Ejemplos con hampón

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Rasgueó su guitarra el Manitas, cantó a media voz una taranta el cortador más joven, y mientras se hacía el pedido de la cena y se remudaban las botellas vacías, dijo el hampón golpeando con su mano recia y nervuda las manos ensortijadas de la Irene:.
¡Y no se diga si el hampón, enderezando el cuerpo y tirando contra el respaldo de un diván su chaqueta, se ponía en pie y gallardeaba su herculiana figura, sus anchos hombros, su pecho en curva dibujado, su esbelta cintura prisionera en la faja y sus piernas duras, potentes, que hacía restallar con la pana del ajustado pantalón! Arrogante era la figura de Jorge, si para con testar un reto se adelantaba hacia el contrario, seductora, si con rendimiento varonil se inclinaba hacia las mujeres en demanda de una caricia.
Claro que, aun así y todo, cuando en los días de cobranza, pasaba el hampón por casa del barbero, dejando que éste le cortara las greñas y que agua y jabón libraran de suciedades a su piel, era todo un buen mozo con sus ojos verdes y sus rizos del color de las moras.
-Quieta, niña -dijo el hampón-.
Al quitarse la chaqueta el hampón se abrieron los botones de su camisa y quedó al aire el medallón de su cuello pendiente.
A punto del alba, cuando el Manitas, luego de enfundar su instrumento, dejó el camarote, y los dos cortadores, haciendo cabezal de sus brazos, roncaban su embriaguez, el hampón, apoyando un codo en la mesa y la barba en el puño, dijo a la Cañas, sacando del chaquetón un billete de veinte duros:.
Conocía a Jorge, había apurado con él más de un vaso, y sabía a qué extremos era capaz de llegar el hampón si alguien le buscaba quimera.
-Que suba -repuso el hampón con voz tranquila-.
-En tal caso -exclamó el hampón-, sigue con el tango, Manitas, y tú no me enciendas la sangre con ese par de aceitunas que Dios te ha dao por ojos, y báilate el tango, y ¡vaya por ti!, y mal fin tenga el que nos quiera mal.
-¿Es preciso que bajes? -le preguntó el hampón.
Ya punteaba el Manitas el tango y daba la Cañas vueltas entre sus dedos al sombrero del hampón, cuando entró en el «camarote» la Antonia, y le dijo a su compañera:.
El hampón puso los ojos en la copa, y, abarcándola con la mano, la subió hasta sus labios, los dedos temblaban encima del cristal, los párpados se guiñaban sobre las pupilas, ocultándolas.
Casi interés llegó a inspirarle cuando los cortadores refirieron las proezas mineras del hampón, su vivir solitario en la galería abandonada, su ningún trato con la gente durante la quincena, sus despilfarros en la noche del cobro, el misterio y la hosquedad con que amortajaba su persona.
El hampón aparece en cualquier taberna, pido trabajo a un «destajista», a un jefe de cuadrilla, entra en el pozo, empuña el pico y ¡a cortar mineral!.
-Mire, amigo -dijo el hampón deteniendo al industrial, que hacía ademán de alejarse-.
Respetuosos y amigables eran los comentarios, el hampón, no obstante su hurañez, era buen compañero, en un hundimiento, ocurrido pocos días atrás, lo había demostrado.
El hampón era desconocido para las camareras, para el amo y para la mayor parte de los tertulios.
-Pues vamos -interrumpió el hampón- al «camarote» grande, pa que nos llenen la mesa de «N.
-Nunca estuve en ese café de camareras -dijo el hampón mientras contemplaba al trasluz la manzanilla que mediaba su copa-.
También, como en la alcoba de la ciudad, levantaban sus brazos la reliquia hasta la altura de la boca, también apuntaba ésta el beso, pero también antes de que este beso fuera, caía el medallón sobre el pecho, moría la luz del candil y en la obscuridad vibraban quejumbrosos los alentares del hampón.
Era que el hampón lo encendía para contemplar la reliquia pendiente de su cuello.
En ella, sobre un cacho de manta, teniendo un «chino» por almohada, dormía el hampón.
Ese día, el de la quincena, el hampón, el cortador incansable del plomo, reaparece en la ciudad ennegrecido y harapiento, fosca la barba, luenga la cabellera, alegre el gesto y vacilante el viaje de sus pies, hechos a tantear abismos.
¡Un hampón! Así llaman los mineros a los bohemios de la mina, a los pródigos haraposos que gastan en breves horas de embriaguez y lujuria el jornal que en horas ímprobas de faena recogen.
Al abrir la puerta Román y reconocer al hampón, cambió en amistosa la actitud desafiadora de su gesto.
-Que dejes a cá mosca con su vuelo. Créemelo, Román, pa cualsiquier hombre, es mucho hombre ese hampón.
Jorge, así aseguraba llamarse y nadie vino a desmentirle ni nadie tampoco se ocupó en contrastar la veracidad de su dicho, era un minero hampón.

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