Ejemplos con florecía

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Protegida por un anillo de acero, por un ejército de disciplina admirable, reclutado en las ciudades del Imperio por un sistema que satisfacía a todos, Roma vivía en paz, sus ciudades se desarrollaban, las comunicaciones eran fáciles y el comercio florecía.
Pero mientras se esperaba la evolución de las mismas, una nueva rivalidad florecía en el marco del duelo Ford-Chevrolet: Omar Martínez vs Guillermo Ortelli.
En la presa bogaban con pachorra hasta media docena de patos, e infinitos gorriones revolaban en el alero irregular del tejado, mientras en el obscuro agujero de una de las desiguales ventanas florecía un tiesto de petunias.
Pronto tuvo la cintura enteramente florida, y en su mirada florecía también una sonrisa.
La esperanza florecía en la sombra, ocultamente.
En el bosque de Comte, bajo la luz verde, entre las altas columnas de los árboles, se me aparecía como una prodigiosa flor animada, su belleza florecía como la flor de la vida.
La poesía florecía en las tabernas con el bullicio de la embriaguez.
Detrás de ellas la piel florecía con un sinnúmero de costras y escoriaciones, unas secas ya, otras rezumando, con una frescura que atraía a las moscas.
Viéndose requerida de amores los aceptó cual si temiera ser cruel no siendo agradecida, y luego las palabras dulces, las promesas cariñosas, fueron invadiéndole apaciblemente el espíritu, como algo inesperado, pero natural y espontáneo, que llegada su hora le florecía: en el alma, y comenzó a recrearse en ello y gozarlo, saboreándolo a modo de un bien supremo, legítimo y honesto, sin irritarlo con estímulos de la impureza, ni envilecerlo con perversiones de la imaginación.
Bien sabían los frailes que el bendito hermano Toribio había muerto hacía más de veinte años, pero la institución creada por él florecía, prestando al glorioso fundador una existencia inmortal y mitológica.
Las noches de tempestad tenían que huir como si estuvieran a campo raso, perseguidos por la lluvia, de habitación en habitación, hasta que, por fin, encontraban en el abandonado establo un rinconcito, donde, entre polvo y telarañas, florecía su extravagante primavera de amor.
Sólo el movimiento de su mano extendida sobre la cabeza de Carbón, sólo su sonrisa al decir al negro: «Hijo mío», bastaban para revelar el ardor de la bondad en su alma, y para probar que la sangre de Cristo florecía en ella, como los rojos granados en los oasis del desierto sahariano.

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