Ejemplos con exhortándole

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Cuando le presentaron a Tiberio, el historiador judío-romano Flavio Josefo le condenó por su impiedad exhortándole a que no abandonara las costumbres de sus antepasados.
Poco más habló el pobre Gorria, y todo lo restante lo dijo el capellán con ardiente y patético estilo, exhortándole a fijar sus últimos pensamientos en la misericordia divina, y a desprenderse de los intereses y miras terrenales, sin exceptuar los de la causa, pues ésta, como todo, debía ser comprendida entre las pequeñeces despreciables que abandonamos en el umbral de la otra vida.
Pensando, pues, Cetego que éstos podrían serle muy útiles para alborotar y sublevar la Galia, los hicieron de la conjuración dándoles cartas para aquel Senado y para Catilina: las del Senado ofreciendo a aquel pueblo la libertad, y las de Catilina exhortándole a que diera libertad a los esclavos y viniera sobre Roma.
Todos nos asombramos de ver a un hombre, amenazado de muerte tan cercana, ocupado en componer un poema, tranquilamente, y, no obstante sus protestas, lo sacamos de allí, exhortándole a dejarse de tales locuras en aquellos momentos.
Fácilmente contestaba Nazarín a no pocas de sus dudas, pero otras no se las podía satisfacer, y las proposiciones que pertenecían al orden de la superstición estúpida se las negaba rotundamente, exhortándole a echar de su mente ideas tan desatinadas.
Los soldados, como Polión, el otro prefecto, les diese orden de que jurasen a Vitelio, lo rehusaron, mas, sabiendo que se hallaban allí algunos del Senado, a los demás los dejaron en paz, y sólo pusieron en apuro a Verginio Rufo, yendo armados a su casa, excitándole y exhortándole de nuevo a que tomase el Imperio o fuese a interceder por ellos, pero teniendo a locura tomar el Imperio de unos vencidos, cuando lo había rehusado de los mismos siendo vencedores, y temiendo el ir de legado a los Germanos, que se quejaban de que los había forzado a hacer muchas cosas contra su voluntad, sin que se tuviera de ellos noticia, se marchó por otra puerta.
Al día siguiente, de mañana, subiendo el nuevo emperador al Capitolio, ofreció en él un sacrificio, y haciendo llamar a Mario Celso, lo abrazó y le habló con la mayor benignidad, exhortándole a que pusiera más cuidado en borrar de la memoria la causa de su detención que en retener el beneficio de la soltura.
Turbó desde luego este incidente los planes de Galba, mas después que las legiones de Verginio y Víndex forzaron a éstos, como a conductores de carros que no pueden refrenar los caballos, a un gran combate y que Víndex, después de muertos veinte mil Galos, se quitó a sí mismo la vida, como corriese la voz de que, alcanzada tan señalada victoria, la voluntad general era que Verginio tomara el Imperio o volvieran a reconocer a Nerón, entonces del todo llegó a intimidarse Galba, y escribió a Verginio, exhortándole a obrar de acuerdo y conservar al pueblo romano el imperio y la libertad, y con todo, retirándose otra vez con sus amigos a Clunia, ciudad de España, más pasó el tiempo en arrepentirse de lo hecho y en desear su genial y amado reposo que en ejecutar nada de lo que el tiempo pedía.
Pero cuando más adelante, declarando Víndex abiertamente la guerra, escribió a Galba exhortándole a admitir el Imperio y condescender con un cuerpo robusto que buscaba una cabeza esto es, con las Galias, donde había cien mil hombres armados y podían armarse muchos más, entonces ya consultó sobre este negocio con sus amigos, de los cuales unos eran de opinión que se mantuviera pasivo a ver qué movimiento hacía Roma y cómo recibía aquellas novedades, pero Tito Vinio, jefe de una de las legiones: “¿Qué es lo que consultas- le dijo-, oh Galba?: porque el inquirir si permaneceremos fieles a Nerón es de gentes que ya han dejado de serlo: lo que hay que preguntar, en el supuesto de ser ya Nerón nuestro enemigo, es si desecharemos la amistad de Víndex, y aun le acusaremos al punto y le haremos la guerra, porque quiere más tenerte a ti por emperador de Roma que a Nerón por tirano.
Dion desde entonces convierte ya su ánimo a la guerra, no entrando en ella Platón por respeto a la hospitalidad de Dionisio y por su vejez, pero inflamando a Dion, Espeusipo y otros de sus amigos, y exhortándole a dar la libertad a la Sicilia, que le tendía las manos y le recibiría con los brazos abiertos, porque, según parece, mientras Platón residió en Siracusa, Espeusipo y los demás filósofos tuvieron más trato con aquellos habitantes, y se enteraron mejor de su modo de pensar, pues aunque al principio por temor se recataban y guardaban, recelando que aquello pudiera ser tentativa del tirano, al fin ya tuvieron confianza, y entonces era uno mismo el lenguaje de todos, pidiendo e instando que viniera Dion, aunque no tuviera naves, ni infantería, ni caballería, embarcándose sólo en una nave de comercio, para prestar su persona y su nombre a los Sicilianos contra Dionisio.
Sin embargo, no lo ejecutó por sí, sino que escribió al padre, y permitiéndoselo éste, y aun exhortándole a que dispusiera de todo como le pareciese, haciendo grandes presentes a Ciles y entregándole sus amigos, los remitió a todos colmados de riquezas.
Cicerón, abandonado por él de esta manera, y careciendo de protección, acudió a los cónsules, de los cuales Gabino siempre se le mostró desafecto, pero Pisón le hizo mejor recibimiento, exhortándole a salir de Roma para librarse de la violencia y poder de Clodio, y a llevar resignadamente la mudanza de los tiempos, para poder ser otra vez el salvador de la patria, puesta por inclinación a él en tales turbaciones e inquietudes.
De todos modos, ahora la inexorable mano del destino parecía indicarle esta senda, y por lo mismo envió cartas a Saldaña, noticiándole lo que pasaba, y exhortándole a que, atajando la efusión de sangre, entrase en capitulaciones honrosas con el conde.
Levó esta sola, y como viese que lo que anunciaba era que habían de hacerse muchas muertes por Catilina, exhortándole a que saliera de la ciudad, ya no abrió las otras, sino que al punto se fue en busca de Cicerón, asustado de anuncio tan terrible, y también para disculparse a causa de la amistad que tenía con Catilina.
Por esta razón, a Catón las mujeres de su casa le rogaron encarecidamente y con muchas lágrimas que la jurase y cediese, y lo mismo le pidieron sus amigos y allegados: pero el que más le persuadió y movió a que jurase fue Cicerón el orador, exhortándole y haciéndole ver que quizá ni siquiera es justo el pensar que uno solo deba oponerse a lo establecido por la sociedad entera, y que por descontado es necedad y locura querer perderse cuando es imposible remediar nada en lo hecho, y el último de los males, el que, haciéndolo y sufriéndolo todo por la república, la abandonase y entregase a los que querían perderla, pareciendo que se retiraba contento de los combates que por ella sostenía: “Pues si Catón- le dijono necesita de Roma, Roma necesita de Catón, y necesitan todos sus amigos”, de los cuales decía Cicerón ser el primero, y contra quien se dirigía Clodio su enemigo, queriendo emplear en su ruina la autoridad del tribunado.
Quedóse Aufidio suspenso, porque también él entraba en la conjuración contra Sertorio, pero ignoraba que Mallo tuviese en ella parte, turbado después, al ver que aquel mozo le nombraba a Perpena, a Graciano y a otros que él sabía eran de los conjurados, lo primero que hizo fue desvanecerle aquella idea, exhortándole a que despreciara a Mallo, que no tenía más que vanidad y orgullo, y después se fue a Perpena, a quien manifestó el peligro y la necesidad que había de aprovechar cuanto antes la oportunidad, instándole a la ejecución.
Casio, aunque de nuevo se incomodaba con estas cosas, nada proponía o advertía ya a Craso por verle irritado, pero fuera de su vista llenaba de improperios a Arianmes, a quien decía: “¿Qué mal Genio, oh el más malvado de todos los hombres, es el que te ha traído entre nosotros? ¿Con qué hierbas o con qué hechizos pudiste mover a Craso a que arrojara el ejército en una soledad vasta y profunda, haciéndoles andar un camino más propio de un nómada, capitán de bandoleros, que de un general romano?” El bárbaro, que sabía plegarse a todo, con éste usaba de blandura, animándole y exhortándole a que tuviera todavía un poco de paciencia, pero a los soldados con quienes se juntaba como para darles algún alivio los insultaba, diciéndoles, con risa y escarnio: “¿Pues qué, creéis que esto es caminar por la Campania, y echáis menos sus fuertes, sus arroyos, sus deliciosos sombríos, sus baños y sus posadas? ¿No os acordáis de que nuestra marcha es por los linderos de los Árabes y los Asirios?” De esta manera se burlaba de los Romanos aquel bárbaro, el cual, antes que más a las claras se conociera el engaño, se ausentó, no sin noticia de Craso, a quien todavía hizo creer que iba a introducir la confusión y el desorden en el ejército enemigo.
Dícese que el cartaginés Aníbal, vencido que fue Antíoco por los Romanos, se acogió a Artaxa, rey de Armenia, para quien fue un adiestrador y maestro muy útil en otros diferentes ramos, y que habiendo observado un sitio ameno y delicioso, aunque hasta entonces desdeñado e inculto, concibió la idea de una ciudad, y llevando a él a Artaxa se lo manifestó, exhortándole a su fundación, accedió el rey a ello gustoso, y, rogándole que dirigiese la obra, había resultado una magnífica y hermosa ciudad, la que tomó del rey su dominación, y fue declarada metrópoli de Armenia.
La muchedumbre se rehusaba a reintegrarlos del caudal robado, diciendo que lo devolvieran los que lo habían tomado y se lo habían repartido, mas con todo, intimidados, escribieron a Cimón, exhortándole a que viniera con sus naves a ocupar la ciudad, porque ellos se la entregarían.
Habiéndose mostrado en el combate denodado y valiente, al punto se ganó la opinión y amor de sus conciudadanos, reuniéndose muchos alrededor de él y exhortándole a pensar y ejecutar cosas dignas de Maratón.
» A tal amonestación de los Efopos respondió resuelto, Anaxandrides que ni uno ni otro haría, pues ellos exhortándole a tomar otra mujer dejando la presente, que no lo tenía en verdad merecido, le daban un consejo indiscreto, que jamás pondría por obra, por más que se cansasen en inculcárselo.
Llegado a la presencia de Cambises en la coyuntura más oportuna, en que resuelta ya la expedición contra el Egipto no veía el monarca medio de transitar con su tropa por un país tan falto de agua, Fanes no sólo le dio cuenta del estado actual de los negocios de Amasis, sino que lo descubrió al mismo tiempo un modo fácil de hacer el viaje, exhortándole a que por medio de embajadores pidiera al rey de los árabes paso libre y seguro por los desiertos de su país.
El anciano le consoló como pudo, exhortándole a la fortaleza, y poniéndole delante la inmensidad del porvenir con que le brindaba su juventud.

© Todos los derechos reservados Buscapalabra.com

Ariiba