Ejemplos con galeota

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Los sitiados por su parte mandaron anclar una galeota en el muelle norte de la ciudad desde la cual podía abrirse fuego a las fuerzas españolas.
Comandó dos barcos de la Galeota y doscientos hombres por nueve años.
Estaba Leonisa en tierra, pero no en parte que yo la pudiese ver, sino fué que al tiempo del embarcarnos llegámos juntos a la marina: llevábala de la mano su nuevo amo y su mas nuevo amante, y al entrar por la escala que estaba puesta desde tierra a la galeota, volvió los ojos a mirarme, y los mios, que no se quitaban della, la miraron con tan tierno sentimiento y dolor, que sin saber cómo, se me puso una nube ante ellos que me quitó la vista, y sin ella y sin sentido alguno di conmigo en el suelo: lo mismo me dijeron despues que habia sucedido a Leonisa, porque la vieron caer de la escala a la mar, y que Yzuf se habia echado tras ella y la sacó en brazos.
—Vino, respondió Mahamut, con un cosario que le cautivó estando en un jardin de la marina de Trápana, y con él dijo que habia cautivado una doncella que nunca me quiso decir su nombre: estuvo aquí algunos dias con su amo, que iba a visitar el sepulcro de Mahoma, que está en la ciudad de Almedina, y al tiempo de la partida cayó Ricardo tan enfermo é indispuesto, que su amo me lo dejó por ser de mi tierra, para que le curase y tuviese cargo dél hasta su vuelta, o que si por aquí no volviese, se le enviase a Constantinopla, que él me avisaria cuando allá estuviese, pero el cielo lo ordenó de otra manera, pues al sin ventura Ricardo, sin tener accidente alguno, en pocos dias se acabaron los de su vida, que tanto aborrecia, siempre llamando entre sí a una Leonisa, a quien él me habia dicho que queria mas que a su vida y a su alma, la cual Leonisa, me dijo que en una galeota que habia dado al traves en la isla de Pantanalea se habia ahogado, cuya muerte siempre lloraba y siempre plañia, hasta que le trujo a término de perder la vida, que yo no le sentí enfermedad en el cuerpo, sino muestras de dolor en el alma.
Hízolo así, y mandó que todos los de su galeota se embarcasen luego, porque se queria ir a Tripol de Berbería, de donde él era.
Llegados pues como digo a la ciudad, entró en el puerto la una galeota, y la otra se quedó fuera: coronóse luego todo el puerto y la ribera toda de cristianos, y el lindo de Cornelio desde léjos estaba mirando lo que en la galeota pasaba: acudió luego un mayordomo mio a tratar de mi rescate, al cual dije que en ninguna manera tratase de mi libertad sino de la de Leonisa, y que diese por ella todo cuanto valia mi hacienda, y mas le ordené que volviese a tierra, y dijese a los padres de Leonisa, que le dejasen a él tratar de la libertad de su hija, y que no se pusiesen en trabajo por ella.
Con esta seguridad nos embarcamos, navegando tierra a tierra con intencion de no engolfarnos, pero llegando a un paraje que llaman las Tres Marías, que es en la costa de Francia, yendo nuestra primera faluca descubriendo, a deshora salieron de una cala dos galeotas turquescas, y tomándonos la una la mar y la otra la tierra, cuando íbamos a embestir en ella nos cortaron el camino, y nos cautivaron: en entrando en la galeota nos desnudaron hasta dejarnos en carnes: despojaron las falucas de cuanto llevaban, y dejáronlas embestir en tierra sin echarlas a fondo, diciendo que aquellas les servirian otra vez de traer otra galima, que con este nombre llaman ellos a los despojos que de los cristianos toman: bien se me podrá creer, si digo que sentí en el alma mi cautiverio, y sobre todo la pérdida de los recaudos de Roma, donde en una caja de lata los traia, con la cédula de los mil y seiscientos ducados, mas la buena suerte quiso que viniese a manos de un cristiano cautivo español, que los guardó, que si viniera a poder de los turcos, por lo ménos habia de dar por mi rescate lo que rezaba la cédula, que ellos averiguarian cuya era.
Antes de entrar en el puerto hizo Ricardo disparar las piezas de la galeota, que eran un cañon de crujía y dos falconetes: respondió la ciudad con otras tantas.
Habíase hallado en la galeota una caja llena de banderetas y flámulas de diversas colores de sedas, con las cuales hizo Ricardo adornar la galeota: poco despues de amanecer seria, cuando se hallaron a ménos de una legua de la ciudad, y bogando a cuarteles, y alzando de cuando en cuando alegres voces y gritos, se iban llegando al puerto, en el cual en un instante pareció infinita gente del pueblo, que habiendo visto cómo aquel bien adornado bajel tan de espacio se llegaba a tierra, no quedó gente en toda la ciudad que dejase de salir a la marina.
Diéronse luego todos por consejo de Ricardo a pasar cuantas cosas habia de precio en su bajel y en el de Hazan a la galeota de Alí, que era bajel mayor y acomodado para cualquier cargo o viaje, y ser los remeros cristianos, los cuales contentos con la alcanzada libertad y con muchas cosas que Ricardo repartió entre todos, se ofrecieron de llevarle hasta Trápana, y aun hasta el cabo del mundo, si quisiese: y con esto Mahamut y Ricardo llenos de gozo por el buen suceso, se fueron a la mora Halima, y la dijeron que si queria volverse a Chipre, que con las buenas boyas le armarian su mismo bajel, y le darian la mitad de las riquezas que habia embarcado, mas ella, que en tanta calamidad aun no habia perdido el cariño y amor que a Ricardo tenia, dijo que queria irse con ellos a tierra de cristianos, de lo cual sus padres se holgaron en estremo.
Estábanlos mirando Ricardo y Mahamut, que de cuando en cuando sacaban la cabeza por el escotillon de la cámara de popa, por ver en qué paraba aquella grande herrería que sonaba, y viendo como los turcos estaban casi todos muertos, y los vivos mal heridos, y cuán fácilmente se podia dar cabo de todos, llamó Mahamut a dos sobrinos de Halima que ella habia hecho embarcar consigo, para que ayudasen a levantar el bajel, y con ellos y con su padre, tomando alfanjes de los muertos, saltaron en crujía, y apellidando libertad, libertad, y ayudados de las buenas boyas, cristianos griegos, con facilidad y sin recebir herida los degollaron a todos, y pasando sobre la galeota de Alí que sin defensa estaba, fácilmente la rindieron y ganaron cuanto en ella venia.
Volvió en esto la cabeza Mahamut, y vió que de la parte de poniente venia una galeota a su parecer de veinte bancos, y díjoselo al cadí, y algunos cristianos que iban al remo dijeron que el bajel que se descubria era de cristianos: todo lo cual les dobló la confusion y el miedo, y estaban suspensos sin saber lo que harian, temiendo y esperando el suceso que Dios quisiese darles.
Ocho dias estuvimos en la isla, guardándome los turcos el mismo respeto que si fuera su hermana, y aun mas: estábamos escondidos en una cueva, temerosos ellos que no bajasen de una fuerza de cristianos que está en la isla, y los cautivasen: sustentáronse con el bizcocho mojado que la mar echó a la orilla, de lo que llevaban en la galeota, lo cual salian a coger de noche: ordenó la suerte para mayor mal mio, que la fuerza estuviese sin capitan, que pocos dias habia que era muerto, y en la fuerza no habia sino veinte soldados: esto se supo de un muchacho que los turcos cautivaron, que bajó de la fuerza a coger conchas a la marina: a los ocho dias llegó a aquella costa un bajel de moros que ellos llaman caramuzales, viéronle los turcos, y salieron de donde estaban, haciendo señas al bajel que estaba cerca de tierra, tanto que conoció ser turcos los que los llamaban: ellos contaron sus desgracias, y los moros los recibieron en su bajel, en el cual venia un judío, riquísimo mercader, que toda la mercancía del bajel o la mas era suya, era de barraganes y alquiceles, y de otras cosas que de Berbería se llevan a Levante, en que ordinariamente tratan los judíos: en el mismo bajel los turcos se fueron a Tripol, y en el camino me vendieron al judío que dió por mí dos mil doblas, precio escesivo, si no le hiciera liberal el amor que el judío me descubrió.
—Tanto mas es de agradecerme a mí, respondió Hazan, el procurarla y enviarla al Gran Señor, cuanto lo hago sin moverme a ello interes alguno, y en lo de la comodidad de llevarla, una galeota armaré con sola mi chusma y mis esclavos, que la lleve.
Esto me contaron dentro de la galeota de mi amo, donde me habian puesto sin que yo lo sintiese, mas cuando volví de mi desmayo, y me vi solo en la galeota, y que la otra tomando otra derrota, se apartaba de nosotros, llevándose consigo la mitad de mi alma, o por mejor decir toda ella, cubrióseme el corazon de nuevo, y de nuevo maldije mi ventura, y llamé a la muerte a voces, y eran tales los sentimientos que hacia, que mi amo enfadado de oirme, con un grueso palo me amenazó que si no callaba me maltrataria: reprimí las lágrimas, recogí los suspiros, creyendo que con la fuerza que les hacia reventarian por parte que abriesen puerta al alma, que tanto deseaba desamparar este miserable cuerpo, mas la suerte, aun no contenta de haberme puesto en tan encogido estrecho, ordenó de acabar con todo, quitándome las esperanzas de todo mi remedio, y fué que en un instante se declaró la borrasca que ya se temia, y el viento que de la parte de mediodía soplaba y nos embestia por la proa comenzó a reforzar con tanto brio, que fué forzoso volverle la popa y dejar correr el bajel por donde el viento queria llevarle, con harto riesgo de los que en él llevaban puesta la confianza de sus vidas.
Vino el dia con muestras de mayor tormenta que la pasada, y hallámos que el bajel habia virado un gran trecho, habiéndose desviado de las peñas un buen espacio, y llegádose a una punta de la isla, viéndose tan a pique de doblarla turcos y cristianos con nueva esperanza y fuerzas nuevas, al cabo de seis horas doblámos la punta, y hallámos mas blando el mar y mas sosegado, de modo que mas fácilmente nos aprovechámos de los remos, y abrigados con la isla tuvieron lugar los turcos de saltar en tierra para ir a ver si habia quedado alguna reliquia de la galeota que la noche ántes dió en las peñas, mas aun no quiso el cielo concederme el alivio que esperaba tener de ver en mis brazos el cuerpo de Leonisa, que aunque muerto y despedazado holgara de verle, por romper aquel imposible que mi estrella me puso de juntarme con él como mis buenos deseos merecian, y así rogué a un renegado que queria desembarcarse, que le buscase y viese si la mar lo habia arrojado a la orilla, pero, como ya he dicho, todo esto me negó el cielo, pues al mismo instante tornó a embravecerse el viento de manera que el amparo de la isla no fué de algun provecho: viendo esto Fetala, no quiso contrastar contra la fortuna que tanto le perseguia, y así mandó poner el trinquete al árbol y hacer un poco de vela, volvió la proa a la mar y la popa al viento, y tomando él mismo el cargo del timon, se dejó correr por el ancho mar, seguro que ningun impedimento le estorbaria su camino: iban los remos igualados en la crujía, y toda la gente sentada por los bancos y ballesteras, sin que en toda la galeota se descubriese otra persona que la del cómitre, que por mas seguridad suya se hizo atar fuertemente al estanterol: volaba el bajel con tanta ligereza que en tres dias y tres noches, pasando a la vista de Trápana, de Melazo y de Palermo, embocó por el Faro de Mesina, con maravilloso espanto de los que iban dentro y de aquellos que desde la tierra los miraban.
Llevaba designio el arraez de despuntar la isla, y tomar abrigo en ella por la banda del norte, mas sucedióle al reves su pensamiento, porque el viento cargó con tanta furia, que todo lo que habíamos navegado en dos dias, en poco mas de catorce horas nos vimos a seis millas o siete de la propia isla de donde habíamos partido, y sin remedio alguno íbamos a embestir en ella, y no en alguna playa, sino en unas muy levantadas peñas que a la vista se nos ofrecian, amenazando de inevitable muerte nuestras vidas: vimos a nuestro lado la galeota de nuestra conserva, donde estaba Leonisa, y todos sus turcos y cautivos remeros haciendo fuerza con los remos para entretenerse y no dar en las peñas: lo mismo hicieron los de la nuestra con mas ventaja y esfuerzo a lo que pareció, que los de la otra, los cuales cansados del trabajo, y vencidos del teson del viento y de la tormenta, soltando los remos se abandonaron y se dejaron ir a vista de nuestros ojos a embestir en las peñas, donde dió la galeota tan grande golpe, que toda se hizo pedazos: comenzaba a cerrar la noche, y fué tamaña la grita de los que se perdian y el sobresalto de los que en nuestro bajel temian perderse, que ninguna cosa de las que nuestro arraez mandaba se entendia ni se hacia, solo se atendia a no dejar los remos de las manos, tomando por remedio volver la proa al viento y echar dos áncoras a la mar para entretener con esto algun tiempo la muerte que por cierta tenian, y aunque el miedo de morir era general en todos, en mí era muy al contrario, porque con la esperanza engañosa de ver en el otro mundo a la que habia tan poco que deste se habia apartado, cada punto que la galeota tardaba en anegarse o en embestir en las peñas, era para mí un siglo de mas penosa muerte: las levantadas olas que por encima del bajel y de mi cabeza pasaban, me hacian estar atento a ver si en ellas venia el cuerpo de la desdichada Leonisa.
Viendo esto, hablé a doce españoles, todos valientes hombres del remo, y de aquellos que más libremente podían salir de la ciudad, y no fue poco hallar tantos en aquella coyuntura, porque estaban veinte bajeles en corso, y se habían llevado toda la gente de remo, y éstos no se hallaran, si no fuera que su amo se quedó aquel verano sin ir en corso, a acabar una galeota que tenía en astillero.

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