Ejemplos con enramadas

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Sus recursos hidrológocos son el río Santa María, el arroyo el Fuerte y las enramadas.
Las enramadas eran recubiertas con pequeños trozos de madera, cañas y lodo.
Los pájaros cantan en las enramadas, el sol se derrama brillante por la tierra.
Si miras a lo lejos, verás el lindo telón de la Sierra y las enramadas que bordan las orillas del Manzanares, risueño y pobre.
Luego que eran abrazadas, se escabullían brincando como gacelas, y a perderse iban en las enramadas circundantes de las casas de caña.
Por entre barrizales y breñas, a campo traviesa y buscando las enramadas para mejor ocultarse, desandaron en quince minutos el camino que habían recorrido en media hora.
Felipe IV y la Calderona no tuvieron confidente más fiel que Pedro de Tumbaga, y los bosquecillos del Pardo, las enramadas del Retiro, conservan todavía añosos troncos bajo los cuales el orgulloso magnate esperó, calado por el agua del cielo, a que el autor de cortase la sabrosa plática que en los camarines de aquellos palacios tenía con la famosa comedianta.
Los tapiceros y adornistas tomaron posesión de los aposentos en que había de verificarse, se construyó una galería de follaje, que ponía en comunicación el salón principal de la planta baja con el espacioso invernadero de cristales que en el jardín se alzaba, cubriéronse las columnas de hierro con entrelazadas hojarascas, se colgaron de la bóveda de cristales los aparatos para gas, se pusieron en los ángulos las mejores esculturas que había en la casa, haciendo que los mármoles blancos destacaran sobre fondos de oscuro follaje, se prepararon farolillos para las enramadas del parque, diose orden en las cocinas para que la cena fuera opípara, se apuraron todos los caprichos que puede el oro satisfacer al buen gusto, y una legión de artesanos invadió el palacio durante muchos días, disponiendo las cosas de suerte que cuando dos horas antes del baile los duques inspeccionaron todos los preparativos, el nuevo senador, arrellanándose en un sillón con la dignidad propia de su investidura, y mirando a su mujer con vanidosa satisfacción, exclamó: Estará bien.
Lázaro, apoyados los codos en el antepecho de una ventana de su cuarto, y hundido el rostro entre las palmas de las manos, sentía llegar hasta su oído por cima de las enramadas del jardín el rumor sordo y constante que se alza de la villa y corte en las primeras horas de la noche, rumor semejante al ronco y prolongado rugir de una fiera que se estira y se espereza antes de tumbarse a dormir.
Ni aquello ni lo que había seguido: la ceguera de los sentidos, la brutalidad de las pasiones bajas, subrepticiamente satisfechas hasta el hartazgo, esto era vergonzoso, más que por nada por el secreto, por la hipocresía, por la sombra en que había ido envuelto, ahora, sin aprensión, sin escrúpulos, sin tormentos del cerebro, la dicha presente, aquella que gozaba en una mañana de Mayo cerca de Junio, contento de vivir, amigo del campo, de los pájaros, con deseos de beber rocío, de oler las rosas que formaban guirnaldas en las enramadas, de abrir los capullos turgentes y morder los estambres ocultos y encogidos en su cuna de pétalos.
Y en esto, avanzaba diciembre, desapareció por completo el Sur, y aunque la alfombra de verdura, con todos los imaginables tonos de este color, cubría la vega, la sierra y los montes, porque estas galas no las pierde jamás el incomparable paisaje montañés, los desnudos árboles lloraban gota a gota por las mañanas el rocío o la lluvia de la noche, relucía el barro de las callejas, porque el sol que alumbraba en los descansos de los aguaceros no calentaba bastante para secarle, andaba errabunda y quejumbrosa de bardal en bardal, arisca y azorada, la negra miruella, que en mayo alegra las enramadas con armoniosos cantos, picoteaba ya el nevero' en las corraladas, y acercábase el colorín al calorcillo de los hogares, derramábanse por las mieses nubes de tordipollos y otras aves de costa, arrojadas por los fríos y los temporales de sus playas del Norte, blanqueaban los altos picos lejanos cargados de nieve, cortaban las brisas, reinaba la soledad en los campos y la quietud en las barriadas, iba la pación de capa caída, y mientras al anochecer se arrimaban las gentes al calor de la zaramada, ardiendo sobre la borona que se cocía en el llar, y se estrellaba contra las paredes del vendaval la fría cellisca, la aguantaba el ganado, de vuelta de las encharcadas y raídas mieses, rumiando a la puerta del corral, con el lomo encorvado, erizado el pelo, la cabeza gacha, el cuello retorcido y el rabo entre las patas, señales, éstas y aquéllas, de que se estaba en el corazón del invierno, nunca tan triste ni tan crudo como la fama le pinta, ni tan malo como muchos de ultrapuertos, que la gozan de buenos sin merecerla.
Cuando Juan, al oír el primer canto de los pájaros, se asomaba a la ventana y se detenía allí un momento contemplando aquella hermosa aureola con que coronaba el alba la cordillera de los altos montes que se extendía al Oriente del valle, cuando después, con la azada al hombro, se dirigía a las heredades, arrullado por el dulce e infinito concierto de cánticos que alzaban los pájaros en todas las enramadas, cuando aspiraba el dulcísimo perfume con que las flores y las plantas, húmedas con el rocío de la aurora, embalsamaban el ambiente, y cuando a la vaga y misteriosa luz del naciente día contemplaba el fondo y el conjunto del valle, donde nubecillas de humo que comenzaban a alzarse de los hogares, y balidos de ganado que iba al monte, y ruido de puertas y ventanas que se abrían, y chirridos de carretas que se ponían en movimiento, y cantares de muchachos que iban a coger el agua fresca y serena, anunciaban el despertar universal de la vida, adormecida un momento para descansar, cuando todo contemplaba y oía y aspiraba, ¡qué necesidad tenía su alma de poeta de oír ni entonar los cantos de Homero y Virgilio!.
Luego que eran abrazadas, se escabullían brincando como gacelas, y a perderse iban en las enramadas circundantes de las casas de caña.
-y siguió perdiéndose en aquel idilio y entre las enramadas del Retiro.
Las hojas nuevas de las hayas comenzaban a verdear, el helecho lanzaba al aire sus enroscados tallos, los manzanos y los perales de las huertas ostentaban sus copas nevadas por la flor y se oían los cantos de las malvices y de los ruiseñores en las enramadas.
¿Qué le importaba su sombra? ¿Acaso la sombra le impedía disfrutar del ruido del agua, de la frescura de las enramadas, de los acordes de las cítaras, de los ojos de gacela y los labios de miel de las cautivas? ¿Acaso le vedaba el goce del estudio, la plenitud intelectual? Un día Artasar recordó, miró a su sombra.
Facundo había ganado una de esas enramadas sombrías, acaso para meditar sobre lo que debía hacer con la pobre ciudad que había caído como una ardilla bajo la garra del león.
cuando trinan las calandrias en las verdes enramadas.
En un gran terreno cercano al pueblo alzábanse tinglados, tiendas de lona, galpones de madera, enramadas, quioscos, improvisándose una aldea volante, una especie de paradero de indios, que se adornaba con banderas, follaje, gallardetes, guirnaldas de telas baratas y churriguerescas, y que habitaban algunos comerciantes establecidos en el pueblo, y muchos de ocasión, ofreciendo baratijas, géneros y ropas ya invendibles, y sobre todo cosas de comer y beber, buñuelos, cerveza, tortas fritas, vino carlón, chorizos asados.
Apareció en fin la vanguardia de los ciervos formando con sus astas enramadas y puntiagudas, una especie de selva ambulante, no menos temible a veces que los colmillos del jabalí o los retorcidos cuernos del toro de Jarama.
Los arcos voltaicos lucían entre las aéreas enramadas de las bocacalles.

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