Ejemplos con endomingados

Muchas veces la mejor manera de entender el significado de una palabra, es leer textos donde aparece dicha palabra. Por ese motivo te ofrecemos innumerables ejemplos extraidos de textos españoles seleccionados.

En los bancos de las plazas, gente sentada pacíficamente descansaba, algunos obreros, endomingados, pasaban en coche, tocando la guitarra y cantando.
Tras ellas venían los hombres de la familia con aire de burgueses endomingados que asisten a una ceremonia fatigosa e ineludible.
Isidro se fijó en los diversos aspectos de los comisionados: unos, bien vestidos, revelando en el empaque de sus personas la satisfacción de una fortuna recién conquistada, otros, más humildes, con el aspecto de obreros endomingados, pero todos rebosando un orgullo patriótico por esta visita, que les recordaba la tierra lejana y parecía aumentar su propia importancia en el país de adopción.
Triste es el día festivo, dígase lo que se quiera, en los puertos de mar, tristes el silencio y quietud de los muelles, las banderas izadas en los barcos sin ruido, los marineros endomingados, las embarcaciones menores, gabarras y botes, metidos todos juntos en estrecha dársena, y apretados unos contra otros dando cabezadas, como el rebaño dentro de las teleras.
Allí, en efecto, habia, como antaño, clérigos y cofrades, soldados y bailadoras, señores y plebe: allí se veian, a la puerta de las oscuras cuevas, hileras de sillas ocupadas por lujosas damas y endomingados caballeros: allí resaltaban a la luz del sol los animados colorines de los pañuelos y sayas de las criadas y labriegas, los pintarrajados chalecos y fajas encarnadas de los hombres del pueblo, las medias blancas de trabilla de los que llevaban calzon corto, los refajillos colorados de las niñas pobres y descalzas que no tenian vestido, y las cobrizas carnes de los chicuelos que no tenian ninguna ropa.
Los domingos, después de la misa, los aldeanos endomingados, con la chaqueta al hombro, se reunían en la sidrería y en el juego de pelota, las mujeres iban a la iglesia, con un capuchón negro, que rodeaba su cabeza.
Temprano, entre los cuchicheos curioseadores de los vecinos, se juntó en la estación la comitiva: los novios, las madres, la tía, algunos hermanos, hermanas y amigos, todos endomingados, con pocas prendas de abrigo, porque hacía un calor bárbaro, pero con muchas provisiones, en pañuelos grandes de algodón, en canastos y maletas.
Una maga de larga túnica de percal negro, estrellada de papel dorado, y puntiagudo capirote, bailaba, ciñéndose a un chulo peinado con persianas, una mora de mancebía, dejábase languidecer en brazos de un innoble tipo de rubicundo rostro, cabellos teñidos, ladeado hongo, roja corbata y grueso diamante en el anular, hibridación de tahur y tratante en caballos, más allá, un viejo flaco, zancudo, calvo, de libidinoso mirar y babosa sonrisa, oprimía contra su pecho, como esos vampiros de los cuentos de Hoffman, enorme bebé de astroso atavío de alquiler, juvenil chicuelo, indudablemente escapado de su casa, adheríase a enorme mujerona que movía con lujurioso ritmo sus macizas ancas de vaca, Colombina prostituida mirábase en los ojos de un ordenanza de Ministerio, y un estudiante, abrazado a una prójima, pasaba lento, mordiendo sus cabellos pintados, viejos verdes, colegiales, toreros de invierno, obrerillos endomingados, horteras, vividores de profesión, matones, chulapones de mancebía, pasaban, llevando entre los brazos noches nevadas, floristas, chulas, couplelistas, reinas de zarzuela, sacerdotisas egipcias, arlequines y locuras, pasaban y repasaban en hórrida zarabanda, poseídos de la gravedad de sus actos, mientras una Doña Inés neurótica escapaba de los brazos de un chauffeur.

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