Ejemplos con fortunilla

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

¿Qué te cuesta hacer lo que te propongo? ¿Pierdes tú algo en ello? Ven acá, truhán de las calles: ¿acaso tienes algún nombre que deslustrar o alguna posición que perder? ¡Cuántos mejores que tú no se apresurarían a prestar este servicio por el aliciente de la recompensa que yo te ofrezco! ¿Pues acaso podías tú ni soñar con la fortunilla que te pienso ofrecer, farsantuelo? ¡Miren el caballerón finchado, siempre a vueltas con su honor y su conciencia, y su deber acá y su reputación allá!.
Ya te dije que mi fortunilla la tengo depositada en poder de los Requejos.
-Aquí nuestra historia se junta, y verá usted cómo hablándola del por qué de mi último cuadro, el que me alaban propios y extraños, sin que él merezca tantos elogios, queda explicado el por qué yo presumo, siento, que el capitán de usted se portó como el mío. Yo también tengo mi capitán. Era un amigo del alma..., es decir, no nos tratamos mucho tiempo, pero su muerte, su gloriosa y hermosa muerte, le hizo el íntimo de mis visiones de pintor que aspira a poner un corazón en una cara. Mi último cuadro, señora, ese de que hasta usted, que nada quiere saber del mundo, sabía algo por los periódicos que vienen envolviendo garbanzos y azúcar, es... seguramente el menos malo de los míos. ¿Sabe usted por qué? Porque lo vi de repente, y lo vi en la realidad primero. Años hace, cuando la segunda guerra civil, yo, aunque ya conocido y estimado, no había alcanzado esto que llaman... la celebridad, y acepté, porque me convenía para mi bolsa y mis planes, la plaza de corresponsal que un periódico ilustrado extranjero me ofreció, para que le dibujase cuadros de actualidad, de costumbres españolas, y principalmente de la guerra. Con este encargo, y mi gran afición a las emociones fuertes, y mi deseo de recoger datos, dignos de crédito para un gran cuadro de heroísmo militar con que yo soñaba, me fui a la guerra del Norte, resuelto a ver muy de cerca todo lo más serio de los combates, de modo que el peligro de mi propia persona me facilitase esta proximidad apetecida. Busqué, pues, el peligro, no por él, sino por estar cerca de la muerte heroica. Se dice, y hasta lo han dicho escritores insignes, que en la guerra cada cual no ve nada grande, nada poético. No es verdad esto... para un pintor. A lo menos para un pintor de mi carácter. Pues bueno, en aquella guerra conocí a mi capitán, él me permitió lo que acaso la disciplina no autorizaba: estar a veces donde debía estar un soldado. Mi capitán era un bravo y un jugador, pero jugaba tan bien, era tan pundonoroso, que el juego en él parecía una virtud, por las muchas buenas cualidades que le daba ocasión para ejercitar. Un día le hablé de su arrojo temerario, y frunció el ceño. «Yo no soy temerario -me dijo con mal humor-, ni siquiera valiente, tengo obligación de ser casi un cobarde... Por lo menos debo mirar por mi vida. Mi vida no es mía..., es de un acreedor. Un compañero, un oficial, no ha mucho me libró de la muerte, que iba a darme yo mismo, porque, por primera vez de mi vida, había jugado lo que no tenía, había perdido una cantidad... que no podía entregar al contrario, mi compañero, al sorprender mi desesperación, que me llevaba al suicidio, vino en mi ayuda, pagué con su dinero..., y ahora debo dinero, vida y gratitud. Pero el amigo me advirtió, después que ya era imposible devolverle aquella suma, que con ella había puesto su honra en mis manos... 'Vive -me dijo-, para pagarme trabajando, ahorrando, como puedas: esa cantidad de que hoy pude disponer, y dispuse para salvar tu vida, tendré un día que entregarla, y si no la entrego, pierdo la fama. Vive para ayudarme a recuperar esa fortunilla y salvar mi honor'. Dos honras, la suya y la mía, penden, pues, de mi existencia, de modo, señor artista, que huyo o debo huir de las balas. Pero tengo dos vicios: la guerra y el juego: y como ni debo jugar ni debo morir, en cuanto honrosamente pueda, pediré la absoluta, y, entre tanto, seré aquí muy prudente». Así, señora, poco más o menos me habló mi capitán, y yo noté que al siguiente día, en un encuentro, no se aventuró demasiado, pero pasaron semanas, hubo choques con el enemigo y él volvió a ser temerario, mas yo no volví a decirle que me lo parecía. Hasta que, por fin, llegó el día de mi cuadro...
Ya que de esto hablamos, ¿no podrías dar alguna luz en un asunto que me ha llenado de confusión? ¿No podrías decirme de dónde le ha venido a doña Cándida esa fortunilla que le permite poner casa y darse lustre?.
Los Frescos, llamémoslos a todos así, no sirven para cavar: tienen que revestirse de la toga o empuñar las armas, y por eso, no habiendo habido mejores medios de satisfacer tan nobles instintos, uno es carnicero, alguacil otro, y no pocos se han echado al camino, en varias ocasiones, ya de contrabandistas, ya de desfacedores de agravios de la fortunilla ciega, enmendando, hasta donde les es dable, el mal repartimiento que de sus presentes y favores ella tiene hecho.

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