Ejemplos con escajos

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Aquella vida era sobrado activa para la cabeza del señorito, sobrado entumecida y sedentaria para su cuerpo, la sangre se le requemaba por falta de esparcimiento y ejercicio, la piel le pedía con mucha necesidad baños de aire y sol, duchas de lluvia, friegas de espinos y escajos, ¡plena inmersión en la atmósfera montés!.
Los chicuelos y gente menuda, que rodeaban el seco montón de escajos y discurrían en torno a la sucursal de la taberna que se había establecido bajo los árboles, sobre la pértiga de un carro, tomando el ruedo y vocerío por señal de comienzo de la fiesta, prendieron una mata a prudente distancia de la pila de rozo, y sobre la mata, ardiendo y chisporroteando, cayeron otras dos, y el punto luminoso que formaron en medio de la oscuridad de la noche fue el aguijón que puso en declarada carrera a la gente moza que le vio y se dirigía hacia el lugar de la fiesta, con relativa parsimonia, por todas las callejas de la aldea.
A lo mejor, grandes doseles de granito con lambrequines de zarzas y escaramujos raspándome la cabeza, mientras que por el lado derecho me punzaban las espinas de los escajos, y el más ligero resbalón de mi cabalgadura podía lanzarme a las simas de la izquierda.
Y volví los ojos al sendero de la montaña, y le vi trepar entre los pedruscos y los escajos bravíos de una sierra calva, y distinguí detrás de ella, la loma de otra sierra más alta, y por encima de ésta, otra y sobre su cumbre la de un monte que las asombraba a todas, y así sucesivamente, hasta perderse las últimas desvanecidas en un ambiente brumoso y tétrico que no me dejaba percibir con claridad los dos peldaños de aquella escalera disforme, entre los cuales se escondía la sepultura en que, por un mal entendido sentimiento filantrópico, había resuelto yo enterrarme vivo.
Pero tía Nisca, de imaginación más activa que su marido, examinaba interiormente el cuadro de sus pesares, ¡y no le faltaban causas con que justificar toda la amargura de los dolores que sentía! Por eso no pudo menos de dirigir un duro apóstrofe a la tierra que pisaba, viéndola poblada de ásperos escajos, y cuya aparente esterilidad alejaba de ella a sus hijos para buscar en país remoto lo que la madre patria no podía darles.
Y murmurando así la tía Simona, deja las almadreñas a la puerta del estragal, cuelga la saya de bayeta con que se cubría los hombros, del mango de un arado que asoma por una viga del piso del desván, entra en la cocina, siempre seguida del chico, con la cesta que traía tapada con la saya, déjala junto al hogar, añade a la lumbre algunos escajos, enciende el candil, y va sacando de la cesta morcilla y media de manteca, un puchero con miel de abejas y dos cuartos de canela, todo lo cual coloca sobre el poyo y al alcance de su mano para dar principio a la preparación de la cena de Navidad, operación en que la ayuda bien pronto su hija, que entra con dos escalas de agua y protestando que «no ha hablao con alma nacía, y que lo jura por aquellas que son cruces.
¡El impermeable! Hecho jirones, señora: los escajos, los espinos, las zarzas han puesto fin a su vida.
El cortejo entró en el cementerio, pero no por la puerta principal, sino por una especie de brecha abierta en la tapia del corralón inmundo, estrecho y lleno de ortigas y escajos en que se enterraba a los que morían fuera de la Iglesia católica.
separado de los demás vetustenses que habían sido, por un muro que era una deshonra, perdido, como el esqueleto de un rocín, entre ortigas, escajos y lodo.
Alzábase majestuoso en la falda de una suavísima ladera, al Mediodía, y servíale de cortejo espesa legión de sus congéneres, enanos y contrahechos, que se extendían por uno y otro lado, como cenefa de la falda, asomando sus jorobas mal vestidas y sus miembros sarmentosos, entre marañas de escajos y zarzamora.
Una vez allí la gente, varazo a esta rama, varazo a la otra, desde el suelo, si la vara alcanzaba al fruto, o desde la cruz del castaño si los erizos estaban muy altos, apañando esta moza las castañas sueltas, descachizando la otra los erizos con los tacones de los zapatos y con mucho tiento para no reventar lo que guardaba la espinosa envoltura, acopiando escajos secos unos mozos, avivando en lugar conveniente dos mozas de las más amañadas la mortecina lumbre, templando otras a su calor los flojos parches de las panderetas, y mordiendo todos y todas, por un lado, las acopiadas castañas para que no reventaran en el fuego, con peligro de los cercanos ojos, canturriando unas aquí, relinchando otros allá, locuaces los más y risueños todos, el campo de la castañera, abrigado del aire y del sol por las anchas, espesas y bajas copas de los árboles, parecía un hormiguero en el ir y venir de la gente, y una pajarera en lo ruidoso y pintoresco del conjunto.
En el suelo crecía cebadilla como de un palmo, y entre dos muros, apoyado en la pared alta del fondo, veíase un tejadillo mal dispuesto con palitroques, escajos, paja y barro, obra sumamente frágil, mas no completamente inútil, porque bajo ella se guarecían tres mendigos: una pareja o matrimonio, y otro más joven y con una pierna de palo.
Volvieron los chicos a encender los escajos o aliagas secas, y el humazo asfixiaba.
Aparecíansele también en su delirio la casa de la adivina, y su amiga, y un millar de barajas dispersas, y un señor que la echaba onzas y más onzas sobre el delantal, y el delantal se llenaba de ellas, y caían después por el suelo y nunca acababan de caer, y veía culebras que se convertían en vacas y subían por la Cuesta del Hospital detrás de doña Rosaura, que iba vestida de escajos y tenía cabeza de raposa y cola de lagarto, después asomaba un señor por una bocacalle, daba un silbido, se espantaban las vacas y la corneaban a ella, que salía de un portal muy largo, muy largo, muy largo, con vestido de merino de lana y botas de charol, después se quería levantar, y venía su padre con un garrote lleno de nudos y la molía las costillas, luego pasaba la adivina sorbiendo tabaco y royendo un mendrugo, y se comía a su padre de un bocado, y le daba un beso a ella, y de aquel beso salían barajas, barajas, barajas y muchísimas botas de charol que recogía en la falda del vestido, después se ponía a probárselas encima del campanario de su lugar, bajo el cual estaba su rendido novio echándola una copla al son de la bandurria y llorando al mismo tiempo a moco tendido.

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