Ejemplos con entreabierto

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

La ha entreabierto poco antes la dama de compañía.
Miró a todas partes en busca de algo, y, percibiendo el balcón entreabierto, se lanzó hacia él.
Por coquetería, y por dar tiempo a que su dueño y señor llegara, iba lo más despacio posible, levantándose a veces para distraerse en otras cosas, pues lo esencial era que al aparecer su amante aún tuviese suelta la sedosa madeja que le inspiraba tantas frases lisonjeras, dándole a ella pretexto para estar con el escote entreabierto y los brazos desnudos, puestos en alto, haciendo mil embelesadoras monadas.
Era una figura airosa, pero de movimientos lánguidos, como de gata friolera, y actitudes sobriamente voluptuosas, como de estatua griega, el traje más modesto realzaba mejor su hermosura, y con un vestido completamente negro, un grueso ramo de amarillentas rosas en el entreabierto escote, sencillamente recogido el pelo, libres de pendientes las diminutas orejas, y sin guantes las aristocráticas manos, no había hombre capaz de contemplarla un segundo sin darse la enhorabuena por haber nacido.
Mientras mayor era la afluencia de éstos, menor era el paso a que se les permitía moverse, de que resultaba a menudo un ejercicio muy monótono, no desaprovechado en verdad por las señoritas, cuya diversión principal consistía en ir reconociendo a sus amigos y conocidos, entre los espectadores de las calles laterales, y saludarlos con el abanico entreabierto, de la manera graciosa y elegante que sólo es dado a las habaneras.
Ellas, sin embargo, ya por el hábito de oírlos desde la cuna, ya porque siempre halaga la celebración, no se daban por ofendidas, antes éstas se sonreían, aquéllas, con el abanico entreabierto, hacían un saludo gracioso a los conocidos o amigos, y no faltaban quienes correspondían a una pulla, con otra pulla, por cierto no de la mejor ley.
La cara era de gloria, luminosa, cándida y picaresca a la vez, la boca, un capullito entreabierto, y la testa, cargada de rizos de oro, parecía alumbrar el aire con un brillo y fulgor de tanta sortija rubia.
Aquel manuscrito en que se veía más claridad que oscuridad, le causaba el mismo efecto que un santuario entreabierto.
Sostenían las cuatro galerías que rodeaban el patio columnas de jaspe, en el centro de éste, rodeada de macetas y estatuas de alabastro, corría una fuente sin cesar, celebrando con su pura e infantil voz, lo mismo al pimpollo entreabierto como una esperanza, que a la flor que caía deshojada como el desconsuelo.
Se sacudió como un perro mojado antes de salir de la pieza, no se limpió de los zapatos el polvo de la cárcel, porque carecía de ellos, y lanzóse por el entreabierto rastrillo como un gorrión fuera de la jaula.
balcón entreabierto adivino, al través de los vidrios.
En fin, una especie de corpiño entreabierto por delante que dejaba ver el cuello y la mitad de los senos, y que se abrochaba por debajo con tres botones de diamantes.
Y como si Dolores, desde su ventana, lo hubiera llamado de modo misterioso, no había hecho ella más que asomarse cuando desembocó en la calle Juan el Primores, mozo de gallardo talle, de brioso ademan y de rostro agitanado, hombre tan apasionado de sus méritos como de las hembras más de su gusto, vestido con típica elegancia, con abotinado pantalón, amplia americana, legítimo rondeño de alas rectas y alta copa, asomándole el ceñidor de seda azul por el entreabierto chaleco, arqueados y finos brodequines y llenos de tumbagas los dedos y de colgantes el grueso calabrote de oro, herencia, a juzgar por sus labores, de sus respetables antepasados.
el capullo entreabierto de la primera rosa,.
, un ceñidor azul aprisionaba su talle elástico, un broche dorado cerraba el cuello bajo de la camisa, una cadena de fino metal adornaba el entreabierto chaleco, su cabello limpio y reluciente anillábase a un lado y otro de la raya a usanza casi femenil.
El conde salió de la cámara con la rapidez de un joven, porque su sincero realismo le prestaba el ardor propio de los veinte años, y se quedó Luis XVIII solo, volviendo a hojear el libro entreabierto y murmurando: ''Justum et tenacem propositi virum''.

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