Ejemplos con eufrasia

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Se justificaba la medida ante la necesidad de combatir a la escuadrilla riverista compuesta por los buques Loba, Eufrasia y Pailebot.
Usted que sabe tantas cosas, don Isidrosiguió la Eufrasia: éste y yo tuvimos esta mañana una porfía.
La Eufrasia era la única que intentaba consolarlos con sus palabrotas enérgicas.
La Eufrasia tronaba majestuosa con un pañolón de encendidas flores, admirado por todos, y que parecía agrandar su autoridad.
A la cabeza de la fila formada por sus vasallos, el Emir balanceábase sobre las caderas, levantaba un pie y lanzaba relinchos bajo la mirada protectora de la Eufrasia, que, subida en un caramanchel, presidía la fiesta con toda la majestad de su busto corpulento.
La Eufrasia, cuarentona de incansable verbosidad, hablaba con aire protector de sus compañeros de viaje.
La Eufrasia se aproximó a ellos con gesto admirativo: ¡Ah, don Isidro! ¡Y qué bien ha sabido usted escoger! Los hombres de talento tienen magnífico ojo para estas cosas.
Pero la Eufrasia, sin prestar atención al marido, bajaba la cabeza como para seguir mejor el curso de sus pensamientos.
Eufrasia, que ya había sabido marear a once galanes y divertirse con ellos, tenía en estudio a un andaluz riquísimo, de gran familia, negociante que iba para capitalista.
Si Eufrasia Terry, y allá se iba con Calipso en la intensidad de su pena, aventajaba por de contado a la Diosa en el arte para disimularla.
Volvieron a verse Eufrasia y Terry, y a flecharse con miradas flamígeras en la representación de por Ronconi, en el Circo, y allí se tramó, para reconciliarles, la siguiente ingeniosísima combinación.
Iba el galán en la comitiva fúnebre, a pie detrás del féretro, y Eufrasia miraba el paso desde un balcón de la calle de Fuencarral.
Rodaron días y meses, entre los cuales los hubo de fúnebre tristeza para Eufrasia, que no cesaba de darse grandes atracones de beleño, buscando el olvido, y a cuantos le pedían amores contestaba con un sí como un templo.
Amigas envidiosas llevaron a Eufrasia el cuento de que Terry mariposeaba en el escenario del Circo alrededor de aquel astro, de aquella deidad de la danza, la Guy Stephan, y no fue menester más para que se produjesen recriminaciones y celeras a que siguió un , pronunciado por ambas bocas con entonación solemne.
Desde aquel momento, la pizpireta Eufrasia, ya muy corrida en noviazgos, según nos revela la cháchara transcrita, puso sus ojos, amparada del abanico, y con sus ojos su alma toda, en un palco frontero donde apareció Emilio Terry, objeto efectivo de sus ansias amorosas.
-Fíjese usted bien, Eufrasia, en lo que dice el Emperador y Rey.
Entre las sonoridades de la ópera se desvanecían, como en la espesura los gorjeos tenues de pájaros soñolientos, estas cláusulas, apasionadas de una parte, de otra graciosas, estocadas donosísimas de la esgrima del coqueteo: Es usted una belleza plácida, de esas que dejan entrever al hombre las dichas puras del amor en primer término, y en segundo término, Eufrasia, las dichas del hogar.
Esteban y Eufrasia, adelgazando sus voces todo lo posible.
No está usted esta noche poco fastidioso con tanto hablarme de política -le dijo Eufrasia, que con su hermana Lea daba lucimiento al palco de la viuda de Navarro-.
Hallábanse Lea y Eufrasia ligadas a Madrid no sólo por el lazo de amistosas relaciones, sino por noviazgos muy , en que se aunaban, para darles inmenso valor, el fuego de los corazones y la esperanza de provechosos casamientos.
Vemos luego cómo dicha Historia, mansamente, por el suave nacer de los efectos del vientre de las causas, siendo a su vez dichos efectos causas que nuevos hijos engendran, va corriendo y produciendo vida, de la cual son partes muy notorias los hechos siguientes: la mejoría de Doña Leandra, gracias al tratamiento sudorífico que la dejó en los huesos, la expedición militar de Roncali contra los sublevados alicantinos, de lo que resultó la destrucción de estos en el campo de batalla, con más empleo de la maña que de la fuerza, según se dijo, el fusilamiento de los revolucionarios de Alicante, veinticuatro víctimas con Bonet a la cabeza, bárbaro, torpe y extremado castigo que había de ser semillero de odios intensísimos, irreconciliables, las relaciones que trabaron Eufrasia y Lea con personas de más alta posición, distinguiéndose en estas nuevas amistades la de una señora renombrada por su hermosura y la amenidad de su trato, Jenara de Baraona, viuda de Navarro, la prisión de calificados progresistas como Cortina y Madoz, y las épicas palizas que recibían en los pueblos los desarmados milicianos, en desquite de las que ellos habían repartido profusamente, la declaración del legítimo matrimonio de la Reina madre con D.
Antonio Santa Cruz, el catarro pulmonar que cogió Doña Leandra, paseando con su amiga la Torrubia por las afueras de la Puerta de Toledo, de resultas del cual estuvo si se va o no se va a la Mancha, quiere decirse, al otro mundo, los desarmes de la Milicia Nacional en Valladolid, San Sebastián y Burgos, con los disturbios y porrazos consiguientes, los amagos de levantamiento carlista en las provincias del Norte, los nuevos vestidos que se hicieron Lea y Eufrasia para dar testimonio público de la nueva posición de su padre y poder alternar con alguna que otra señora moderada, vestidos que, según puntualmente ha conservado la tradición, fueron de , tela propia para invierno y otoño, y en ellos se adoptó la forma novísima de los cuerpos medio escotados y el cuello , la tentativa de reanudar tratos con Roma para que esta autorizase la desamortización y pudieran los moderados enriquecerse comprando por un pedazo de pan los bienes que fueron de la Santa Iglesia, las levitas que se hizo D.
Lea se resignaba con harto dolor de su corazón, Eufrasia, no: su amor filial, con ser grande, no alcanzaba ciertamente a tan tremendo sacrificio.
En vela pasó toda la noche pidiendo al Señor que afianzara con buenos remaches, en la voluntad de Bruno, la determinación de volver al territorio, mientras Lea y Eufrasia, en su febril desvelo, muertas de ansiedad y sobresalto, pedían a la Virgen de Calatrava, su patrona, y a la de la Paloma de acá, y a todas las españolas Vírgenes, que arreglasen con Dios por buena manera todos los piques entre y liberales, y entre estos y el Regente, y que procurase la reconciliación de los con los , y de los de Mayo y Agosto con los de los demás meses del año, para que D.
¿Qué querrá significar con esto el articulista? Eufrasia, tú que eres la más leída de casa, ¿sabes lo que es ?.
Rafaela se hizo mujer de bien, o aparentó con supremo arte que nunca había dejado de serlo, allá volvieron gozosas Eufrasia y Lea, y ya no hubo para ellas mejor consejero ni asesor más autorizado que la hija de Milagro, en todo lo tocante a sociedad, vestidos, teatros y novios.
Hablar a Eufrasia de volver a la Mancha era ponerla en el disparadero, Lea gustaba de la vida de Madrid, y difícilmente a la de pueblo se acomodaría, mas no le faltaba virtud para resignarse a la repatriación si sus padres la dispusieran o si desdichadas circunstancias la hicieran precisa.
Respondía esta diversidad de conducta a la diferencia que se iba marcando en los caracteres de las dos señoritas, pues en la menor, Eufrasia, había desarrollado la vida de Madrid aficiones y aptitudes sociales, con la consiguiente querencia del lujo y el ansia de ser notoria por su elegancia, mientras que Lea, la mayor, no insensible a los estímulos propios de la juventud, contenía su presunción dentro de límites modestos, y no hacía depender su felicidad de un baile, de un vestidillo o de una función de teatro.
A los tonos revolucionarios no llegaba nunca Lea, que combatía la nueva situación dentro del respeto debido a los padres y doblegándose a su indiscutible autoridad, pero Eufrasia se iba del seguro, extremando los clamores de su desdicha por el alejamiento de las amistades, presentándose como la única inteligencia de la familia, y rebatiendo con palabra enfática y un tanto desdeñosa las opiniones de.
El contento relativo de Doña Leandra en su matutina excursión amargábase al llegar a casa cargadita de orégano y hojas de laurel, porque si era muy del gusto de ella la mudanza a la Cava Baja, sus hijas Eufrasia y Lea renegaban de la instalación en barrio tan feo y distante de la Puerta del Sol, a cada momento se oían refunfuños y malas palabras, y no pasaba día sin que estallara en la familia un vivo altercado, sosteniendo de una parte los padres el acierto de la mudanza, y las hijas maldiciendo la hora en que unos y otros juzgaron posible la vida en aquel destierro.

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