Ejemplos con etolos

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Envió el Senado con esta ocasión a Tito diez legados, y éstos eran de sentir que se diera libertad a los demás Griegos, pero quedando con guarniciones Corinto, la Cálcide y la Demetríade para mayor seguridad en la guerra con Antíoco, entonces los Etolos, hábiles en la calumnia, sublevaban con mayor calor las ciudades, requiriendo por una parte a Tito para que le quitara a la Grecia los grillos- porque éste era el nombre que solía dar Filipo a estas ciudades-, y preguntando por otra a los Griegos si, llevando ahora una cadena más pesada, aunque más bellamente forjada que la de antes, se hallaban contentos y celebraban a Tito como a su bienhechor porque habiendo desatado a la Grecia por los pies la había ligado por el cuello.
Tenía ya antes de aquella época quejas contra Pirro, y había hecho incursiones en la Tesalia, a lo que se agregaba la natural enfermedad de los poderosos, que es la ambición desmedida, por la cual había venido a ser entre ellos la vecindad muy recelosa y desconfiada, especialmente después de la muerte de Deidamía, mas cuando ya ambos poseyeron la Macedonia y vinieron a coincidir en un mismo punto de codicia, teniendo la discordia, más visibles causas, acometió Demetrio a los Etolos, los venció, y dejando allí a Pantauco, con bastantes fuerzas, marchó él mismo contra Pirro, y Pirro contra él apenas lo llegó a entender.
En cuanto a hechos propios y personales de guerra, de Filopemen hubo muchos y muy señalados, de Tito ninguno: así es que uno de los Etolos, Arquedemo, le motejó de que, mientras él corría con la espada desenvainada contra los Macedonios que se le oponían, Tito se estaba parado con las manos levantadas al cielo haciendo plegarias.
En cuanto a los errores, nacieron de ambición los del uno, de obstinación los del otro, para el enojo y la ira el uno era pronto, el otro inexorable: así, Tito a Filipo le conservó la dignidad del reino, y al cabo se compadeció de los Etolos, pero Filopemen privó por enojo a su misma patria de los tributos de sus aldeas.
Después, como los sitiados llegasen a verle, empezaron a llamarle desde la muralla, tendiendo a él las manos y suplicándole, y por lo pronto nada dijo, sino que volvió el rostro y se retiró llorando, mas luego trató con Manio, y aplacando su enojo, obtuvo que se concedieran treguas a los Etolos y el tiempo necesario para que, enviando embajadores a Roma, pudieran alcanzar condiciones más tolerables.
Habiendo maltratado y vejado el Macedonio de una parte a los Dólopes y Magnetes, y de otra a los Atamanes y Aperantes, y el mismo cónsul talado a Heraclea, y puesto cerco a Naupacto, que estaba por los Etolos, movido Tito a compasión de los Griegos, partió desde el Peloponeso en busca del cónsul.
Porque vencido Antíoco en las Termópilas, al punto huyó y se retiró con su armada al Asia, entonces el cónsul Manio, yendo contra los Etolos, a unos les puso sitio, y en cuanto a otros, dio al rey Filipo la comisión de que los redujese.
Muy pocos fueron los que le faltaron a causa de estar de antemano preocupados y seducidos por los Etolos, y aunque justamente enojado e irritado contra éstos, con todo, después de la batalla los protegió.
Cuando Antíoco, pasando a la Grecia con grande armada y numeroso ejército, inquietó y trajo a su partido diferentes ciudades, tuvo en su auxilio a los Etolos, que hacía tiempo se mostraban contrarios y enemigos del pueblo romano, y éstos le sugirieron para la guerra el pretexto de que venía a dar libertad a los Griegos, que ninguna necesidad tenían para esto de su poder, pues que eran libres, sino que a falta de una causa decente, los enseñaron a valerse del más recomendable de todos los nombres.
Adquirió Filopemen la fama que le era debida, y Antígono le hizo grandes instancias para que entrase a su servicio, ofreciéndole un mando y grandes intereses, pero él se excusó, principalmente por tener conocida su índole muy poco inclinada a obedecer. Mas no queriendo permanecer ocioso y desocupado, se embarcó para Creta con objeto de seguir allí la milicia, y habiéndose ejercitado en ella por largo tiempo al lado de varones amaestrados e instruidos en todos los ramos de la guerra y además moderados y sobrios en su método de vida, volvió con tan grande reputación a la liga de los Aqueos, que inmediatamente le nombraron general de la caballería. Halló que los soldados cuando se ofrecía alguna expedición se servían de jacos despreciables, los primeros que se les presentaban, y que ordinariamente se excusaban de la milicia con poner otro en su lugar, siendo muy grande su falta de disciplina y valor. Tolerábanselo siempre los ma- gistrados por el mucho poder de los de caballería entre los Aqueos, y principalmente porque eran los árbitros del premio y del castigo. Mas él no condescendió ni lo aguantó, sino que recorriendo las ciudades, excitando de uno en uno la ambición en todos los jóvenes, castigando a los que era preciso e instituyendo ejercicios, alardes y combates de unos con otros cuando había de haber muchos espectadores, en poco tiempo les inspiró a todos un aliento y valor admirable, y, lo que para la milicia es todavía más importante, los hizo tan ágiles y prontos y los adiestró de manera a maniobrar juntos y volver y revolver cada uno su caballo, que por la prontitud en las evoluciones, la formación toda, no parecía sino un cuerpo solo que se movía por impulso espontáneo. Sobrevínoles la batalla del río Lariso contra los Etolos y los Eleos, y el general de caballería de los Eleos, Damofanto, saliéndose de la formación, se dirigió contra Filopemen, admitió éste la provocación, y marchando a él se anticipó a herirle, derribándole con un bote de lanza del caballo. Apenas vino al suelo huyeron los enemigos, y se acrecentó la gloria de Filopemen, por verse claro que ni en pujanza era inferior a ninguno de los jóvenes ni en prudencia a ninguno de los ancianos, sino que era tan a propósito para combatir como para mandar.
Mientras los Etolos se afanaban por difundir estas voces y conmover a los aliados, presentóse el mismo Filipo a negociar, y desvaneció toda sospecha entregando a Tito y a los Romanos cuanto le pertenecía.
A Tito, pues, que aspiraba a adquirir gloria entre los Griegos, causaban estas cosas tal disgusto, que todo lo que restaba lo ejecutó por sí solo sin hacer cuenta de los Etolos.
Indispusiéronse por esto, y empezaron a decirse denuestos unos a otros, pero lo que a Tito más le incomodaba era que los Etolos se atribuían la victoria, apresurándose a hacer correr esta voz entre los Griegos: tanto, que los poetas y los particulares, celebrando esta jornada, les escribieron y cantaron a ellos los primeros, siendo el cantar más común este epigrama: Treinta mil de Tesalia ¡oh peregrino! sin gloria y sin sepulcro aquí yacemos, de los Etolos en sangrienta guerra domados, y también de los Latinos que Tito trajo de la hermosa Italia, Huyó ¡mísera Ematia! en veloz curso de Filipo el espíritu arrogante, más que los ciervos tímido y ligero.
Murieron por lo menos ocho mil, y unos cinco mil quedaron cautivos, y si Filipo pudo salvarse con seguridad, la culpa fue de los Etolos, que, mientras los Romanos seguían todavía el alcance, se entregaron al pillaje y saqueo del campamento, en términos que cuando aquellos volvieron ya nada encontraron.
Proporcioná- ronle sus amigos que Filipo no saliera con su propósito y que se le conservara el mando, luego que recibió el decreto, alentado con grandes esperanzas, se encaminó al punto hacia la Tesalia para continuar la guerra contra Filipo, teniendo a sus órdenes sobre veintiséis mil hombres, para cuyo número habían dado los Etolos seis mil infantes y cuatrocientos caballos.
Los Aqueos, separándose de la alianza de Filipo, determinaron hacerle la guerra con los Romanos, y los Opuncios, no obstante que siendo los Etolos decididos auxiliares de los Romanos deseaban tomar y conservar su ciudad, no les dieron oídos, sino que llamando ellos mismos a Tito se pusieron en su mano y se le entregaron a discreción Refiérese de Pirro que la primera vez que desde una atalaya pudo ver un ejército romano puesto en orden, exclamó que no le parecía bárbara la formación de aquellos bárbaros, pues los que tuvieron ocasión de conocer a Tito casi hubieron de prorrumpir en las mismas palabras: porque como los Macedonios les hubiesen informado de que se encaminaba a su país el general de un ejército bárbaro que todo lo trastornaba y esclavizaba con las armas, cuando después se hallaban con un hombre joven, afable en su semblante, griego en la voz y en el idioma y ambicioso del verdadero honor, es increíble cómo se tranquilizaban, y la benevolencia y amor que le conciliaban por las ciudades, que no tenían entonces un general interesado en su libertad.
De allí a poco hace Tito paces con Nabis y muere éste de resultas de asechanzas que le pusieron los Etolos, y como con este motivo se excitasen sediciones en Esparta, aprovechando Filopemen esta oportunidad, marcha allá con tropas, y ganando por fuerza a unos y con la persuasión a otros, atrae aquella ciudad a la liga de los Aqueos, empresa que le hizo todavía mucho más recomendable a éstos, adquiriéndoles la gloria y el poder de una ciudad tan ilustre, y en verdad que no era poco haber venido Lacedemonia a ser una parte de la Acaya.

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