Ejemplos con enlutada

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Personajes interpretados por Cadaval como la abuela permanentemente enlutada Omaíta o el obrero gandul Paco, junto a otros recreados por su hermano Jorge, se hicieron especualmente populares.
¿Qué iba a hacer en lugares de pública reunión una chiquilla recogida de caridad y siempre enlutada y triste? La niña había llegado a creer que doña Rebeca tenía razón en disponer así de sus florecientes diez y siete años, y no intentaba nunca quebrantar este decreto, martirial y absurdo, que la recluía siempre en grave soledad.
Afirmado en esta creencia, no experimentó sorpresa alguna cuando, en la noche siguiente, al regresar ebrio de su cafetín, tropezó con la enlutada y su niño cerca de la casa.
La enlutada era muda y únicamente sabía mirarle con sus pupilas redondas y severas, mientras el niño continuaba su eterno llanto sin humedad y sin eco.
Transcurrió el tiempo sin que volvieran a presentarse la enlutada con el niño, ni la viuda con el farol.
-¡Ay!, eso no podrá ser -replicó la enlutada dueña, arqueando las cejas-.
Pasando junto al Teatro Real en dirección de la plaza de Oriente, me tocó en la espalda, llamándome por mi nombre, una mujer enlutada, cubierto el rostro de negro velo.
Pusieron al cuerpo el interior humilde atavío de difunto, y después le vistieron como si estuviera vivo, como se acostumbra a hacer con los Caballeros de Órdenes Militares: puesto el manto capitular con la roxa insignia en el pecho, el sombrero, espada, botas y espuelas, y de esta forma estuvo aquella noche puesto encima de su misma cama en una sala enlutada, y a los lados algunos blandones con hachas, y otras luces en el altar donde estaba un Santo Cristo, hasta el sabado, que mudaron el cuerpo a un ataúd, aforrado en terciopelo liso negro, tachonado y guarnecido con pasamanos de oro, y encima una Cruz de la misma guarnición, la clavazon, y cantoneras doradas y con dos llaves: hasta que llegando la noche, y dando a todos luto sus tinieblas, le conduxeron a su último descanso, en la Parroquia de San Juan Bautista, donde le recibieron los Caballeros Ayudas de Cámara de su Magestad, y le llevaron hasta el túmulo que estaba prevenido en medio de la capilla mayor, encima de la tumba fue colocado el cuerpo: a los dos lados había doce blandones de plata con hachas, y mucho número de luces.
Una señora enlutada salió entonces de la vecina hospedería, atravesó lentamente el prado y subió las escaleras que llevan al santuario.
Apeóse otra señora, también enlutada, muy flaca, muy pequeñita, ocultando, como la otra, entre los negros crespones un rostro consumido y lleno de pecas y unos cabellos rojos mezclados de blanco.
El carruaje, cómodo y anticuado, llevaba en las portezuelas corona condal, el cochero y el lacayo, como haciendo juego con el portero, tenían facha de cantores de iglesia, y la dama, siempre enlutada, con trazas de poco limpia y gesto uraño, semejaba una sacristía hecha mujer.
De pronto cae de aquel extraño fenómeno un borbotón de luz, un río de oro, un torrente de fuego que inunda instantáneamente toda la enlutada atmósfera.
Para que se fijara la imagen hechicera de la enlutada en la viva memoria de María de Regla, no pudo ser más propicia la ocasión, y de tal modo fue así, que luego repetía a media voz, paso a paso detrás de su protectora:¡La niña Adela! ¡la niña Adela!, comparando allá en su mente la fisonomía de aquélla con la de la más joven de sus amas.
Más vale callar, pensó María de Regla, y no replicó palabra, pero se quedó en sus trece, por cuanto siguió creyendo en que había singular semejanza entre su niña y la enlutada de la casa en la calle de la Bomba, cuyas señas guardó para la primera oportunidad.
Ella lo hizo así, y mostró ser lo que jamás se pudiera pensar, porque descubrió el rostro de doña Rodríguez, la dueña de casa, y la otra enlutada era su hija, la burlada del hijo del labrador rico.
Fatigóse en vano Sancho, porque su amo iba tan puesto en llegar a los ensabanados y en librar a la señora enlutada, que no oyó palabra, y, aunque la oyera, no volviera, si el rey se lo mandara.
Quedó admirado el conde de cuanto vio en aquella rica morada que hemos descrito, pero de nada tanto como de la hija del dueño, a la que, enlutada y cubierto el albo cuello de rubios rizos, hallaron escribiendo y llorando en un apartado gabinete, que tomaba del jardín luz y fragancia.
El coche fúnebre se hallaba a la puerta, un coche magnífico, de cuya arquitectura no podía darse cuenta porque estaba materialmente cubierto de flores, de coronas y de cintajos, ocho caballos, lujosamente enjaezados tiraban de él, al lado de cada caballo había un palafrenero, ostentando sobre su cuerpo la enlutada librea de la casa y la blanca y aristocrática peluca, que formaba un contraste grotesco con aquellas fisonomías innobles y rústicas, detrás del carro mortuorio iban las carrozas de gala de la casa, la servidumbre entera, y luego coches y más coches, todos los coches propios de Madrid a no dudarlo.
Los recién venidos penetran en el semicírculo, la señora enlutada y su marido dan dos pasos al frente y, sin cambiar con ellos una frase, les tienden la mano.
-Sí, amigo: doña Casilda Guriezo, la señora enlutada, acaba de perder un tío en San Francisco de la Alta California, un tío a quien nunca conoció más que de oídas.
Martínez repetía por centésima vez -y ya llevaba ganados unos cinco mil reales- que como el dolor de una madre no hay otro, y echaba, sin pizca de dolor propio, sobre la imagen enlutada del altar, toda la retórica averiada de su oratoria de un barroquismo mustio y sobado, el amor sacrílego iba y venía volando invisible por naves y capillas como una mariposa que la primavera manda desde el campo al pueblo para anunciar la alegría nueva.
Allí iba la Regenta, a la derecha de Vinagre, un paso más adelante, a los pies de la Virgen enlutada, detrás de la urna de Jesús muerto.
La luz de los blandones daba triste claridad a la estancia, de cuyo centro enseñoreábase la enlutada camilla, y una ventana abierta de par en par renovaba el aire enrarecido por el perfume de las flores amontonadas sobre el ataúd, y el de los amarillentos blandones.
Doña Beatriz no le amaba, porque no cabía en su altivez poner su afecto en quien así se olvidaba de sí propio y de su nacimiento, ni menos renunciar a la única ilusión que de tiempos mejores le quedaba, bien que enlutada y marchita, pero los ímpetus del resentimiento y del odio no podían avenirse largo tiempo con la irresistible propensión a perdonar que dormía en el fondo de su pecho, y delante de las tinieblas de la eternidad, que más de una vez se habían ofrecido a sus ojos, bien conocía la pequeñez de las pasiones humanas.
-De la historia de tu pasado, sólo conoces la escena dolorosa de aquella noche en que una mujer enlutada, cubierta con un velo y llevando en sus brazos un recién nacido, llamó a la puerta del pobre labrador de Jalina, y arrojándose a sus pies, le pidió amparo para aquella pobre criatura que había venido al mundo entre la deshonra y la orfandad, y alejándose sollozante, desesperada, volvía cada noche a deshoras para llorar, abrazada de su hijo, hasta que un día desapareció para no volver más.
Pero al pasar el dintel de la puerta, una mujer enlutada, y cubierta con un tupido velo se echó en sus brazos, la hizo retroceder, cerró tras sí la puerta y volviéndose a Juana, se descubrió.
-¡Niño! -contestó la enlutada persona en son de amable censura-.
-Detengámonos aquí un momento, Margarita -dijo la señora a quien llamaremos Justina, dirigiéndose a la enlutada.
Yo sé de un sastre que alquila ropa de entierros, y allí se puede vestir uno para toda la pompa enlutada que se ofrezca.
Me retiré, y al atravesar el patio, volvime más de una vez a mirar si alguna enlutada de las que por allí discurrían me quitaba las flores, mejor dicho, se las quitaba a mi nicho, o sea el nicho de Antonia, para ponerlas en cualquier enterramiento de muertos extraños.

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