Ejemplos con honroso

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

La Comisaría será un destino honroso y su buen desempeño recomendará al que los sirva para optar los empleos de cualquiera rango, según la capacidad que ha mostrado en aquel.
cada vez más minimalista, enigmático, introvertido, le adjudicarán certeramente el honroso título de PINTOR DE LA SOLEDAD.
Jaime I se comportó generosamente con los morellanos y les otorgó el honroso privilegio de la fidelidad.
Este honroso tratamiento implica reputarlo El Cantar por excelencia, superior a todos los demás y el más singular y excelso entre los de su misma clase.
Después de su profesión, pasó por todos los oficios y cargos del monasterio, desde el más humilde hasta el más honroso, siendo sucesivamente cocinera, despensera, enfermera, tornera, panadera, sacristana, maestra de novicias y, finalmente, abadesa, cargo que ejerció once años hasta su muerte.
de México es la casa donde vivió Isidro Fabela Alfaro y en la explanada central de Atlacomulcon existe una estatua de su persona como un personaje honroso de la vida ý la política de Atlacomulco.
° Las vejaciones, las malas palabras, los malos modos y acciones bruscas, jamás deberá usarlas ningún individuo que vista el honroso uniforme de este Cuerpo.
Para este honroso cargo fue nombrado Nuño Núñez Rasura , concretamente para los asuntos civiles, por su mucha instrucción y prudencia.
Por su disposición colaboradora y su atinado juicio, se ganó un honroso puesto en el proceso de la conquista y pacificación del territorio venezolano.
En la edición anterior del Festival, Rafael José obtuvo un honroso cuarto lugar.
Esta comisión fue aclamada por la prensa inglesa con el título de Embajadores de la América del sur y obtuvo el ofrecimiento de un respaldo de la flota británica en caso de que Francia atacara a las costas de Venezuela, en apoyo al régimen español, cuyo embajador en Londres volvió a protestar por el tratamiento altamente honroso dado a Los insurgentes.
Las palabras del se repetían de hogar en hogar por todos los esparcidos caseríos del , viendo cada payés algo honroso para su parroquia en estas aventuras del convecino.
Su ama al casarse le había traído del Sotillo concediéndole un honroso descanso, al cual ya tenía derecho por sus dilatados servicios.
Los caballeros aventureros con existencia real conocidos de las gentes, el valiente Juan de Merlo, rompedor de lanzas en la corte de Borgoña, o los peleadores del paso honroso con Suero de Quiñones, habían vagado de corte en corte sin mayores hazañas que los torneos.
Sacó a luz algunas anécdotas de su vida, en que no hacía muy honroso papel, y hasta la emprendió con sus trajes y corbatas, no perdonando medio para hacer reir a su costa.
Tenía más razón para ello que la mayoría de los vecinos de Sarrió que se afeitaban de este modo, pues pertenecía al honroso cuerpo de la Armada, si bien en calidad de retirado.
El pasmo de Butrón fue grande al verse colocado reduplicativamente por aquella importuna síncopa en la rama más desacreditada de la extensa familia de los paquidermos, y apresuróse a colocar habilidosamente la regia dádiva en una moldura que, sin ocultar por completo el honroso letrero, encubriese el sangriento de su majestad británica.
Si hacía examen de corazón, encontraba que en cuestión de amor a su redentor había ganado muy poco, pero el aprecio y estimación eran seguramente mayores, y sobre todo, lo que había crecido y fortalecídose en su pensamiento era la conveniencia de casarse para ocupar un lugar honroso en el mundo.
Se vio allí bien claro, cual vestigio honroso conservado sólo por indulgencia del tiempo.
¡Y cómo se burlaría la guisandera si por arte de magia apareciese allí un cocinero francés empeñado en redactar un , en reducirse a cuatro o seis principios, en alternar los fuertes con los ligeros y en conceder honroso puesto a la legumbre! ¡Legumbres a mí!, diría el ama del cura de Cebre, riéndose con toda su alma y todas sus caderas también.
El escudo de aquellos ínclitos varones es honroso jeroglífico, vivo recuerdo de triunfos, honores, distinciones y victorias.
Volvíme a Sevilla, como dije, que es amparo de pobres y refugio de desechados, que en su grandeza no solo caben los pequeños, pero no se echan de ver los grandes: arriméme a la puerta de una gran casa de un mercader, hice mis acostumbradas diligencias, y a pocos lances me quedé en ella: recebiéronme para tenerme atado detras de la puerta de dia, y suelto de noche: servia con gran cuidado y diligencia, ladraba a los forasteros y gruñia a los que no eran muy conocidos: no dormia de noche, visitando los corrales, subiendo a los terrados, hecho universal centinela de la mia y de las casas ajenas: agradóse tanto mi amo de mi buen servicio, que mandó que me tratasen bien, y me diesen racion de pan y los huesos que se levantasen o arrojasen de su mesa, con las sobras de la cocina, a lo que yo me mostraba agradecido, dando infinitos saltos cuando veia a mi amo, especialmente cuando venia de fuera, que eran tantas las muestras de regocijo que daba, y tantos los saltos, que mi amo ordenó que me desatasen y me dejasen andar suelto de dia y de noche: como me vi suelto, corrí a él, rodeéle todo, sin osar llegarle con las manos, acordándome de la fábula de Esopo, cuando aquel asno tan asno, que quiso hacer a su señor las mismas caricias que le hacia una perrilla regalada suya, que le granjearon ser molido a palos: parecióme que en esta fábula se nos dió a entender que las gracias y donaires de algunos no están bien en otros: apode el truhan, juegue de manos y voltee el istrion, rebuzne el pícaro, imite el canto de los pájaros, y los diversos gestos y acciones de los animales y los hombres el hombre bajo que se hubiere dado a ello, y no lo quiera hacer el hombre principal, a quien ninguna habilidad destas le puede dar crédito ni nombre honroso.
—El ejercicio ya está dicho, pues venimos ante vuesa merced, la patria no me parece de mucha importancia decirla, ni los padres tampoco, pues no se ha de hacer informacion para recebir algun hábito honroso.
Quisiera yo, señor duque respondió don Quijote, que estuviera aquí presente aquel bendito religioso que a la mesa el otro día mostró tener tan mal talante y tan mala ojeriza contra los caballeros andantes, para que viera por vista de ojos si los tales caballeros son necesarios en el mundo: tocara, por lo menos, con la mano que los extraordinariamente afligidos y desconsolados, en casos grandes y en desdichas inormes no van a buscar su remedio a las casas de los letrados, ni a la de los sacristanes de las aldeas, ni al caballero que nunca ha acertado a salir de los términos de su lugar, ni al perezoso cortesano que antes busca nuevas para referirlas y contarlas, que procura hacer obras y hazañas para que otros las cuenten y las escriban, el remedio de las cuitas, el socorro de las necesidades, el amparo de las doncellas, el consuelo de las viudas, en ninguna suerte de personas se halla mejor que en los caballeros andantes, y de serlo yo doy infinitas gracias al cielo, y doy por muy bien empleado cualquier desmán y trabajo que en este tan honroso ejercicio pueda sucederme.
Y advertid, hijo, que al soldado mejor le está el oler a pólvora que algalia, y que si la vejez os coge en este honroso ejercicio, aunque sea lleno de heridas y estropeado o cojo, a lo menos no os podrá coger sin honra, y tal, que no os la podrá menoscabar la pobreza, cuanto más, que ya se va dando orden cómo se entretengan y remedien los soldados viejos y estropeados, porque no es bien que se haga con ellos lo que suelen hacer los que ahorran y dan libertad a sus negros cuando ya son viejos y no pueden servir, y, echándolos de casa con título de libres, los hacen esclavos de la hambre, de quien no piensan ahorrarse sino con la muerte.
¡Oh, señor, si supiésedes las nuevas que me habéis contado, y cómo me tocan tan en parte que me es forzoso dar muestras dello con estas lágrimas que, contra toda mi discreción y recato, me salen por los ojos! Ese capitán tan valeroso que decís es mi mayor hermano, el cual, como más fuerte y de más altos pensamientos que yo ni otro hermano menor mío, escogió el honroso y digno ejercicio de la guerra, que fue uno de los tres caminos que nuestro padre nos propuso, según os dijo vuestra camarada en la conseja que, a vuestro parecer, le oístes.
Almas dichosas que del mortal velo libres y esentas, por el bien que obrastes, desde la baja tierra os levantastes a lo más alto y lo mejor del cielo, y, ardiendo en ira y en honroso celo, de los cuerpos la fuerza ejercitastes, que en propia y sangre ajena colorastes el mar vecino y arenoso suelo, primero que el valor faltó la vida en los cansados brazos, que, muriendo, con ser vencidos, llevan la vitoria.
Digo, en fin, que yo me hallé en aquella felicísima jornada, ya hecho capitán de infantería, a cuyo honroso cargo me subió mi buena suerte, más que mis merecimientos.
Venía en el coche, como después se supo, una señora vizcaína, que iba a Sevilla, donde estaba su marido, que pasaba a las Indias con un muy honroso cargo.
El ventero, que, como está dicho, era un poco socarrón y ya tenía algunos barruntos de la falta de juicio de su huésped, acabó de creerlo cuando acabó de oírle semejantes razones, y, por tener qué reír aquella noche, determinó de seguirle el humor, y así, le dijo que andaba muy acertado en lo que deseaba y pedía, y que tal prosupuesto era propio y natural de los caballeros tan principales como él parecía y como su gallarda presencia mostraba, y que él, ansimesmo, en los años de su mocedad, se había dado a aquel honroso ejercicio, andando por diversas partes del mundo buscando sus aventuras, sin que hubiese dejado los Percheles de Málaga, Islas de Riarán, Compás de Sevilla, Azoguejo de Segovia, la Olivera de Valencia, Rondilla de Granada, Playa de Sanlúcar, Potro de Córdoba y las Ventillas de Toledo y otras diversas partes, donde había ejercitado la ligereza de sus pies, sutileza de sus manos, haciendo muchos tuertos, recuestando muchas viudas, deshaciendo algunas doncellas y engañando a algunos pupilos, y, finalmente, dándose a conocer por cuantas audiencias y tribunales hay casi en toda España, y que, a lo último, se había venido a recoger a aquel su castillo, donde vivía con su hacienda y con las ajenas, recogiendo en él a todos los caballeros andantes, de cualquiera calidad y condición que fuesen, sólo por la mucha afición que les tenía y porque partiesen con él de sus haberes, en pago de su buen deseo.

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