecciones del paciente.
Una cascada de palabrotas, de insultos, de furiosas interjecciones, respondió a la declaración categórica.
El aya afirmaba en todas partes, entre interjecciones aspiradas, que la educación de aquella señorita de cuatro años exigía cuidados muy especiales.
Tampoco me sería lícito, ni conveniente, la reproducción de ciertas interjecciones indispensables para el colorido, ni podrían pasar muchas comparaciones, llenas, por otra parte, de gracia y de verdad.
Un silbido muy original de Chisco, el latir de un perrazo poco después, una luz tenue y errabunda aparecida de pronto, la detención repentina de mi caballo, tras el último par de resbalones con las cuatro patas sobre los lastrales «pendíos» de la vereda, bultos negros en derredor de la luz y rumor de voces ásperas y de distintas «cuerdas», mi descenso dificultoso del caballo, al cual parecía adherido mi cuerpo por los quebrantos de la jornada y los rigores de la intemperie, mi caída sobre un pecho y entre unos brazos envueltos en tosco ropaje que olía a humo de cocina, y la sensación de unas manazas que me golpeaban cariñosamente las costillas, al mismo tiempo que los brazos me oprimían contra el pecho, mi nombre repetido muchas veces, junto a una de mis orejas, por una boca desportillada, mi entrada después, y casi a remolque, en un estragal o vestíbulo muy obscuro, mi subida por una escalera algo esponjosa de peldaños y trémula de zancas, mi ingreso, al remate de ella, en otro abismo tenebroso, mi tránsito por él llevado de la mano, como un ciego, por una persona que no cesaba de decirme, entre jadeos del resuello y fuertes amagos de tos, cosas que creería agradables y desde luego le saldrían del corazón, advirtiéndome de paso hacia dónde había de dirigir los míos, o dónde convenía levantar un pie o pisar con determinadas precauciones, sin dejar por ello de pedir a gritos y con interjecciones de lo más crudo, una luz que jamás aparecía, porque, como supe después, toda la servidumbre andaba en el soportal bregando con los equipajes y las cabalgaduras, de pronto un poco de claridad por la derecha, y la entrada en otro páramo de fondos negrísimos con una lumbre en uno de sus testeros, después, el acomodarme, a instancias muy repetidas de mi conductor, en el mejor asiento de los que había alrededor de la lumbre, y el ponerse él, pujando y tosiendo, a amontonar los tizones esparcidos, y a recebarlos con dos grandes, resecas y copudas matas de escajo.
Volvieron a oírse rugidos e interjecciones, y la puerta de la alcoba fue violentamente sacudida.
Además de los golpes, se oían interjecciones y bramidos.
¿Qué sería aquello? Y sin saber por qué, recordaba que los agentes, cuando intentaba escaparse, le daban de bofetadas, con acompañamiento de interjecciones en que barajaban a Dios y los santos.
Una de esas interjecciones que una repentina sacudida suele, sin consultar el decoro, arrancar espontáneamente de una boca castellana, se atravesó entre mis dientes, y hubiérale echado redondo a haber estado esto en mis costumbres, y a no haber reflexionado que semejantes maneras de anunciarse, en sí algo exageradas, suelen ser las inocentes muestras de afecto o franqueza de este país de ''exabruptos''.

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