Ejemplos con enguantada

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

Una mano está enguantada y sostiene el guante de la otra, que queda así desnuda.
La miss alargó su manecita enguantada de blanco y sacudió con una rudeza gimnástica la diestra de Febrer.
Cada día más enemiga de los microbios y resuelta a darles guerra crudísima mientras le quedase un soplo de vida, desde hacía algún tiempo ni daba la mano a nadie sino enguantada ni tocaba objeto alguno si no era interponiendo entre los bacilus y sus dedos un papel.
Está erguida en su asiento, con la capota blanca y negra, de la que pende un largo velo, enguantada, rígida, lo mismo que la vi en la noche anterior, como si no hubiese dormido.
Sus manazas toman instintivamente, sin saber lo que hacen, la diestra enguantada y fina, oprimiéndola cariñosamente.
Luego levantó su enguantada mano con el índice rígido, amenazándole lo mismo que a un niño revoltoso y audaz.
Golpeaba el suelo con un pie, apretaba convulsivamente con su garrita enguantada una muñeca de Ojeda, como si temiese verlo desaparecer.
Extendió su mano enguantada de púrpura, sobre la que lucía la esmeralda episcopal, y con un gesto imperioso hizo que uno tras otro fueran besándola todos los canónigos.
Con su garra enguantada te tiene cogido.
A la mañana siguiente llegaron las visitas: el desfile de levitas negras y tupidos velos, el paso por aquella casa de los amigos y conocidos, todos con la enguantada mano tendida, un gesto de amargura en el rostro y la palabra de resignación guardada cuidadosamente para tales casos.
A las tres de la tarde entró doña Manuela en la plaza del Mercado, envuelto el airoso busto en un abrigo cuyos faldones casi llegaban al borde de la falda, cuidadosamente enguantada, con el limosnero al puño y velado el rostro por la tenue blonda de la mantilla.
Desde las once de la noche una larga fila de coches iba poco a poco dejando en el vestíbulo del palacio centenares de convidados, las damas, envueltas en riquísimos abrigos, bajaban de sus berlinas y sus , dejando ver pies coquetamente calzados que se apoyaban un momento en el estribo, mientras con la mano, enguantada hasta el codo, recogían la larga cola ornada de valiosos encajes, los lacayos recibían órdenes de volver a la madrugada, los mirones y curiosos, estacionados en la acera opuesta, contemplaban aquellas grandezas haciendo comentarios, sugeridos por la hermosura de las mujeres o la envidia de las riquezas, los salones se iban llenando, y el calor que la aglomeración y las luces engendraban iba animando y coloreando los rostros.
Sacada de la vaina suntuosa por una mano enguantada de terciopelo, brilla la espada más poéticamente, al hendir el aire limpio de los jardines de Versalles.
Pasose la enguantada mano por la frente, como para arrancar de allí el cuadro siniestro, y su imaginación volvió a escribir ante ella la enorme interrogación: ¿Qué hacer?.
Se inclinó ante la baronesa viuda, que le tendió su mano, siempre enguantada, saludó a la joven y fue a colocarse de pie ante la chimenea.
Sus manazas toman instintivamente, sin saber lo que hacen, la diestra enguantada y fina, oprimiéndola cariñosamente.
Está erguida en su asiento, con la capota blanca y negra, de la que pende un largo velo, enguantada, rígida, lo mismo que la vi en la noche anterior, como si no hubiese dormido.
Las señoras alargaban la enguantada mano y atrapaban al vuelo los tales papeles, los chicos se entregaban a una verdadera caza para «reunir» toda la colección, que se componía nada menos que de diez hojas volantes, o sea de otras tantas poesías, obra de ingenios de la localidad, entre los cuales se llevaba la palma el acreditado Ciriaco de la Luna, vate oficial en inauguraciones, festejos, entierros, beneficios y días señalados, como, por ejemplo, el Jueves Santo o el de Difuntos.
Pero no podía ignorar que el vecino me había llamado por mi nombre y sí le dirigí una mirada, ante la cual se estiró violentamente una mano enguantada y oprimió la mía temblorosa.
En esto sentí que una mano enguantada me tiraba de la oreja.
-¡Vaya!, ¡vaya! -zalameaba éste, golpeando con su manaza llena de sortijones la enguantada mano de Leonor-.
, ¡cómo contrastaban con la realidad, encogida, mezquina, menesterosa del vivir de la rubia! Al contemplarla así, enguantada, calzada de fino, oscilando el plumaje clorón sobre el cuello velado de tul, ¡quién creyera que al volver a casa, depuesto el disfraz, cayese sobre ella todo el peso del menaje, porque no tenía criada, y la madre sufría violentos ataques de un asma que la impedía acercarse al fogón! La rubia hacía de fregona, guisaba.
Mientras Guimarán estrechaba la mano enguantada del Provisor, este, sin poder traer su pensamiento a la realidad presente, seguía saboreando la escena de dulcísima reconciliación en que acababa de representar papel tan importante.
Y sin saber lo que hacía, tendió la mano enguantada y dijo temblando:.
-La mesa está servida -gritó alguien, y todos acudimos en busca de la sopa bienoliente, y de las copas en que una mano enguantada de blanco vertía el viejo Jerez.
De Pas vio una mano enguantada que le saludaba desde una ventanilla.
La doncella, enguantada de algodón blanco, me llamó discretamente.
En esa portezuela está un rostro apareciendo de modo que semeja el de un querubín, por aquélla ha salido una mano enguantada que se dijera de niño, y es de morena tal que llama los corazones, más allá se alcanza a ver un pie de Cenicienta con zapatito obscuro y media lila, y acullá, gentil con sus gestos de diosa, bella con su color de marfil amapolado, su cuello real y la corona de su cabellera, está la Venus de Milo, no manca sino con dos brazos, gruesos como los muslos de un querubín de Murillo, vestida a la última moda de París, con ricas telas de Prá.
Y haciendo una profunda reverencia, tendió su enguantada mano a don Serapio, quien al oír aquel nombre tan sonado y respetado en el pueblo un mes hacía, púsose de pie de un brinco, y exclamó con toda la veneración que pudiera un moro delante del famoso zancajo de la Meca:.
No contestó el tenor por lo pronto, lo cual desconcertó al buen aficionado, principalmente por lo que pensarían sus amigos, mas ¡oh gloria inmortal, oh momento inolvidable!, al lado de Mochi, frente a la cáscara del apuntador, había una mujer, una señora, con capota de terciopelo, debajo de la cual asomaban olas de cabello castaño claro y fino, y aquella mujer, aquella señora que había notado el saludo de Reyes, tocó familiarmente con una mano enguantada en un hombro del tenor, y le debió de decir:.

© Todos los derechos reservados Buscapalabra.com

Ariiba