Ejemplos con galería

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

La galería de la Iglesia va hasta la viña de los Puntales y allí se abre al campo, junto al río.
Los niños estuvieron, toda la mañana también, sentados en la galería, absortos en los breves vuelos del pajarillo amarillento.
En aquella casuca amarilla, de entrada abismática, como el orificio de una boca desdentada, galería de vidrios como antiparras, y tejado redondo, negruzco y a trechos desguarnecido, como gorro mugriento, vive, sin duda, un prestamista.
Don Restituto no podía conformarse con que a él y a su Basilisa les diesen una entrada general de galería para contemplar de lejos la gran apoteosis de la eternidad, puesto que él pagaba el billete tanto como el que más y más que casi todos.
Si don Restituto pretendía títulos mundanos, no era por vanidad, sino por una especie de sentimiento de clase, por decoro, como si dijéramos, de aquella categoría de bienaventurados de platea y butaca a que él pertenecía, y por justificarse, en algún modo, con los de galería y cazuela.
Entráronse resueltamente por otra galería, y abierta una puerta de hierro, se asustaron todos, menos la guardiana, viendo en torno suyo vasta extensión de agua, una especie de lago subterráneo.
Hacía brusco recodo el angosto pasadizo, y se hallaron de pronto en otra galería, abierta como una boca, donde se internaban los tubos, comidos de orín, gracias a la perenne humedad.
Estaban solos en la cuádruple galería.
A usted le habrán recomendadodecía el compañero de Gabrielque guarde respeto al templo: que si desea echar un cigarro se vaya a la galería del , que si quiere cenar se meta en la sacristía.
Se sentaban con aire de señores, rodeando al maestro, mientras por la galería opuesta paseaba el como un fantasma negro, leyendo su libro de horas y lanzando de vez en cuando una mirada triste sobre el grupo.
Su figura, apoyada en el balaustre de la galería recortábase negra y vigorosa sobre el espacio estrellado.
Todos se sentaron en la galería.
Por las tardes se reunían en las habitaciones del campanero, saliendo, cuando el tiempo era bueno, a la galería de la portada del Perdón.
Por las tardes, cuando terminado el coro se cerraba la catedral, Gabriel subía a las habitaciones del campanero, asomándose a la galería de la puerta del Perdón.
Atravesaron la galería cubierta del arco del Arzobispo y entraron en el claustro alto, llamado las Claverías: cuatro pórticos iguales en la longitud a los del claustro bajo, pero desnudos de toda decoración y con un aspecto mísero.
Mariano el campanero invitó a los amigos a oír la serenata en la galería grecorromana de la fachada principal.
Sólo el niño que había declamado los versos quedó solitario en su asiento, sin padre ni madre que le recibieran en sus brazos, la pobre criatura dirigió una larga mirada al dichoso grupo, y con sus premios en la mano, salió lentamente por una ancha galería en que comenzaban a amontonar ya los criados los equipajes de los niños que se marchaban.
Y arriba, sobre la doble galería, clavadas en la crestería del tejado, colgaban lacias e inertes las banderítas rojas y amarillas, palpitando perezosamente cuando un suspiro fresco, enviado por el mar al través de la vega, arrastrábase sobre aquellas gentes aplastadas por la insolación, haciéndoles dilatar fatigosamente los pulmones.
en primer lugar el aspecto fantástico de aquella galería, en el instante supremo en que la señora de Prendergast cantaba el aria de.
qué galería tan cómoda para descansar!.
Pues ¡aún hay más!—A modo de posdata de aquella galería de nacionalidades muertas y ensangrentadas, leíase este singularísimo apunte, que mucho me dió que pensar por entonces:.
En su fachada severa desafinaba una galería de nuevo cuño, ideada por don Manuel Pardo de la Lage, que tenía el costoso vicio de hacer obras.
Semejante solecismo arquitectónico era el quitapesares de las señoritas de Pardo, allí se las encontraba siempre, posadas como pájaros en rama favorita, allí hacían labor, allí tenían un breve jardín, contenido en macetas y cajones, allí colgaban jaulas de canarios y jilgueros, tal vez no parasen en esto los buenos oficios de la galería dichosa.
Allí se le embromaba mucho con su prima, comentándose también la desatinada pasión de Carmen por el estudiante y su continuo atalayar en la galería, con el adorador apostado enfrente.
Adelantaba la limpieza del desván: Manolita, con sus brazos nervudos, manejaba los trastos, Rita los clasificaba, Nucha los sacudía y doblaba esmeradamente, Carmen tomaba poca parte en el trajín, y menos aún en la jarana: dos o tres veces se eclipsó, para asomarse a la galería sin duda.
La Librada, mientras duró la entrevista, que no presenció, estuvo de centinela en la galería para avisar a Pinzón cualquier peligro que ocurriese, y al cabo de una hora salió éste como antes, muy bien cubierto con su capote y sin hablar una palabra.
Le he mandado venir, y en la galería me está esperando.
¡Oh mi señora Dulcinea del Toboso, estremo de toda hermosura, fin y remate de la discreción, archivo del mejor donaire, depósito de la honestidad, y, ultimadamente, idea de todo lo provechoso, honesto y deleitable que hay en el mundo! Y ¿qué fará agora la tu merced? ¿Si tendrás por ventura las mientes en tu cautivo caballero, que a tantos peligros, por sólo servirte, de su voluntad ha querido ponerse? Dame tú nuevas della, ¡oh luminaria de las tres caras! Quizá con envidia de la suya la estás ahora mirando, que, o paseándose por alguna galería de sus suntuosos palacios, o ya puesta de pechos sobre algún balcón, está considerando cómo, salva su honestidad y grandeza, ha de amansar la tormenta que por ella este mi cuitado corazón padece, qué gloria ha de dar a mis penas, qué sosiego a mi cuidado y, finalmente, qué vida a mi muerte y qué premio a mis servicios.
Lo cual visto por don Quijote, dejó las blandas plumas, y, no nada perezoso, se vistió su acamuzado vestido y se calzó sus botas de camino, por encubrir la desgracia de sus medias, arrojóse encima su mantón de escarlata y púsose en la cabeza una montera de terciopelo verde, guarnecida de pasamanos de plata, colgó el tahelí de sus hombros con su buena y tajadora espada, asió un gran rosario que consigo contino traía, y con gran prosopopeya y contoneo salió a la antesala, donde el duque y la duquesa estaban ya vestidos y como esperándole, y, al pasar por una galería, estaban aposta esperándole Altisidora y la otra doncella su amiga, y, así como Altisidora vio a don Quijote, fingió desmayarse, y su amiga la recogió en sus faldas, y con gran presteza la iba a desabrochar el pecho.
Ya en este tiempo estaban el duque y la duquesa puestos en una galería que caía sobre la estacada, toda la cual estaba coronada de infinita gente, que esperaba ver el riguroso trance nunca visto.

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