Ejemplos con granizada

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

La muchedumbre rugía de entusiasmo, los aplausos sonaban como una granizada interminable.
Presentía una descarga general, una granizada de balas.
Los cazos de cinc de los soldados, las piezas metálicas de su equipo, los cubos de la artillería, repiqueteaban solos, como si recibiesen una granizada impalpable.
Siguióse a éste una granizada de ellos entre los contendientes, con un pavoroso estruendo de ballenas y varillas de alambre que daba escalofríos al varón más arriscado.
Y le descargó sobre los brazos una granizada de pellizcos.
descargó en la cabeza del perro el trancazo descomunal que reservaba, sin duda, para la poética Ofelia Luego, como el borracho que, engolosinado con la primera copa, no para ya hasta apurar la botella, comenzó a menudear sobre los lomos del animal una granizada de golpes, una lluvia de palos, como jamás se registró igual en los anales perrunos de la helada península Kamschatka.
Pero, en sumadijo al fin Currita, deteniendo aquella granizada de burlas, ¿qué es lo que se propone esa pobre María?.
La movible batería de brazos disparaba ruidosa metralla, cubriendo el aire de objetos, los cristales caían rotos, y hasta las persianas quedaban desvencijadas bajo la granizada de confites.
El cura respondía de buen grado a la granizada de preguntas que el sobrino le disparaba: hasta parecía complacido de mostrar sus conocimientos en el cultivo y valor de las tierras.
Pero se acercaba la hora de partida del tren, y tuvimos que salir a escape entre la granizada y el huracán, como almas que se lleva el diablo.
Presenciaron esto desde el pórtico de Santa María unos mendigos, mas no pudiendo socorrerle, dieron voces, que con el estrépito de la granizada oír no pudo ningún cristiano.
desnudo bajo una eterna granizada, y a oscuras, cerca de hon-.
Los sitiadores entonces parecieron reanimarse y se presentaron en la plataforma que dominaba la puerta arrojando piedras y venablos, pero la granizada de flechas de los montañeses los hizo retirar al punto.
Al entrar en el salón, donde hacía un calor insoportable y flotaba un vaho de cuerpos humanos espeso y mareante, algunos hombres, entre ellos dos huéspedes de la fonda, jaraneros y corridos, acogieron a la forastera con una gran granizada de piropos, que la pusieron carmesí, mitad de orgullo y mitad de vergüenza.
Al producirse el estallido que hizo temblar el suelo bajo sus pies, enormes proyectiles le zumbaron en los oídos, rebotando a su derredor una furiosa granizada de pedriscos.
Y Thenardier salió sin comprender una palabra, atónito y contento de verse abrumado bajo sacos de oro, y herido en la cabeza por aquella granizada de billetes de banco.
Hago gracia al lector de aquella granizada de palabras y de otras muchas que fueron su consecuencia, de la cara de vinagre que puso la marquesa cuando supo que un hombre tan ganso como Ramón podía ser cuñado de Isabel, y del pasmo que se apoderó de Ramón al presenciar aquella invasión inesperada.
Pidió a su madre la razón de sus palabras, tan preñadas de obstáculos desconocidos para él, y su madre, más justiciera que compasiva, ahondó el abismo clavando a la marquesa de Montálvez en la picota de su indignación y acribillándola allí con una granizada de crueles vituperios.
Y, levantándose, se dirigió rápida hacia sus hijos, los estrechó bruscamente entre sus brazos esculturales, puso en sus churretosas mejillas una granizada de besos de madre apasionada, y exclamó con voz llena de ternura:.
Y cambiando que hubieron casi una granizada de besos, sentáronse frente a frente ambas amigas y dijo a la segunda la primera:.
Y diez minutos después, mientras se alejaban Joseíto llevando casi a remolque a su Pepa, que le disparaba a querna ropa toda una granizada de improperios, decíale Rosario a su Curro con acento zalamero y brindándole toda el alma en sus negrísimas pupilas:.
Pero lo que está fuera de duda es que en ello se inspiraron los de Pontonucos para salir una tarde desaforadamente del pueblo, armados con sendos garrotes de acebo, en ocasión en que los milicianos fachendeaban en la mies, y caer sobre ellos como una granizada.
No había en todas las calles, en todos los carruajes, en todos los balcones, una sola boca que estuviese muda, un brazo que estuviera quieto, era verdaderamente una tempestad humana compuesta de un trueno de gritos, y de una granizada de grageas, de ramilletes, de huevos, de naranjas y de flores.
En estos balcones, trescientos mil espectadores romanos, italianos, extranjeros venidos de las cuatro partes del mundo, reunidas todas las aristocracias de nacimiento, de dinero, de talento, mujeres encantadoras, que sufriendo la influencia de aquel espectáculo se inclinan sobre los balcones y fuera de las ventanas, hacen llover sobre los carruajes que pasan una granizada de confites, que se les devuelve con ramilletes, el aire se vuelve enrarecido por los dulces que descienden y las flores que suben, y sobre el pavimento de las calles una turba gozosa, incesante, loca, con trajes variados, gigantescas coliflores que se pasean, cabezas de búfalo que mugen sobre cuerpos de hombres, perros que parecen andar con las patas delanteras, en medio de todo esto una máscara que se levanta, y en esa tentación de San Antonio soñada por Cattot, algún Asfarteo que ve un rostro encantador a quien quiere seguir, y del cual se ve separado por especies de demonios semejantes a los que se ven en sueños, y tendrá una débil idea de lo que es el Carnaval en Roma.
Por algunos instantes una granizada de insultos cayó sobre el carpintero, quien los recibía en silencio con sonrisa amarga y despreciativa.
Los jesuitas misioneros habían pasado también por allí como una granizada, las flores de amor y alegría que sembrara el carnaval las destruyeron a penitencia limpia el Padre Maroto, un artillero retirado que predicaba a cañonazos y sacaba el Cristo, y el Padre Goberna, un melifluo padre francés que pronunciaba el castellano con la garganta y las narices y hablaba de Gomogga y citaba las grandezas de Nínive y de Babilonia, ya perdidas, al cabo de los años mil, como prueba de la pequeñez de las cosas humanas.
Fue una granizada de balas.
¡Si le calaría bien adentro la sorpresa de aquella granizada de onzas de oro, que era una riqueza entre los pobres labriegos de Tablanca! Y ¿quién sabe ni sabrá jamás si aquel temblor ligerísimo del labio fue amago de sonrisa de gozo, por haber visto de repente en su imaginación pasar en respetuoso desfile delante de él a toda la familia del Topero, mientras Pepazos se machucaba la cabezona, a testerazo limpio, contra el esquinal de su casa?.

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