Ejemplos con hombrada

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Resuelto a hacer una hombrada en lo del empréstito, los ochenta mil duros de que podía disponer le parecieron poca cosa, y, por consiguiente, una miseria los veinte mil del momento.
¡Pero es preciso defenderse!exclamaron, resueltos a hacer una hombrada.
¿No queréis hacerlo? ¿Teméis que os manden a todos al corral? Pues aquí estoy yo para esa hombrada.
Pasado un buen rato, dejose oír de nuevo su extenuada voz: Juan, ¿viste la hombrada de Prim? ¡Qué tío más valiente! Creí que a él y a todos nos acababan esos perros.
Baldomero liándose la manta, y una de dos: o el hombre sale por manchegas, haciendo una hombrada y metiendo a y en un puño, como sabe hacerlo cuando se le hinchan las narices, o tendrá que tomar el camino de Logroño y dejar a otro los bártulos de regentar.
Como ciertos cobardes se vuelven valientes desde que disparan el primer tiro, Maximiliano, una vez que rompió el fuego con la hombrada de aquella mañana, sentía su voluntad libre del freno que le pusiera la timidez.
»¡Perra vida la que ha llevado, muy perra! ¡Y grandísima perrería, o mejor, grandísima hombrada la que le han hecho esos dos! ¡Hombrada la que Mauricio le ha hecho, mujerada la que le ha hecho Eugenia! ¡Pobre amo mío!.
el turno a la hombrada lúbrica: ¡Uno!.
Por mi bien ha hecho el señor don Augusto Pérez esa hombrada, por mi bien.
¡Una hombrada, sí, una hombrada! ¡Quererme comprar.
a mí! ¡Una hombrada, lo dicho, una hombrada.
Y ahora, después de la hombrada de don Augusto.
-Los amigos -dijo este reponiéndose-, se empeñan en que todo el mundo ha de saber mi hombrada.
Pasado un buen rato, dejose oír de nuevo su extenuada voz: «Juan, ¿viste la hombrada de Prim? ¡Qué tío más valiente! Creí que a él y a todos nos acababan esos perros».
-Vi la hombrada, Leoncio.
Todos los paisanos que había en lo de Olazo vinieron a la plaza a ser testigos de la hombrada que fuera de duda iba a hacer allí Moreira.
-No se hacen estas cosas con un hombre de su temple -había dicho el buen viejo-, tanto se baraja el naipe que al fin se gasta, y mi Juan va a hacer uno de estos días una hombrada que los va a dejar fritos.
Uno de los paisanos que le escuchaba, más viejo y más amigo de Moreira que los otros, le dijo que tenía mucha razón, pero que un perro de aquella especie, no merecía que un hombre de bien se perdiera haciendo una hombrada.
Vencería sus repugnancias, dominaría su flaqueza para arrojar por la ventana la gloria y la felicidad de su familia, pero haría la hombrada, aunque el esfuerzo le costara la vida.
Resuelto a hacer una hombrada en lo del empréstito, los ochenta mil duros de que podía disponer le parecieron poca cosa, y, por consiguiente, una miseria los veinte mil del momento.
-¡Pero es preciso defenderse! -exclamaron, resueltos a hacer una hombrada.
Bien examinado todo, ¿qué necesidad tiene él de llenar su casa de mujerzuelas frívolas y quisquillosas? ¿Cómo no se le ha ocurrido hasta entonces hacer una hombrada, es decir, barrer de faldas su cocina, y buscar en el otro sexo quien le sirva en paz y bien?.
Lo que no ofrece duda es que al cabo de seis años pasados por doña Sabina en constante despilfarro, la casa de su marido no pudo con ellos: llegó don Serapio a no hallar ya puntales con qué sostenerla, y no tuvo más remedio que armarse de valor y decidirse, por primera vez en su vida, a hacer la consabida hombrada, convencido de que antes de pocos meses tendría que presentarse a sus acreedores y declararles toda la verdad.
La verdad es que reflexiones como ésta se las hacía él a cada dificultad que le ofrecía el genio diabólico de su mujer, y así se le iba pasando la vida sin hacer la hombrada que tan bien hubiera sentado a su autoridad, y tantos desastres le hubiera evitado hecha a tiempo.
El asunto podía ser de inmensa transcendencia, y el apocado marido no le veía «bastante claro» para decidirse a hacer, en honor de la justicia, una hombrada que necesariamente había de ser causa de una serie infinita e insoportable de tempestades domésticas.
Ya está abajo, ya hizo la hombrada, ya demostró con ella que llega hasta donde llegue el más intrépido.
Con lo que le dijo Macabeo en Treshigares y andando el camino de Treshigares a Valdecines, y lo que sabía por la carta de Águeda, y lo que le refirió ésta tan pronto como se vio en su casa después de salir de la de don Sotero, en la cual ocasión también le hizo enterarse detenidamente de las consabidas cláusulas testamentarias, llegó a conocer al buen ex procurador tan a fondo como le conocemos el lector y yo, tanto, que en un arrebato de indignación de que se vio poseído al referirle su sobrina los pormenores del secuestro, sin ocultarle el gran conflicto de su alma, arrebato que le llenó de asombro porque jamás se había indignado sino contra la desgracia, que le hacía perder algunas veces las echaduras de mejores esperanzas, se creyó capaz de hacer una hombrada con don Sotero en cuanto le viera al alcance de su mano.

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