Ejemplos con fúcar

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

La plaza medieval sufrió una notable tranformación a lo largo del siglo XVI, coincidiendo con la llegada a Almagro de los Fúcar - castellanización del apellido flamenco Fugger -, banqueros súbditos del emperador Carlos V, a quienes se les había arrendado las minas de azogue de Almadén como privilegio por el apoyo económico de la banca familiar durante las guerras de Europa.
Pero como en la Sevilla del siglo XVI ya existía el espionaje comercial, los astutos factores que tenían los Fúcar y los Welser en la capital hispalense, ven con avaricia los buenos negocios indianos de los hermanos Caballero, toman nota, pasan información y los alemanes se apresuran a mover los hilos de influencias amistosas.
Ni en la arquitectura antigua ni en la moderna se ha conocido un monumento que justificara mejor su nombre que el parador del en la calle de Fúcar.
Estos tres jóvenes vagaron juntos por las calles, acercándose a los grupos, preguntando a todos, contando noticias fraguadas por la fecunda imaginación del poeta hasta que, llegada la noche, se dirigieron al parador del , sito en la calle de Fúcar, a esperar a unos amigos de Javier, que llegaban aquella misma noche de Zaragoza.
Es falso que Monina sea mi hija, es falso que yo tenga relaciones criminales con Pepa Fúcar, pero es cierto que la amo, es cierto que en mi corazón se ha extinguido todo cariño hacia mi pobre mujer, y en él no queda sino una estimación fría, un respeto ceremonioso a las virtudes que reconozco en ella.
Muchos años hacía, también aquel millonario había creído, como el jornalero Bernardo, en el misterioso prestigio de la medicina infalible, en el don de salud de la receta cara, con vanidad, con orgullo, casi contento con tener que poner a prueba el poder mágico del dinero, creyendo que hasta alcanzaba a dar vida, energía, buenas carnes y buen humor, el Fúcar aquel había derrochado miles y miles en toda clase de locuras y lujos terapéuticos, conocía mejor, y por cara experiencia, las termas célebres de uno y otro país que el famoso Montaigne, tan perito en aguas saludables, no había aparato costoso, útil para sus males, que él no hubiera ensayado, en elixires, extractos y vinos nutritivos había empleado caudales.
El de Tellería se llenó de alborozo oyendo las palabras tristes que salían de los labios de Fúcar, y tuvo una idea propia, una idea felicísima.
Pedro dio un suspiro, hizo una seña al marqués de Fúcar y al marqués de Onésimo, dos marqueses subalternos, el uno de raza y el otro de administración, que observando la fisonomía del marqués del dinero parecían tributarle culto idolátrico, acatándole con sus miradas e incensándole con sus aromáticos puros.
Deseando Fúcar hablar de asuntos menos aflictivos, sacó a relucir las voces que corrían acerca de la próxima boda de Polito con una riquísima heredera cubana, cuya familia, recién venida a Madrid, metía bastante ruido en la villa con la ostentación de una colosal fortuna.
-Está en Madrid -replicó Fúcar, sin alzar los ojos del plato, donde el solomillo parecía representar el Tesoro español por lo recortado y empequeñecido.
de Onésimo, que llegó cuando los demás estaban en la mesa, hicieron honor, como se dice en la jerga gastronómica, a la cocina del marqués de Fúcar.
Fúcar reapareció bastante melancólico, pero apresurado, indicando con esto que las tristezas no son incompatibles con el almorzar.
El marqués de Fúcar se retiró por un momento del salón japónico.
Empeñando conversación mundana con Fúcar, supo llevar a este por las vías sentimentales con tanta gracia y donosura que el agiotista la oía con encanto.
La mano de Fúcar fue estrujada por la de Tellería, que en su emoción no pudo decir nada.
Y como el triste caso que allí los llevaba no era cosa de un momento, el generoso marqués de Fúcar, atento a dar a su hospitalidad un carácter grandioso y caballeresco, conforme a la resonancia europea de su nombre, invitaba a los Tellería a permanecer allí todo el día, toda la noche y todos los días y noches siguientes y a comer, cenar, tomar un lunch, un pic-nik o hispano piscolabis, a descansar, dormir, disponer de la casa entera, pues allí había mesa, despensa, bodega, servidumbre, camas para la mitad del género humano, caballos para pasear, flores en que recrear la vista, etc.
-No hay ni puede haber proyectos de reconciliación -dijo bruscamente el yerno, a punto que entraba en la sala el marqués de Fúcar.
El coche partió por la calle del Fúcar.
-Supongo -indicó Paoletti refinadamente- que la hija del señor marqués de Fúcar se habrá trasladado a Madrid con su preciosa niña.
En la puerta de su cuarto encontró al marqués de Fúcar.
Pepa Fúcar estaba de rodillas en su reclinatorio junto al antepecho de la tribuna.
En la tribuna que los señores de Suertebella tenían en su capilla al nivel de las habitaciones del palacio, oyó la misa de rogativa Pepa Fúcar, juntamente con sus doncellas, el aya y Monina, quien no comprendiendo la razón de tanto recogimiento y mutismo estuvo a punto de alzar la voz y dar un grito en lo más solemne del oficio santo.
El empréstito, lejos de navegar mal, arribaría en aquel mismo día al puerto de la realización, después de surcar con buen viento el piélago turbio de nuestra Hacienda, y era seguro que entre Fúcar, Soligny y otros pájaros gordos de Fráncfort, Amsterdam y la City se tragarían un puñado de millones por intereses, corretaje y comisión.
Él, que tenía también un pesar hondo en su alma, ¿quería implorar del cielo favor y misericordia para sí? No sabemos todavía cuáles eran las cuitas que tan de improviso habían cambiado la jovial sonrisa del marqués de Fúcar en mohín de displicencia.
Mientras esto ocurría junto a la enferma, el marqués de Fúcar, dando de la mano por un momento al grandioso asunto del empréstito, ya casi ultimado, se llegaba a su querida hija y muy seriamente le decía:.
Aquella mañana, después del suceso que bien puede llamarse catástrofe, León había tratado con el marqués de Fúcar y con Moreno Rubio del mejor modo de llevarse a su mujer a Madrid.
Ni en la arquitectura antigua ni en la moderna se ha conocido un monumento que justificara mejor su nombre que el parador del Agujero en la calle de Fúcar.
Estos tres jóvenes vagaron juntos por las calles, acercándose a los grupos, preguntando a todos, contando noticias fraguadas por la fecunda imaginación del poeta hasta que, llegada la noche, se dirigieron al parador del Agujero, sito en la calle de Fúcar, a esperar a unos amigos de Javier, que llegaban aquella misma noche de Zaragoza.
La pobre anciana lloró, apoyada en el hombro del fúcar ultramarino, que era muy llano, y sabía tener todas las apariencias de los hombres caritativos.
Además la justicia, la caridad, estaban de parte del fúcar.

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