Ejemplos con figuraos

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Figuraos que ha llegado a domesticar un bando de gorriones ¿Os sorprende? Pues es como lo oís.
Bruno-, con pompa grandísima, en una iglesia que llaman de Atocha, y ya podéis figuraos vosotros, grandes mostrencas y mostrencos, el lujo y aparato que en las ceremonias.
Figuraos, al remate de empinada cuesta, dos amplias y hermosas escalinatas, por las que se sube a un extenso atrio o compás, guarnecido de grandes columnas sin capitel, que nada sostienen y que parecen otros tantos heraldos encargados de anunciar la grandeza del edificio que custodian.
Figuraos un pie que se empeña en entrar en una bota donde ya hay otro pie.
Figuraos el brusco movimiento del que quisiera mirar algo escrito en el intradós del arco.
Figuraos una aparente planicie, limitada al oeste por las brumas del lejano horizonte, al norte por las colinas peladas que corren a lo largo de la costa, y al sur por las ásperas y alterosas sierras que forman parte de la extensa cordillera de montañas de la Vuelta Abajo.
Figuraos, por ejemplo, las veces que sería tomada y perdida aquella villa, los innumerables combates que se reñirían en sus inmediaciones, y los famosos caudillos moros y cristianos que entrarían alternativamente en ella, hallándose, como se halla, situada a la puerta del laberinto alpujarreño y en la confluencia de dos grandes ríos.
Pero yo les digo: aunque supongamos por un minuto que todo lo que decís fuese cierto, ¿os parece conveniente publicarlo y que todos lo sepan? La libertad que pretendéis gozar no sólo vosotros mismos, sino esparcir por todo el orbe, ¿no sería el modo más corto de hundir al mundo en un caos moral espantoso, en que se aniquilasen todo el gobierno, economía y sociedad? Figuraos que todos los hombres, persuadidos por vuestros discursos, no esperan ni temen estado alguno futuro después de esta vida: ¿en qué creéis que la emplearán? En todo género de delitos, por atroces y perjudiciales que sean.
Figuraos, pues, como podáis -¡oh vosotros, que me habéis seguido desde Granada hasta aquí, durante esa infinidad de días de San José que hemos pasado en el camino! -lo que sería ver transcurrir toda aquella única noche correspondiente a tantos y tan solemnes días compendiados en uno solo, del modo y manera que la vi transcurrir yo, esto es, en una perdurable vigilia, sin lograr pegar los ojos ni tener adonde volverlos, y reconociendo que efectivamente, como dice el refrán, entre el día y la noche no hay pared.
Figuraos la silla por lecho, la mesa por almohada, el insomnio por pesadilla, el velón, ya extinguido, por compañero, y, por todo recurso y vecindad, el Infierno del Dante, o sea la cama redonda en que mis pobres amigos gritan de vez en cuando: «¡No hay esperanza!» con la angustiada voz de un horroroso duerme-vela.
Figuraos.
Figuraos lo que sentiríamos en tal momento.
Figuraos aquel laberinto de oscuros montes que había a nuestros pies, figuraos la indecisa claridad de la Luna, mezclada con las sombras de la tierra, refulgiendo en la despejada atmósfera y reverberando en el lejano mar, figuraos a esta misma Luna, sola en el espacio como un alma en pena, figuraos la religiosa tristeza de aquella noche, después de los seculares recuerdos que habían llenado todo el día, y figuraos, por último, aquellos miles de luces, que parecían estrellas bajadas del cielo para hacer compaña a MARÍA en las negras horas de su Soledad, para bordar su manto de luto, para reflejarse en sus celestiales lágrimas.
Figuraos un palacio árabe, con sus puertas enforma de herradura, sus muros engalanados con lilas hileras de arcos que se cruzan cien y cien veces entre sí y corren sobre una franja de azulejos brillanles: aquí se ve el hueco de un ajimez partido en dos por un grupo de esbeltas columnas y encuadrado en un marco de labores menudas y caprichosas, allá se eleva una atalaya con su mirador ligero y airoso, su cubierta de tejas vidriadas, verdes y amarillas, y su aguda flecha de oro que se pierde en el vacío, más lejos se divisa la cúpula que cubre un gabinete pintado de oro y azul o las altas galerías cerradas con persianas verdes, que al descorrerse dejan ver los jardines con calles de arrayán, bosques de laureles y surtidores altísimos.
Figuraos que el plural tenía en su abono estos antecedentes:.
- Combinad ahora todo esto con infinidad de espumosas cascadas, con las pintas rojas de las naranjas o las amarillas de los limones, con los vistosos matices de las piedras, con el blanco de la nieve y con el azul del cielo, agregad, en primer término, las bruscas líneas de las casas, la torre de la iglesia y el humo de los hogares, sirviendo como de alma humana a aquel portentoso conjunto, figuraos, en fin, al sol y a la sombra, con sus poéticos pinceles, armonizando colores, dulcificando tintas y estableciendo el pintoresco claroscuro de una composición tan prodigiosa, y tendréis otra leve idea del arrebatador espectáculo que había aparecido ante nuestros ojos.
¡Pues bien!, figuraos un porvenir más sombrío aún.
-¡Exacto! Figuraos, un hombre que ganaba para mí desde hace mucho tiempo unos ocho o novecientos mil francos al año.
-¡Pues bien! Figuraos que aquel encantador caballo y aquel diminuto jockey de casaca color de rosa me inspiraron a primera vista una simpatía tan viva que yo en mi interior deseaba que ganasen, lo mismo que si hubiese apostado por ellos la mitad de mi fortuna.
Figuraos que.
-Figuraos, señora -le dijo en voz baja-, que vinieron a ofrecerme por los caballos un precio exorbitante.
Figuraos, en cambio, qué sensación de orgullo experimentará un procurador del rey cuando, convencido de la culpabilidad del acusado, le ve inclinarse bajo el peso de las pruebas y bajo los rayos de su elocuencia.
Figuraos una carne virgen y nacarada, como formada de hojas de rosa té y reflejos de perla oriental, una cascada de cabello fluido, solar, esparcida por la espalda y juguetona en dorados copos ligeros hasta el borde de la túnica, unas formas gráciles y castas, largas y elegantes, nobles como la sangre azul que le corría por las venas y se transparentaba dulcemente al través de la piel de raso, unos ojos inocentes, santos, inmensos, en que copiaba su azul el infinito: una boca risueña, fragante, unos dientes cristalinos, unas manos largas, blancas como hostias, y aun sumando tantas perfecciones, os quedaréis muy lejos del conjunto que se admiraba en la princesa Querubina.
En cuanto al polaco, figuraos cómo miraría aquella escena.
Figuraos por un momento cuál será mi situación.
Figuraos cuánto sufriría hasta perderlos de vista.

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