Ejemplos con germánico

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Durante el periodo anterior, el gran Cicerón, maestro de la oratoria, y el nieto adoptivo de Augusto, César Germánico, habían realizado una importante obra de traducción a exámetros latinos el poema de los Fenómenos de Arato y habían compuesto el segundo otro poema didáctico titulado Diosemeria o Pronósticos, a imitación de varias obras griegas de diferentes autores.
El espíritu inglés, bajo la áspera corteza del utilitarismo, bajo la indiferencia mercantil, bajo la severidad puritana, esconde, a no dudarlo, una virtualidad poética escogida y un profundo venero de sensibilidad, el cual revela, en sentir de Taine, que el fondo primitivo, el fondo germánico de aquella raza, modificada luego por la presión de la conquista y por el hábito de la actividad comercial, fué una extraordinaria exaltación del sentimiento.
Cuanto menos germánico sea, menor resultará su civilización.
Los antiguos griegos habían sido de origen germánico, alemanes también los grandes artistas del Renacimiento italiano.
Los belgas le parecían hombres sobrenaturales destinados a las más estupendas hazañas ¡Y él que no había concedido hasta entonces atención alguna a este pueblo! Por unos días vió en Lieja una ciudad santa ante cuyos muros iba a estrellarse todo el poderío germánico.
¿Estará enterada alguna estrella de que existió Bismarck? ¿Conocerán los astros la misión divina del pueblo germánico?.
A semejanza del antiguo Dios germánico, que era un caudillo militar, el Dios del Evangelio se veía adornado por los alemanes con lanza y escudo.
Luego, Tchernoff explicaba a su modo la creación de este Dios germánico, ambicioso, cruel, vengativo.
El orgullo germánico, la convicción de que su raza está destinada providencialmente a dominar el mundo, ponía de acuerdo a protestantes, católicos y judíos.
Pero se indignaba al considerar el desprecio con que el orgullo germánico trataba al pueblo ruso.
Todo estaba previsto y estudiado de larga fecha, con el minucioso método germánico.
Pero iba a sonar la hora del desquite germánico, y la raza nórtica volvería a restablecer el orden, ya que para esto la había favorecido Dios conservando su indiscutible superioridad.
Finalmente, atacaría a la orgullosa Inglaterra, aislándola en su archipiélago, para que no estorbase más con su preponderancia el progreso germánico.
Al encontrar en las calles transeúntes de aspecto germánico, los miraba de frente con ojos de reto.
El nombre de Ferragut era objeto en Berlín de una atención especial, en todas las naciones de la tierra lo repetían en aquellos momentos los batallones civiles de hombres y mujeres encargados de trabajar por el triunfo germánico.
Al abrir la puerta del rellano que correspondía a su alojamiento, vió en varias ocasiones la mampara verde de la oficina cerrándose detrás de muchos hombres, todos ellos de aspecto germánico: viajeros que venían a embarcarse en Nápoles con cierta precipitación, vecinos de la ciudad que recibían órdenes de la doctora.
Desaparecen los municipios libres, sus defensores suben al cadalso en Castilla y en Valencia, el español abandona el arado y el telar para correr el mundo con el arcabuz al hombro, las milicias ciudadanas se transforman en tercios que se baten en toda Europa sin saber por qué ni para qué, las ciudades industriosas descienden a ser aldeas, las iglesias se tornan conventos, el clérigo popular y tolerante se convierte en fraile, que copia, por imitación servil, el fanatismo germánico, los campos quedan yermos por falta de brazos, sueñan los pobres con hacerse ricos en el saqueo de una ciudad enemiga, y abandonan el trabajo, la burguesía industriosa se convierte en plantel de covachuelistas y golillas, abandonando el comercio como ocupación vil, propia de herejes, y los ejércitos mercenarios de España, tan invictos y gloriosos como desarrapados, sin más paga que el robo y en continua sublevación contra los jefes, infestan nuestro país con un hampa miserable, de la que salen el espadachín, el pordiosero con trabuco, el salteador de caminos, el santero andante, el hidalgo hambrón y todos los personajes que después recogió la novela picaresca.
Fuera de la Iglesia no existía otro porvenir que ser aventurero en aquella América que de nada servía a la nación, pues la convertían en una caja de caudales del rey, o ser soldado de oficio en Europa, batiéndose por la reconstitución del Sacro Imperio Germánico, por la supeditación del Papa al Emperador y por la extinción de la Reforma religiosa, empresas que en nada interesaban a España, y eran, sin embargo, sangrías sueltas por las que se escapaba su vida.
La intolerancia religiosa, que los historiadores extranjeros creen un producto espontáneo del suelo español, nos fue importada por el cesarismo germánico.
Muchos católicos sueñan con canonizar a Felipe II por la crueldad fría con que exterminaba a los herejes: el tal rey no tenía otro catolicismo que el suyo, era un heredero del cesarismo germánico, eterno martillo de los papas.

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