Ejemplos con escudriñadora

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

La mirada arrogante y escudriñadora le abarcó de pies a cabeza.
La mirada del viejo era fija, inquisitorial, escudriñadora, pero Juanito tuvo serenidad para mentir.
Y la Adela me miraba de una manera fija, escudriñadora.
Al retirarse Cecilia despechada y firmemente persuadida de que aquélla era una casa de orates en toda la acepción de la palabra, echole el médico una mirada intensa y escudriñadora, y se quedó clavado a la reja, repitiendo a media voz:¡Se parece bastante, mucho, muchísimo! Estaba por decir que es su vivo retrato.
Su compañero, que le había observado hasta entonces con inteligente y escudriñadora mirada, le arrancó de su éxtasis.
Nuestros ojos giraban como bolas y se abrían como platos investigando su provecho, y en cuanto distinguíamos lo apetecido, allí estábamos sonrientes, despreocupados y dicharacheros, los dedos prontos y la mirada bien escudriñadora, para no dar golpe en falso como rateros de tres al cuarto.
Habíanse robado algunas prendas de la montura de un soldado, y todas las pesquisas habían sido inútiles para descubrir al ladrón: Facundo hace formar la tropa y que desfile por delante de él, que está con los brazos cruzados, la mirada fija, escudriñadora, terrible.
Andrés, mientras los otros se acercaban a saludarla, la envolvió en una larga mirada escudriñadora y codiciosa.
Miraba por las ventanillas, con esa atención, rápidamente escudriñadora, del hombre acostumbrado a extender la vista en dilatados horizontes, anotando sin pensar, en su memoria, por ese solo instinto que da el desierto, y comparando entre sí, los mínimos detalles de los campos que atravesaba: la posición y la forma de un rancho, de un monte, de una laguna.
El comprador y el vendedor envuelven la hacienda cortada en la misma ojeada escudriñadora.
Pedro, mejor dicho, el caimán de la escuela, le miraba sonriendo con cierta ferocidad escudriñadora, detrás de la cual quién sabe si se escondía la compasión.
El extranjero que pasa por la calle del Milagro se detiene involuntariamente en su puerta y lanza al interior mirada escudriñadora.
Él hundía su mirada en el horizonte, hasta llegar con ella a su rancho, que hubiera parecido un pequeño punto Manco para cualquier otra mirada que no fuera la mirada escudriñadora de un paisano.
Su eminente colega le lanzó una fría y rápida mirada escudriñadora.
Había simpatizado con Danglars, que después de haber lanzado una mirada escudriñadora al padre y al hijo, pensó que el padre sería algún nabab que había venido a París para perfeccionar la educación de su hijo.
Fisonomía impasible, porte altanero, mirada apagada y brusca, o insolentemente penetrante y escudriñadora, tal era el hombre a quien cuatro revoluciones seguidas habían formado y después afirmado sobre su pedestal.
Durante este coloquio, Danglars observaba con mirada escudriñadora al joven.
¿Montenegro era capaz de tanta ironía o estaba loco? Pero una fría y escudriñadora mirada que dirigió en torno suyo les hizo creer lo primero, y el hidalgo prosiguió, mientras un silencio sepulcral se había vuelto a extender en torno:.
Y precisamente ese almuerzo es el elegido por el ama de llaves para acompañar a «su señorito», puesta de pie a respetable distancia de la mesa, con los brazos cruzados y la vista escudriñadora, tan pronto en los platos, tan pronto en Gedeón, tan pronto en Solita, y cumplir, en la siguiente forma, con lo que ella cree un deber de su cargo de inspectora de la casa, y fiel intérprete de los deseos de su amo:.
Enriqueta, entre tanto, después de lucir el talle al descubierto, so pretexto de colocar más a su gusto la silla, o de colgar el abrigo, o de responder a una supuesta pregunta de su madre, tomó asiento dando la espalda al escenario, y sin cuidarse de lo que en él sucedía, paseó, al amparo de sus anteojos, su vista escudriñadora en derredor de la sala.
Asomaba una aurora gris-cenicienta, pues el sol era importante para romper la densa valla de nubes tormentosas, cuando una mujer salía arrastrándose sobre manos y rodillas del matorral vecino, y ya en su borde, que trepó con esfuerzo, se detenía sin duda a cobrar alientos, arrojando una mirada escudriñadora por aquellos sitios desolados.

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