Ejemplos con frívolos

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

En una época en la cual el Rock se ocupaba de temas sociales y serios, fueron acusados de frívolos, por la música bailable con letras irónicas.
Como ella, es rica y lleva un estilo de vida de diversión y frívolos placeres.
Sin embargo, las obras de Terencio utilizan un escenario 'griego' más convincente en lugar de romanizar la situación: las convenciones de la época impedían que los sucesos 'frívolos' tuvieran lugar en Roma.
Les consideraban seres débiles y frívolos.
Resulta imprescindible escapar de los tópicos, frases hechas, comentarios frívolos o clichés.
Y piénsese ahora en la gracia que me haría recordar, mientras la miraba, que una noche, esos mismos ojos ahora frívolos me habían dicho, a ocho dedos de los míos:.
¡Mirar la luna y decir versos como un estudiante al lado de una pobre mujer que era madre y oyendo una musiquilla vulgar a cuyos sones danzaban los seres más frívolos de aquella Arca de Noé! ¡Cómo reiría él si con prodigioso desdoble pudiera contemplarse a sí mismo desde lejos! Pero la emoción inexplicable era más fuerte que su rebeldía burlona, y le obligaba a permanecer inmóvil, en silencio, sin huir de aquel cuerpo que vibraba con su contacto.
Josefina, para quien su padre era un socio del Casino que venía a dormir a casa, y que no hallaba en su madre sino la encargada de satisfacer frívolos caprichos, ni veía en el aya más que una criada con vestido de seda, fue poco a poco acercándose a Lázaro, movida simultáneamente de la necesidad de un amigo para su soledad, de la simpatía que inspiraba el hombre y el respeto que infundía el clérigo.
De este modo los más frívolos sucesos, que no parecen tener fuerza bastante para alterar con su débil paso la serenidad de la vida, la conmueven hondamente de súbito y cuando menos se espera.
Juan de Lantigua salió fuerte en erudición y en silogismo, desafió con imponente orgullo la turba de frívolos y descreídos, brindole la política con una tribuna, y subido en ella, la nube que había condensado en sí tanta pasión y tanto saber tronó y relampagueó contra el siglo.
¿Para qué la han de leer? ¿Qué trae La Moda sino cosas que las damas están cansadas de saber? Un estilo añejo y pesado, que jamás se ha conocido en los tiempos floridos de nuestra prensa periódica: unas ideas rancias ya entre nosotros, unos asuntos frívolos, faltos de dirección y de sistema, y todo, en fin, tan trivial y tan ligero, que hasta las mujeres podrían hacer su crítica.
La noble juventud se hace sorda, y corriendo afanosa tras de deleites frívolos, por encima de un hombro desdeñoso, envía una mirada de tibieza sobre las lágrimas de la patria.
Si de algo sirvieran para los desorientados y frívolos humanos estos casos, yo se lo ofrecería a la buena voluntad común de los hijos de Eva.
Don Pompeyo rompió bruscamente sus relaciones con todos aquellos «espíritus frívolos» y no volvió a poner los pies en el Casino.
La manera primitiva de pensar las cosas consiste en creerlas tales como las sentimos, los niños, los salvajes, los ignorantes y los espíritus débiles son accesibles a todos los errores, juguetes frívolos de las personas, las cosas y las circunstancias.
La conversación, ese común y sencillísimo instrumento de sociabilidad humana, con que los necios ponen en certamen su necedad, con que los frívolos hacen competencia a los ruidos del viento, con que los malvados tientan los ecos del escándalo, la conversación, ocio sin dignidad casi siempre es influencia fecunda en sugestiones, que acaso llegan a fijar el superior sentido de una vida, cuando vale para que entren en contacto dos espíritus.
¿Qué hacían, con efecto, en París aquellos idiotas, groseros, chismosos y presumidos? Ir al Prentán o al Lubre, como ellos decían, pasearse en coche por el Bois, visitarse entre sí para comentar las noticias que recibían de sus respectivos países, siempre en guerra, y tijeretearse los unos a los otros sin misericordia, hablar mal de los franceses, calificándoles de adúlteros, falsos y frívolos, y alquilar, por último, durante el verano, villas y châlets en las playas más elegantes.
habían consumido malamente en frívolos amores y vergonzosos placeres.
Una ráfaga de pasión había pasado por aquel corazón dolorido por los frívolos devaneos juveniles, fugaces como rosas de abril.
¡Acordarme de ti! Sí, yo me acordaré, y yo borraré de mi fantasía todos los recuerdos frívolos, las sentencias de los libros, las ideas e impresiones de lo pasado que la juventud y la observación estamparon en ella.
Un joven con su palabra arrebatadora, don semi-divino en que concurrían la elegancia de los conceptos, la audacia de las imágenes y el encanto físico de la voz robusta y flexible, había cautivado y como prendido en una red de simpatía la heterogénea masa de personas diversas, y en una misma exclamación de gozo se confundían el necio y el sabio, la mujer y el hombre, los frívolos y los graves.
Debes conocer, como yo, toda la impudencia del discurso que he pronunciado, y del que tú has leído, si los hubiera oído alguno, tenido por persona decente y bien nacida, que estuviese cautivo de amor o que hubiese sido amado en su juventud, al oírnos sostener que los amantes conciben odios violentos por motivos frívolos, que atormentan a los que aman con sus sospechosos celos, y no hacen más que perjudicarles, ¿no crees que nos hubieran calificado de gentes criadas entre marineros que jamás oyeron hablar del amor a personas cultas? ¡Tan distante estaría de reconocer la verdad de los cargos que hemos formulado contra el amor!.
No me entregaré por motivos frívolos a odios furiosos, y aun con los más graves motivos dudaré en concebir un ligero resentimiento.
los hombres y a sus frívolos placeres,.
Matías? Ved aquí las causas diferentes de mi desgracia: la inclinación vivísima que a las cosas paganas sentía yo sin cuidarme de disimularla, mis preferencias de poesía y arte, manifestadas con un calor y desparpajo enteramente nuevos en mí, la soltura de modales y flexibilidad de ideas que repentinamente adquirí, como se coge una enfermedad epidémica o se inicia un cambio fisiológico en las evoluciones de la edad, mi despego de los estudios teológicos, exegéticos y patrológicos, en los cuales mi entendimiento desmentía ya su anterior capacidad, la insistencia con que volvía los cien ojos de mi atención a historiadores y filósofos vitandos, y aun a poetas que mi protector creía sensuales, frívolos y de poco fuste, pues él, por una aberración muy propia de la monomanía humanista, no quería más que clásicos latinos, sin poner pero a los que más cultivaron la sensualidad.
Un pueblo acostumbrado a delicadas mesas, blandos lechos, ropas finas, modales afeminados, conversaciones amorosas, pasatiempos frívolos, estudios dirigidos a refinar las delicias y lo restante del lujo, no es capaz de oír la voz de los que quieran demostrarle lo próximo de su ruina.
El monarca lydio hizo después la guerra por su turno a los jonios y a los eolios, valiéndose de diferentes pretextos, algunos bien frívolos, y aprovechando todas las ocasiones de engrandecerse.
La humanidad entera se ha ocupado y se está ocupando de la religión, los legisladores la han mirado como el objeto de la más alta importancia, los sabios la han tomado por materia de sus más profundas meditaciones, los monumentos, los códigos, los escritos de las épocas que nos han precedido nos muestran de bulto este hecho que la experiencia cuida de confirmar, se ha discurrido y disputado inmensamente sobre la religión, las bibliotecas están atestadas de obras relativas a ella, y hasta en nuestros días la Prensa va dando otras a luz en número muy crecido, cuando, pues, viene el indiferente y dice: «Todo esto no merece la pena de ser examinado, yo juzgo sin oír: estos sabios son todos unos mentecatos, éstos legisladores, unos necios, la humanidad entera es una miserable ilusa, todos pierden lastimosamente el tiempo en cuestiones que nada importan», ¿no es digno de que esa humanidad, y esos sabios, y esos legisladores se levanten contra él, arrojen sobre su frente el borrón que él les ha echado y le digan a su vez: «¿Quién eres tú, que así nos insultas, que así desprecias los sentimientos más íntimos del corazón y todas las tradiciones de la humanidad, que así declaras frívolos lo que en toda la redondez de la tierra se reputa grave e importante? ¿Quién eres tú? ¿Has descubierto, por ventura, el secreto de no morir? Miserable montón de polvo, ¿olvidas que bien pronto te dispersará el viento? Débil criatura, ¿cuentas acaso con medios para cambiar tu destino en esa región que desconoces? La dicha o la desdicha, ¿son para ti indiferentes? Si existe ese juez, de quien no quieres ocuparte, ¿esperas que se dará por satisfecho si al llamarte a juicio le respondes: «¿Y a mi qué me importaban vuestros mandatos ni vuestra misma existencia?».
Tras esto, que duró muchos días y fue el pasto sabroso de todas las mujeres y de todos los hombres frívolos de la corte, llegó la hora suprema, y vuelta a empezar los pobres chicos con nuevos catálogos de indumentaria, de piropos inverosímiles y de sensiblerías y finezas cursis: que si la novia así o del otro modo, que si pálida, que si pensativa, que si, con sus cabellos rubios y sus atavíos blancos, parecía una joya de oro entre copos de nieve, que si el Patriarca, que si los padrinos, que si las amigas, que si quince duques, y veinte marqueses, y treinta condes, y no sé cuántos destitulados, de comitiva, y si la fila de coches llegaba desde tal a cual parte, y si hubo entre ellos uno de palacio con las correspondientes damas, y quien, en el momento crítico, «vertió lágrimas furtivas», quien se desmayó, o quien parecía arrobada en el más dulce de los éxtasis.
En cuanto a ella, Verónica, ¿en qué había de fundarle? Reconocía que era hermoso de cuerpo, noble de alma, y culto y rico de inteligencia, que levantaba muchos codos por encima de los galantes frívolos, de los mozos simples y de los viejos verdes que más abundaban a su alrededor, que sentía una lícita y honda complacencia en verse objeto de sus codiciadas atenciones, que le ola con gusto y que se apartaba de él con cierta pena, que después de cada entrevista le duraba su recuerdo largas horas, que se preparaba para la inmediata con mayores precauciones que las de costumbre en parecidos casos, y, por último, que haría cualquier sacrificio por vencerle en el duelo medio empeñado entre ambos, es decir, por arrancarle el secreto de sus intenciones, la primera gota.

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